domingo, 13 de diciembre de 2009

Y todos los demás.

Siempre hay espíritus puros, y es un fastidio. Los que no lo somos, los que aceptamos nuestras imperfecciones, nuestras dudas y nuestros miedos, reales o inventados, nos sentimos inútilmente mortificados por esos otros que nos dejan en evidencia a las primeras de cambio. No se trata de regodearse en la propia y sabida mediocridad, sino de convivir con ella en una entente cordiale sin provocar demasiados daños colaterales y siempre inútiles. No se trata de rechazar cualquier opinión ajena, sino de que tales opiniones no lleguen a ser peor remedio que la propia enfermedad. Y a pesar de no tratarse de nada de ello, siempre hay alguien predispuesto a socorrernos en todo caso y a sacarnos de nuestro - ¿se debería llamar así? – error.
Los pecadores solemos ser reos no sólo de nuestros pecados, de los que seguro que para colmo de males somos plenamente conscientes, sino además del dedo acusador, del gesto airado, de la mirada reprobatoria o de la palabra mortificante de quienes nos señalan, recriminan, y hasta pretenden absolvernos graciosamente indicándonos, incluso, el camino preciso para que consigamos la redención. Absolución casi siempre manifiesta, pública, ostentosa, lacerante, y, por las formas utilizadas, absurda, y más que redentora, mortificante. O a lo mejor en eso consiste todo en este juego de ángeles, demonios, y todos los demás. ¿Será que toda redención conlleva el escarnio público?
Estoy harta de redentoristas. De gente con peso, con educación y formación que ignoran o equivocan la razón de ser de su peso, educación y formación. Sobre todo estoy más que harta, y ello sí me angustia, de esa gente anclada en la verdad absoluta por derecho divino. Si la humanidad, en un concepto infantil y simplista – seguro -, estamos formados por un sin fin de elementos de configuración interna inestable, una especie de flanes oscilantes, inconsistentes, aparentemente firmes pero realmente tambaleantes, ¿cómo es posible que la conciencia de los que creemos tenerla puede depender de la de los que no se molestan en poner en tela de juicio la suya propia o lo acertado o desacertado de ella y la asumen a pies juntillas y porque sí, y además la imponen en su entorno sin ningún tipo de miramiento?
Sí, siempre hay espíritus puros que te dejan constantemente en evidencia frente a los demás en alguna ocasión pero siempre ante ti mismo, y me pregunto: ¿es eso natural, sobrenatural, lógico, caritativo, humano o, en el peor de los casos, al menos necesario? Ni idea si lo es, pero, sin tener idea ni tener por qué tenerla, desde mi concepto de retrasada mental bienintencionada me parece lamentable y me siento profundamente herida por ello. Pero bueno, que yo me sienta herida no tiene la menor importancia para los demás y a estas alturas de mi propia vida incluso tampoco para mi misma. Simplemente es por aquello de que el saber no ocupa espacio que sigo preguntándome: ¿Será que todo es, en el fondo, lo que puedan pensar los demás y nosotros, conscientes o inconscientes, bailamos, quieras que no, al son que nos tocan?
Pues a lo peor si. ¿No?

3 comentarios:

Pombolita dijo...

Isadora, que bien explicas mi incomodidad ante cierta gente o ciertos hechos.
¡Gracias por el esfuerzo de iluminarnos!!!!
Una absoluta imperfecta

TORO SALVAJE dijo...

Yo estoy harto de tanto perfecto.
Y de sus mentiras.

Besos.

Sirena Varada dijo...

Me resulta imposible responder a su pregunta, ni lo pretendo. Todo es el éter en qué discernir, tal vez, una pregunta. Quizá todo lo que alcancemos a saber y asir con las manos sea un nombre, un signo de interrogación a qué conferir entidad y firmeza, y con él toda cercanía al objeto del conocimiento y el deseo.

Lo único que sé es que este último día del año me trae hasta usted, querida Isadora. ¿Por qué? Acaso porque ha hecho de este lugar otro nunca jamás, o tal vez porque tengo la seguridad de que aquí no me encontraré con un espíritu puro, un redentorista al uso.

Sólo sé que le tengo muy presente. Le mando una sonrisa de admiración y empatía, y un fuerte y sincero abrazo.

(PD. Si su amigo Calimatías parase por aquí, también para él mis mejores deseos)