Una está muerta, simplemente. Incapaz de percibir cualquier sensación sea de la naturaleza que sea. Neutra ante los más elementales impulsos, esos pequeños resortes que nos harían, si no se lo impidiésemos inconscientemente, saltar interiormente de alegría, de frustración o de rabia, y condicionarían, tan terrible en ocasiones como vitalmente siempre, parte de nuestro tiempo, aunque nuestro tiempo siempre sea eso, parte de nosotros mismo, algo finito y limitado.
Si, todo muy encauzado literariamente y muy cabal, pero lo único que cuenta de verdad en la realidad palpable y sufrible de cada día es que una está ahí desnuda interiormente y tiritando, y si lo está no lo es por decisión propia ni por puro capricho. Una esta muerta sin más e incapaz de otra cosa, hecha un ovillo para defenderse ni se sabe de qué, pero de algo que te anonada y empequeñece, seguro; acurrucada en una esquina como un mueble más para intentar pasar desapercibida. En tales situaciones no hay palabras ni razones que valgan para poder sacarnos de nuestro ensimismamiento, para arroparnos y hacernos entrar en calor, para cubrir nuestra vulnerabilidad y ausencia y devolvernos al menos al mundo de los vivos conformes con ellos mismos por mera inconsciencia o por pura insensatez, que no al de los satisfechos que sería demasiado. Sólo somos capaces de quedarnos ahí perplejos e impotentes, y en el mejor de los casos con la ligera esperanza de que lo que sea escampe, que cambie el viento, que se disipe la tormenta, que amanezca y salga otro sol distinto al de ayer. Que después de hoy no seamos a nosotros mismos a los que veamos cuando nos miremos al espejo, o no lo seamos del todo, y hayamos sabido aprender al menos lo que no teníamos ningún interés en aprender: que también en casos como estos es simplemente cuestión de tiempo. Que el tiempo todo lo cura. Que, según se dice, es bálsamo para todo y que no hay mal que cien años dure.
Sí, por supuesto que si: cabeza, sentido común, y si no lo hubiera, sentido práctico. Sobreponernos como sea a cualquier acontecimiento aunque nos lamine, elevándonos sobre nosotros mismos, aun cuando nosotros mismos fuéramos, como parece, puro espejismo de nosotros mismos. Por supuesto que sí, pero… ¿de verdad es posible conseguirlo o por lo menos intentarlo más allá de contentarnos con saber que sería lo adecuado pero totalmente imposible en nuestro estado actual?
Sí, se puede estar muerta. Por supuesto que se puede estar muerta y llorar amargamente por nuestra suerte, y guardarnos luto, y encerrarnos en casa, y entornar las persianas de ventanas y balcones dejándolo todo en penumbra. Por supuesto que sí. Y también dejar pasar el tiempo que es nuestro tiempo y sólo nos pertenece a nosotros, ¿pero y qué más? ¿Y mientras el tiempo pasa, qué?, ¿dejar también de respirar?, ¿permanecer en el más estricto anonimato?, ¿condenarnos al silencio más absoluto porque se nos ha olvidado juntar palabras y hasta eso nos agota, o porque se nos ha secado el alma, desván de nuestros sueños y fantasías?
Y si sentirse muerta es una parte de la negra cuestión de este momento en el que pudiéramos encontrarnos, la otra, y en todo momento, es la de ser plenamente conscientes de que nuestro tiempo es finito, que hay plazo, que no debiéramos nunca renunciar a nuestra poquedad para convertirla en ausencia, que no hay nada que dure lo suficiente, ni siquiera nosotros mismos, ni siquiera nuestra angustia de hoy que lo invade, desvirtúa y transforma todo, que podríamos dejar de sentir si quisiéramos o no supiéramos hacer otra cosa, pero nunca debiéramos dejar de vivir aun cuando nuestra vida no pareciera merecer la vida. Que no se puede compaginar pacíficamente el estar muertos y ser concientes que el tiempo pasa. Que hay que elegir por muy imposible que ello parezca. Que por supuesto se puede optar por renunciar a todo. Y que se podría optar también por sobreponernos pretendiendo, cualquiera que fueran las dificultades a las que tuviéramos que enfrentaros, intentar seguir nuestro camino incluso con andador y derramando amargas lagrimas por el dolor causado por el esfuerzo.
