Tequila:
A medias nos quedamos siempre, se lo aseguro. Yo al menos. Menos mal que siempre parece haber una luz pequeña y débil al final del camino, y eso debe ser la exteriorización de la esperanza. Seguramente demasiado pequeña y demasiado lejana, pero, a pesar de todo, real y cierta.
La esperanza se me antoja como una especie de cajón de sastre. Hay de todo. Y mientra una se molesta en encontrar el cachivache que precisa, no lo hacemos en pensar en otras cosas, y menos aún en aquellas que nos angustian y desequilibran.
Me temo que en ello precisamente radica el autentico sentido de la esperanza. No parece ser remedio de nada, pero si disimulo de todo; y mientras nos sorprendemos de algo, tratamos de engañarnos burdamente con falsos espejismos, o creemos haber encontrado soluciones por malas que sean, lo que de verdad está ocurriendo es que el tiempo sigue pasado a nuestro lado sin que nos percatemos de ello, pero dejándonos nuevas imágenes, palabras, y sensaciones que pudieran sustituir a las antiguas. A lo peor ni siquiera serán mejores que las otras, pero sí distintas, y esto parece bastar. (Alguien dijo alguna vez, seguro, que el tiempo todo lo cura. ¿Que es triste? Por supuesto que lo es. ¿Pero deja de ser, por ello, verdad?)
¡Triste! ¡Realmente triste!
Corremos; sin lugar a dudas que lo hacemos. Pero casi siempre corremos a ninguna parte y tratando de llenar ése sin sentido con grandes quimeras, sueños irrealizables, pretensiones de infinito. Y no; la vida, nuestra particular vida, que nos es propia e intransferible y casi nada tiene que ver con la vida en abstracto, no da para tanto; apenas para llevarla a cuestas minimizando los daños colaterales, porque los propios simplemente los asumimos sin más, manteniendo estoicamente, si hay suerte, cierta coherencia y dignidad.
Al fin, cuando nos percatamos que nuestra propia vida no tiene ningún sentido en si misma, es cuando somos totalmente conscientes de que lo que pretendemos hacer es llenarla con la de los demás, y ahí si, ahí casi siempre ¿acertamos? llenándola de sobresaltos y angustias. Ahí es donde se producen las grandes hecatombes porque estamos preparados para fracasar por nosotros mismos y sin ayuda de nadie, sobreviviendo a nuestro propio fracaso, pero no lo estamos para que nos hagan fracasar los demás, de los que no podemos prescindir, pero a los que habitualmente y con la mayor de las consideraciones obviamos intelectual, que no emocionalmente, olímpicamente. Nos descolocan, nos irritan, nos hacen más pequeños de lo que somos, y como consecuencia de ellos queda al descubierto nuestra vulnerabilidad, sobre la que no podemos incidir ni siquiera para apuntalarla convenientemente. Simplemente quedamos al pairo de cualquier corriente que pueda afectarnos y dispuestos a un previsible naufragio del que también sobreviviremos para afrontar eternamente sus consecuencias.
En fin; que la vida es lo que es por muy “arrugás” que nos deje a las dos: o la dejamos pasar sin más mirando a otra parte, o nos implicamos en ella asumiendo sus riesgos, tratando de curarnos como mejor sepamos las heridas y volviendo siempre a la brega tras el penúltimo revolcón. Me temo que no da mucho más de sí, y no parece poco.
PD. En términos políticos-economicistas: “la vida es un compendio de actos absurdos que casi todos ellos tributan a Hacienda”.
¿Se le ocurre definición más lamentable y cierta que ésta?
A medias nos quedamos siempre, se lo aseguro. Yo al menos. Menos mal que siempre parece haber una luz pequeña y débil al final del camino, y eso debe ser la exteriorización de la esperanza. Seguramente demasiado pequeña y demasiado lejana, pero, a pesar de todo, real y cierta.
La esperanza se me antoja como una especie de cajón de sastre. Hay de todo. Y mientra una se molesta en encontrar el cachivache que precisa, no lo hacemos en pensar en otras cosas, y menos aún en aquellas que nos angustian y desequilibran.
