jueves, 7 de enero de 2010

Noche de reyes

Ya sé que soy pesada y que me reitero sin medida, pero es que tampoco me resigno a aceptarlo sin más. ¿Es qué la vida no podría ser un poco más amable con todos y cada uno de nosotros? Y si no lo puede ser, ¿de qué va esto?
Me encantaría tener quince años y poder repetir la misma cantinela de entonces y de siempre: “¿Qué culpa tengo yo? ¡No, yo no pedí nacer! ¡Vosotros no me entendéis!” - Me encantan las frases redondas. Son tan contundentes y vacías. – Pero a esa edad lo de menos es la frase y lo de más la edad. Sólo la inconsistencia por falta de edad de uno mismo debiera permitirnos encontrar muletas de tal calibre,- ¡imagino!-. Después, cuando la edad no nos acompaña, esas muletas, de pretender apoyarse en ellas, dejan a quienes las utilizan en manifiesta evidencia.
Con quince años ni yo misma me entendía, por supuesto, pero me bastaba con saber a quiénes adjudicar las culpas. Era la manifestación externa del sempiterno juego del amor-odio-amor - porque el odio era una consecuencia lógica de la endeble e inestable autosuficiencia -; o del desamor de pacotilla como forma y manera de autojustificarse; o del miedo a lo desconocido, que todo lo es; o de la osadía sin más: o tal vez el de la ignorancia altanera que debe ser la mayor de las ignorancias o de las osadías, y posiblemente por ello la única que exonera de toda posible responsabilidad.
En fin, que me encantaría tener esa edad, pero no la tengo y ya me ha pasado el tiempo de las culpas ajenas; ahora vivo el momento de las propias, ciertas, adjudicadas gratuitamente o imaginadas, esas que existen y no sabemos el porqué pero ahí están y generan consecuencias negativas o, al menos, determinados estados emocionales de inestabilidad en quienes las sufrimos y nos vemos obligados a sobreponernos a ellos.
Ayer puse el zapato de mi píe derecho sobre un cojín del sofá que hay en el comedor de mi casa; lo puse en un extremo del sofá para que no hubiera dudas de a quien pertenecía a pesar de ser el único zapato en aquel sofá. Era un zapato casi nuevo y lo había limpiado a conciencia. No esperaba nada, lo reconozco. Era absurdo esperar. Y más absurdo aún esperar a mi edad. ¿Qué podía esperar si ya estaba al cabo de la calle, y la calle tiene eso, que allí estamos todos: lo sobrados, los normales y hasta los necesitados de todo que, felices no, pero que pasan de casi todo por aquello de saber tener que aguantarse a si mismos y a sus circunstancias negativas? No, no esperaba nada. Pero aun no esperando nada dejé mi zapato perfectamente lustrado y con su corazoncillo de cuero expectante. Antes, mucho tiempo atrás, también había dejado bajo mi almohada un diente pequeño, de los de leche, que se me había caído esa tarde. Ahora no me sobran los dientes, y además ninguno es de leche, y tengo los zapatos precisos sin poder prescindir de ninguno, pero, por el contrario, sigo teniendo la esperanza intacta, y por ello – pobre de mí - espero. Bueno, más que esperar, que la verdad es que no espero, si estoy abierta a lo imposible que es como más asumible, imagino.
¿Por qué lo imposible tiene que ser necesariamente imposible? Entonces, si fuera necesariamente así, ¿qué nos quedaría?: ¿Dejar pasar el tiempo? ¿Amagar los golpes e intentar quitarse de en medio? ¿Tal vez ingerir una copa de algo conocido y tolerado confiando en que nos aletargase lo suficiente pero no tuviera consecuencias molestas después? …. ¿Adormecer nuestros sentidos? ¿Adormecernos nosotros? ¿Quedarnos danzando en la cuerda floja con la más estúpida de nuestras sonrisas?
Si, ya lo sé, me está quedando de dulce, pero nada de eso es lo que quería decir. Lo que quería decir es que la vida tendría que ser algo más amable con nosotros, con cada uno de nosotros. Que somos un monto de entupidos; sí, ya lo sé. Individualmente menos estupidos que colectivamente, pero a fin de cuentas poco más que simples tarados mentales. Aguantamos lo inaguantable. Nos quitamos de en medio con la pretensión de que nada nos afecte, y, sin embargo, cada acontecimiento por mimio que parezca nos arrastra como nos arrastraría, sin remisión, cualquiera de esas corrientes de agua que nos muestran los telediarios de cualquier cadena y que siempre parecen afectar a los demás, aunque a nosotros nos dejen los acontecimientos permanentemente al borde del sumidero y a punto de desaparecer para siempre.
Si en su momento nada había bajo mi almohada y nada junto a mi zapato, ¿qué podrá haber cuando cierre los ojos por última vez? No quiero ni pensarlo. … Pero, ¿es que tendría que haber algo necesariamente? ¿Y si lo hubiera tendría que depender de mí? Y si para nada depende de mi, ¿de qué me quejo tan amargamente? …
Ayer, después de lustrar mi zapato lo mejor que supe, lo coloqué sobre un cojín del sofá del comedor. También deje una botella de buen Coñac y un plato con polvorones para por si acaso. Y a pesar de todo hoy no ha pasado nada extraordinario. La culpa es mía, lo sé. Nerviosa que estaba me quedé leyendo y con la luz encendida hasta alta horas de la madrugada, y así no hay forma. Está claro que la culpa es mía como siempre.
Ojala la vida fuera más amable con nosotros, y nosotros fuéramos más….
Pero, ¿qué más podemos ser?