Elegir. Equivocarse. Empezar otra vez sabiendo que otra vez y muchas otras volveremos a encontrarnos frente a dilemas parecidos y con la obligación nunca escrita de tener que volver a aventurarnos de alguna forma. Si, precioso todo por muy difícil que parezca asumir una posición. Pero, y es lo único realmente cierto, ¿cómo levantarnos sin al menos intentarlo con lo fácil que es aparentemente seguir postrados? Imposible. Sólo se que estoy muerta y lo acepto, y me ausento, y me callo, y me olvido de todo y de todos, y me inmolo en el altar de la angustia que me causa vivir, y dejar pasar el tiempo.
Terrible, por supuesto…
Menos mal que jamás nos faltaran adjetivos para pretender justificar nuestra sinrazón, esa que nos va a permitir perder a chorros la vida y a la vez lamentarnos por ello. Menos mal que asumir un engaño medianamente aceptable casi siempre es posible. Menos mal.
….
“¡Dejadme la esperanza!”. ¿Serás capaz de concederte al menos la esperanza?
Si, todo muy encauzado literariamente y muy cabal, pero lo único que cuenta de verdad en la realidad palpable y sufrible de cada día es que una está ahí desnuda interiormente y tiritando, y si lo está no lo es por decisión propia ni por puro capricho. Una esta muerta sin más e incapaz de otra cosa, hecha un ovillo para defenderse ni se sabe de qué, pero de algo que te anonada y empequeñece, seguro; acurrucada en una esquina como un mueble más para intentar pasar desapercibida. En tales situaciones no hay palabras ni razones que valgan para poder sacarnos de nuestro ensimismamiento, para arroparnos y hacernos entrar en calor, para cubrir nuestra vulnerabilidad y ausencia y devolvernos al menos al mundo de los vivos conformes con ellos mismos por mera inconsciencia o por pura insensatez, que no al de los satisfechos que sería demasiado. Sólo somos capaces de quedarnos ahí perplejos e impotentes, y en el mejor de los casos con la ligera esperanza de que lo que sea escampe, que cambie el viento, que se disipe la tormenta, que amanezca y salga otro sol distinto al de ayer. Que después de hoy no seamos a nosotros mismos a los que veamos cuando nos miremos al espejo, o no lo seamos del todo, y hayamos sabido aprender al menos lo que no teníamos ningún interés en aprender: que también en casos como estos es simplemente cuestión de tiempo. Que el tiempo todo lo cura. Que, según se dice, es bálsamo para todo y que no hay mal que cien años dure.
Sí, por supuesto que si: cabeza, sentido común, y si no lo hubiera, sentido práctico. Sobreponernos como sea a cualquier acontecimiento aunque nos lamine, elevándonos sobre nosotros mismos, aun cuando nosotros mismos fuéramos, como parece, puro espejismo de nosotros mismos. Por supuesto que sí, pero… ¿de verdad es posible conseguirlo o por lo menos intentarlo más allá de contentarnos con saber que sería lo adecuado pero totalmente imposible en nuestro estado actual?
Sí, se puede estar muerta. Por supuesto que se puede estar muerta y llorar amargamente por nuestra suerte, y guardarnos luto, y encerrarnos en casa, y entornar las persianas de ventanas y balcones dejándolo todo en penumbra. Por supuesto que sí. Y también dejar pasar el tiempo que es nuestro tiempo y sólo nos pertenece a nosotros, ¿pero y qué más? ¿Y mientras el tiempo pasa, qué?, ¿dejar también de respirar?, ¿permanecer en el más estricto anonimato?, ¿condenarnos al silencio más absoluto porque se nos ha olvidado juntar palabras y hasta eso nos agota, o porque se nos ha secado el alma, desván de nuestros sueños y fantasías?
Y si sentirse muerta es una parte de la negra cuestión de este momento en el que pudiéramos encontrarnos, la otra, y en todo momento, es la de ser plenamente conscientes de que nuestro tiempo es finito, que hay plazo, que no debiéramos nunca renunciar a nuestra poquedad para convertirla en ausencia, que no hay nada que dure lo suficiente, ni siquiera nosotros mismos, ni siquiera nuestra angustia de hoy que lo invade, desvirtúa y transforma todo, que podríamos dejar de sentir si quisiéramos o no supiéramos hacer otra cosa, pero nunca debiéramos dejar de vivir aun cuando nuestra vida no pareciera merecer la vida. Que no se puede compaginar pacíficamente el estar muertos y ser concientes que el tiempo pasa. Que hay que elegir por muy imposible que ello parezca. Que por supuesto se puede optar por renunciar a todo. Y que se podría optar también por sobreponernos pretendiendo, cualquiera que fueran las dificultades a las que tuviéramos que enfrentaros, intentar seguir nuestro camino incluso con andador y derramando amargas lagrimas por el dolor causado por el esfuerzo.