Me temo que en ello precisamente radica el autentico sentido de la esperanza. No parece ser remedio de nada, pero si disimulo de todo; y mientras nos sorprendemos de algo, tratamos de engañarnos burdamente con falsos espejismos, o creemos haber encontrado soluciones por malas que sean, lo que de verdad está ocurriendo es que el tiempo sigue pasado a nuestro lado sin que nos percatemos de ello, pero dejándonos nuevas imágenes, palabras, y sensaciones que pudieran sustituir a las antiguas. A lo peor ni siquiera serán mejores que las otras, pero sí distintas, y esto parece bastar. (Alguien dijo alguna vez, seguro, que el tiempo todo lo cura. ¿Que es triste? Por supuesto que lo es. ¿Pero deja de ser, por ello, verdad?)
¡Triste! ¡Realmente triste!
Corremos; sin lugar a dudas que lo hacemos. Pero casi siempre corremos a ninguna parte y tratando de llenar ése sin sentido con grandes quimeras, sueños irrealizables, pretensiones de infinito. Y no; la vida, nuestra particular vida, que nos es propia e intransferible y casi nada tiene que ver con la vida en abstracto, no da para tanto; apenas para llevarla a cuestas minimizando los daños colaterales, porque los propios simplemente los asumimos sin más, manteniendo estoicamente, si hay suerte, cierta coherencia y dignidad.
Al fin, cuando nos percatamos que nuestra propia vida no tiene ningún sentido en si misma, es cuando somos totalmente conscientes de que lo que pretendemos hacer es llenarla con la de los demás, y ahí si, ahí casi siempre ¿acertamos? llenándola de sobresaltos y angustias. Ahí es donde se producen las grandes hecatombes porque estamos preparados para fracasar por nosotros mismos y sin ayuda de nadie, sobreviviendo a nuestro propio fracaso, pero no lo estamos para que nos hagan fracasar los demás, de los que no podemos prescindir, pero a los que habitualmente y con la mayor de las consideraciones obviamos intelectual, que no emocionalmente, olímpicamente. Nos descolocan, nos irritan, nos hacen más pequeños de lo que somos, y como consecuencia de ellos queda al descubierto nuestra vulnerabilidad, sobre la que no podemos incidir ni siquiera para apuntalarla convenientemente. Simplemente quedamos al pairo de cualquier corriente que pueda afectarnos y dispuestos a un previsible naufragio del que también sobreviviremos para afrontar eternamente sus consecuencias.
En fin; que la vida es lo que es por muy “arrugás” que nos deje a las dos: o la dejamos pasar sin más mirando a otra parte, o nos implicamos en ella asumiendo sus riesgos, tratando de curarnos como mejor sepamos las heridas y volviendo siempre a la brega tras el penúltimo revolcón. Me temo que no da mucho más de sí, y no parece poco.
PD. En términos políticos-economicistas: “la vida es un compendio de actos absurdos que casi todos ellos tributan a Hacienda”.
¿Se le ocurre definición más lamentable y cierta que ésta?
6 comentarios:
La vida es lo que es.
Realmente, si te pones a pensar,-una mierda-, sobre todo una mierda rápida.
Por lo cual, no perdamos el tiempo, vivámosla plena y valientemente.
Arriesguemos.
Doble o nada.
Blanco o negro.
Sólo vivimos una vez y de aquí no nos llevaremos nada.
Ama.
Sufre.
Emociónate.
Llora.
Rie.
Crea.
Compadece.
Vive.
Vive.
Vive.
Sí, de acuerdo.
Pero, ¿y cuándo no depende de una, que es lo que ocurre casi siempre?
¿Sobrevivientes? ¡Por supuesto!
¿Insensibles? Bueno, seguramente sería lo deseable. Pero, ¿lo deseable para qué? ¿Para aguantar? ¿Es aguantar lo único a lo que podemos aspirar?
Prefiero el riesgo. Es duro, lo sé. Pero si acierto ...
