“En realidad solo me he dejado llevar por la dulzura del….” Y eso que es lo normal, no es lo malo.
Es normal, aunque no debiera serlo, dejarse llevar por un montón de cosas que no valen la pena pero que están ahí, estratégicamente dispersas a lo largo del camino y con los aditivos necesarios para que quedemos atrapados en ellas sin remisión; y, cómo no, no sólo nos dejemos llevar, sino que seamos adictos a ellas y adeptos incondicionales, irracionales, compulsivos. Así es la vida: Marketing, sometimiento, consumismo, dependencia, ¡irracionalidad!, pero, eso sí, perfectamente envuelta con papel de regalo y cinta de colores que atraigan nuestra mirada distrayéndonos de cualquier posibilidad de pensar. Pero la vida también es dejarse llevar por la dulzura propia de algunas situaciones, de determinados comportamientos, de reacciones naturales, esas que parecen contradictorias porque nacen de la espontaneidad, sin más razón que la razón, nunca sinrazón, del sentimiento humano. Lo malo, como digo, no es tanto dejarse llevar, como dejarse llevar casi siempre por lo que no vale la pena; y más aún que eso, lamentarse, disculparse y hasta pedir perdón por dejarse llevar por lo que de verdad, siendo socialmente irrelevante y humanamente, en apariencia, una poquedad, vale la pena de verdad dejarse llevar.
Lo reconozco, yo me paso la vida dejándome llevar. Soy contestataria a las mil cosas que tratan de meterme a calzador a lo largo del día y cada día de mi vida, y sin embargo sucumbo, sin ningún miramiento, ante lo cotidiano, lo amable, lo envidiable, cuando la envidia deja de ser un vicio para convertirse en virtud.
Me encanta poder leer: “En realidad solo me he dejado llevar por la dulzura … de ese recordar la historia con cariño” Me encanta que alguien se deje llevar por lo que vale la pena, y aun me encantaría más si, además, tuviera el valor de no disculparse por ello.
Está claro que tan sólo estamos preparados para dejar pasar el tiempo y verlo discurrir en nuestro entorno… El tiempo se ha adueñado de nuestras vidas, y nosotros estamos ahí, … ¡para lo que sea menester, y poca cosa más!
Es normal, aunque no debiera serlo, dejarse llevar por un montón de cosas que no valen la pena pero que están ahí, estratégicamente dispersas a lo largo del camino y con los aditivos necesarios para que quedemos atrapados en ellas sin remisión; y, cómo no, no sólo nos dejemos llevar, sino que seamos adictos a ellas y adeptos incondicionales, irracionales, compulsivos. Así es la vida: Marketing, sometimiento, consumismo, dependencia, ¡irracionalidad!, pero, eso sí, perfectamente envuelta con papel de regalo y cinta de colores que atraigan nuestra mirada distrayéndonos de cualquier posibilidad de pensar. Pero la vida también es dejarse llevar por la dulzura propia de algunas situaciones, de determinados comportamientos, de reacciones naturales, esas que parecen contradictorias porque nacen de la espontaneidad, sin más razón que la razón, nunca sinrazón, del sentimiento humano. Lo malo, como digo, no es tanto dejarse llevar, como dejarse llevar casi siempre por lo que no vale la pena; y más aún que eso, lamentarse, disculparse y hasta pedir perdón por dejarse llevar por lo que de verdad, siendo socialmente irrelevante y humanamente, en apariencia, una poquedad, vale la pena de verdad dejarse llevar.
Lo reconozco, yo me paso la vida dejándome llevar. Soy contestataria a las mil cosas que tratan de meterme a calzador a lo largo del día y cada día de mi vida, y sin embargo sucumbo, sin ningún miramiento, ante lo cotidiano, lo amable, lo envidiable, cuando la envidia deja de ser un vicio para convertirse en virtud.
Me encanta poder leer: “En realidad solo me he dejado llevar por la dulzura … de ese recordar la historia con cariño” Me encanta que alguien se deje llevar por lo que vale la pena, y aun me encantaría más si, además, tuviera el valor de no disculparse por ello.
Está claro que tan sólo estamos preparados para dejar pasar el tiempo y verlo discurrir en nuestro entorno… El tiempo se ha adueñado de nuestras vidas, y nosotros estamos ahí, … ¡para lo que sea menester, y poca cosa más!
2 comentarios:
¿Qué añadir a lo dicho por usted? Estamos a merced de las tonterías, del consumo inútil, de aditivos superfluos que no nos aportan nada y engordan nuestro ser animal, nuestro ego más ridículo.
Al advertirlo, como hace usted, podemos resistirnos siquiera un poco más, aunque sabemos que acabaremos cayendo.
También es cierto que pedimos perdones innecesarios. De pedirlo que sea cuando nos empecinamos en malbaratar nuestras oportunidades y seguimos adelante como si se nos fuera a permitir repetir la tirada. Le agradezco que traiga aquí estas reflexiones, y que de paso se comprometa con lo que vale la pena.
No todo el mundo es capaz de distinguir lo que vale la pena de lo que no lo vale. !Y así nos va¡
Que le duela que, en ocasiones, se pida también perdón por lo realmente valioso, y nadie se ofusque y disculpe por lo que no lo es y que se acepta de buen grado.
Lamento que esa claridad con que describe los hechos le lleve a la desesperanza del último párrafo. Pero lo lamento desde el convencimiento de que realmente es así como sucede; tal y como lo ha recogido.
A mí me molesta que me pidan perdón, por algo que han hecho a sabiendas, pero como saben que no es correcto, te piden perdón, para seguir haciéndolo.
Ayer hablaba con una amiga de que hoy, a día de hoy, todos los objetos personales que preciso, caben en una pequeña maleta.
Supongo que es la edad, y la seguridad, y...hace pocos años precisaba de mis películas de DVD hasta para salir de vacaciones...no podía soportar la vida sin cine...
Es posible que lo que tiene valor y no lo tiene, cambia según el estado de ánimo, de la dicha o el infortunio por el que estemos atravesando en nuestra vida.
Me gusta mucho como escribe ISADORA.
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