Elegir. Equivocarse. Empezar otra vez sabiendo que otra vez y muchas otras volveremos a encontrarnos frente a dilemas parecidos y con la obligación nunca escrita de tener que volver a aventurarnos de alguna forma. Si, precioso todo por muy difícil que parezca asumir una posición. Pero, y es lo único realmente cierto, ¿cómo levantarnos sin al menos intentarlo con lo fácil que es aparentemente seguir postrados? Imposible. Sólo se que estoy muerta y lo acepto, y me ausento, y me callo, y me olvido de todo y de todos, y me inmolo en el altar de la angustia que me causa vivir, y dejar pasar el tiempo.
Terrible, por supuesto…
Menos mal que jamás nos faltaran adjetivos para pretender justificar nuestra sinrazón, esa que nos va a permitir perder a chorros la vida y a la vez lamentarnos por ello. Menos mal que asumir un engaño medianamente aceptable casi siempre es posible. Menos mal.
….
“¡Dejadme la esperanza!”. ¿Serás capaz de concederte al menos la esperanza?
6 comentarios:
Nos corresponde a todos: presentes, ausentes, excursionistas de la vida. He leído sus últimas entradas con mucha atención y sana envidia. ¡Ay! quien pudiera aplicarse en esos menesteres y aprovechar sus reflexiones para salir del marasmo. De todos modos la distancia aplaca tensiones y elimina calambres musculares, aunque las decisiones de los dioses viajan a la velocidad de la luz y nos alcanzan irremisiblemente, ya sea en forma de mensaje de móvil u otro artilugio parecido. Acepto personalmente mi insano deseo de borrarme de la vida, así, en general. Y más en particular del perturbador contacto con el prójimo. Reduzco mi círculo a los mínimos posibles y si a veces no me tolero a mí mismo imagínese cómo debo presentarme cara al exterior. Curioso dilema el mío cuando si mi trabajo significa algo es precisamente eso: exponerse a la multitud avasalladora y ruidosa. De momento cumplo con mis insomnios y alardeo de ver de nuevo y en riguroso orden todas las temporadas de Los Soprano, lo que me lleva a acordarme de nuestra Sirena. Soy uno entre tantos que la echa de menos. A ver si usted consigue atraerla de nuevo.
Imposible, mi querido Calimatias. Ella es más fuerte que nosotros y más inteligente también, y ello seguro que le permitirá dar un paso atrás y evaporarse.
Yo sigo parloteando para enmascarar mi soledad, esa soledad intuida que siempre es más terrible que la real, porque la realidad, aun sin creérnosla, la vivimos, y la imaginada la sufrimos y sólo nos sobreponemos a ella a duras penas.
Salude a Niebla de mi parte si ha sido capaz de sobrevivir a la estupidez de quienes la rodean. También los perros suelen ser más inteligentes que nosotros y cuando se doblegan a nuestro capricho lo suelen hacer para no molestarnos ni herir nuestra enfermiza susceptibilidad.
Me alegro de saber que sigue vivo.
Muy interesante la cuestión que plantea; casi diría la pandemia de los cambios de estación. Cada uno le adjudica las motivaciones que quiera pero casi siempre es producto de habitar este mundo de solos. Decidido que estoy a borrarme del Club de los que piensan demasiado; pero es tarea difícil de evadir. Conozco las oscuras circunstancias del infierno que narra, de hecho estoy abandonando poco a poco ese fango emocional a fuerza de saber que hay que oponerse a demorarse en estas posadas de aislamiento y parális. Tengamos en cuenta también, que como dice el cantautor Jorge Drexler en la canción: "Todos a sus puestos", ".... la vida puede que no se ponga mucho mejor que esto", y no es cuestión de descartar la esperanza, que hasta hoy nos ha servido para volver a intentarlo.
Estoy de acuerdo con Ud. en su respuesta a Calimatías; la sirena puede estar a un tris de desaparecer porque es más fuerte que nosotros; pero quizás vuelva en otras formas más ortodoxas y menos expuesta a las medusas.
Dudo de que alguien pudiera convencerla de hacer otra cosa que su voluntad. Creo sin embargo, que ella también encuentra refugio y sosiego escribiendo; me consta al menos, que leer blogs como este en el que Ud. escribe, le resulta motivador, y a los que les ocurre esto, terminan volviendo a escribir. Estaremos atentos.
gracias, Isadora. No sabes lo que me has ayudado....
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