Aplastante percepción de las esperanzas. Llevo días dándole vueltas. Sé (imagino) que cuando habla/escribe lo hace desde la perspectiva de creer o pensar que las cosas son como las cuenta. También que sus verdades no han de serlo para otros y sin embargo: se muestra tan segura, contundente, que me hace pensar y dar vueltas y resulta que quizá sí, quizá tenga razón y se trate sólo de distracciones que cumplen la función de apaciguarnos… Siempre creí: por aprenderlo de tal modo, que las esperanzas eran fines probables (las auténticas; no esos ojalás que suspiramos inconscientemente), metas, deseos lejanos pero alcanzables, futuribles cargados de suertes o destinos a los que en cierto modo podemos invocar… Pero su visión es mejor: clarificadora, aceptable, más aún asumible, tangible…
Dice que el tiempo todo lo cura… triste, ciertamente. Algunas cosas no deberían cursarse jamás, pues al hacerlo se pierden y no volvemos a ser los mismos.
Genial su “los demás [] a los que habitualmente y con la mayor de las consideraciones obviamos intelectual, que no emocionalmente, olímpicamente.”
No se me ocurre mejor definición, auque me gustaría apostillar que a veces, gracias a D., tributamos encantados; silbando “que me quiten lo bailao” con desafiante o melancólica sonrisa.
Leo su comentario:
Aguantar?, por qué? Pase que nos afecten los demás, que nuestra vida no dependa, casi nunca, de nosotros…pero no sentir, domar hasta casi el aniquilamiento, es estar muerto.
Besos
PD: Si acierta… me lo cuenta: escribe una entrada toda en mayúsculas; aunque no tenga tiempo, ni ganas, de contar porque lo que “le sale” es vivir, vivir y no pensarlo.
Ojalá.
Un análisis brillante sin duda querida Isadora, y los comentarios de Pombolita y Tequila me dejan la sensación de acuerdo, en el sentido de que nos han invitado a un baile que no pedimos, pero ya que estamos aquí...
¿Qué va a ser la vida sino lo que no se deja ver? Porque creemos que es nuestra sólo por no podernos despegar de ella cuando aprieta tanto.
La vida fagocita el tiempo, o al revés, que para el caso es lo mismo, y de los erráticos pasos que nos acompañan y alucinamos se alimentan ambas. Son los caballos de tiro que nos llevan por donde apaciente el desconsuelo de saber que no hay manera de frenar su empuje.
La maléfica conjunción de interponerse al deseo nos conduce siempre por veredas nuevas, ninguna prefigurada en nuestro plan de entendimiento. Por eso, al final estamos vacios: porque no hemos podido ser de nosotros, ni nuestras fuerzas han merecido otro cometido y eco que dejarse arrastrar por el tándem del diablo.
Todas las fases llevan a que el tiempo se aplasta, desfallece y abomba, lo que a nosotros ocasiona la precariedad de ni siquiera poderle seguir los pasos, meros sujetos pacientes empantanados en recordar lo que ha sido la vida de nadie, ni la nuestra. Los paseos a que te condujeron sin que de ti tuvieran nada dentro, las emociones enmascaradas en rostros ajenos por donde pululas, vendados los ojos, sin que haya justicia en ello, tratando de entender algo; qué hacías ahí por lo menos.
La vida pudo ser un regalo si existiera para tu coleto, pero, al embate de todos los vientos juveniles, seniles y otoñales, de comienzo a fin es una esperanza fallida; la introducción de sopetón en el laberinto donde no hay puertas, y el deseo cifras constantemente en mirar el cielo, como si de allí viniera alguna vez a contarte algo de lo que pasa una estrella, y no sintieras el rodar en canto desvalido de tu vida por estancias donde todo te olvida.
No le falta razón (rectifico: nunca le falta razón), querida Isadora: Todos estamos emocionalmente predispuestos a la conexión y la dependencia y condenados intelectualmente a la soledad más altiva.
Josep Conrard dijo que el que crea un vínculo está perdido. Y ese es precisamene el gran secreto de la naturaleza humana: como seres sociales tenemos el imperativo natural de ir creando vínculos. Y es inevitable. Queramos o no estamos perdidos.
Y yo también me perderé, lo admito. Crearé y mantendré vínculos sin tener miedo al miedo. Pero incluso pérdida en el desierto de las relaciones humanas, una certeza me guiará:
La vida de los demás nunca será la mía.
Le mando un fuerte abrazo.
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