7 comentarios:

Clo dijo...

"el mundo es un asco"
esa era mi cantaleta a los 15 años y lo sigue siendo sólo que ahora estoy al tanto de que yo lo hago un asco, uff

TORO SALVAJE dijo...

La vida de repente se jodió.
Y punto.
Es irreversible.

Saludos.

Isadora dijo...

La vida se jode permanentemente. Pero ¿por qué tiene que ser irreversible?

El Rey del metro dijo...

Constantemente se está uno volviendo a la vuelta del recuerdo, sin saber que este no existía ni cuando lo amarrabas como tal sin saber tampoco para qué, como acopio de futuros. Se sigue haciendo eso mientras nos dejan el silencio para uno recamado de los demás y no nos hacen caso. Se prosigue guardando en cajas y cajones del armario cuanto sobra por ahí de cierto a lo que no se busca, pero en ti tiene el sentido, el estigma luego de lo operante que se va desmigando hasta romper el encanto de lo que se curtía todo junto. Luego el armario enmohece, los cajones se atrancan y todo queda envuelto en la bandera del deber. Se precisa de muchos años para seguir el camino trazado por otros. La raicilla que nace con nosotros se mustia y perece; las ramas ya ni lavadas con el polvo de los años semejan lo que fueron y que eres, compareces en el estrado de lo que dejaste a la prisa de que todo estaba por hacer sin que se hiciera nunca, y así pasa el tiempo hasta que te preguntas qué has hecho de la vida; qué te valdrá salvarte cuando te interrogues sobre ti, del que fuiste cuando empezaste la andanada de la vida. Y entonces rescatará lo pervivido en la cuerda del olvido, las tres, cuatro cosas inmarcesibles que jamás dejaron de ocupar tu lugar, todas en la infancia que también dejaste, tal la yerba cuando se cortaba y te entraba por los poros de la piel como un cuchillo salvífico; tal la esquina en que un día decidiste ser feliz esperando un autobús, el machetazo de siempre que te rompe por dentro, la paz del desconcierto, la intromisión en ti de los demás y la lengua fuera acometido el deber cumplido. Sólo una luz rescatada en alguna parte incierta de la memoria te emparejaba los ojos; el sonido de la armónica del afilador, su grito, un estanque que cambia de sitio para dejar de serlo, la red rota de un campo de badmintong, lo que quiera que fuese todo eso que inventaste a su tiempo y preservaste para poder decir que fuiste tuyo un día sin saberlo, la felicidad de que todo no sea pensar

Clo dijo...

el mundo me sigue pareciendo un asco, je

con respecto a tu pregunta en mi blog, ya tienes la respuesta. espero te aclare alguna duda.
saludos.

Sirena Varada dijo...

Estimada, Isadora:

Su último comentario en mi blog me perturbó profundamente. Creo que es de esos (escasísimos, aunque honorables) casos en los que la crítica de la obra supera a la obra en sí. Y ahora me encuentro en la engorrosa y quimérica tesitura de intentar corresponder.

Las palabrás laten en lo invisible, a disposición de todo el mundo, pero llevo un rato sin conseguir asir ninguna. No, corresponderle no es quimérico... es imposible. Debo aceptar mi derrota dialéctica antes de hacer lo único que puedo hacer, sin faltar a la sinceridad, en esta situación: darle las gracias.

¿Qué otra cosa podría hacer?

Las palabras laten para todos igual... pero usted las encuentra como nadie.

Gracias, de corazón.

calimatias dijo...

Apreciada amiga, después de un tiempo de ardua negociación con el enemigo que llevo dentro, y sin que el presente sea otra cosa que pura erosión de los estímulos, le animo a que lea el poema de su admirado Miguel Hernández: "las abarcas desiertas".
La vida nunca es amable y casi siempre es tramposa y malintencionada. Por no decir que hay infinidad de personas que viven una vida que no han elegido.
Ya ni el puro estoicismo nos da cobijo ante la visión de un mundo deleznable y pestilente.
Me encantaría disponer de su ánimo y de la caprichosa esperanza universal que proyecta. Ya sé que no desconoce los laberintos existenciales y que se aferra a las paradojas como otros son impenitentes facedores de sudokus. A mí me cuesta incluso saludar al nuevo día que me levanta para cumplir con la infamia de unas cuantas horas lectivas. Al menos me pertenece mi desconsuelo del que no me rehago hasta que la leo a usted o a esa otra mujer, Sirena, que ama a mis amados rusos, a Philip Roth y al cine como todos ellos requieren ser amados.