lunes, 28 de septiembre de 2009

Casi nada.

Qué curioso es todo. A veces pienso que me paso la vida inventando problemas. Sacando conclusiones tortuosas de situaciones cotidianas. Pretendiendo encontrar la razón de ser de una vida sin sobresaltos. En fin, que me paso la vida intentando justificar mi vida para que no sea un encefalograma plano. ¿Lo consigo? Seguro que no, pero ¿qué más da?, ¡me sirve!... Bueno, tampoco lo sé. A lo mejor sólo creo que me sirve, que parece ser lo mismo.
Mi vida es eso, una serie de acontecimientos que se suceden unos a otros y forman un todo con un algo en común entre ellos, el afectarme de muy diversas formas. Seguro que no entiendo casi ninguno de ellos. Seguro que los asumo tranquilamente porque son simplemente acontecimientos de mi vida, y ya se sabe, una tiene que aguantar carros y carretas porque seguramente es lo que tiene que hacer y son consecuencia inexorable de los propios aciertos y desaciertos. Bueno, no es que los asuma sin sobresaltos o que sean incapaces de producirme ciertas inestabilidades, que sí lo son y sí las producen, es que los asumo porque los asumo a pesar de sus posibles consecuencias, y no hay más que decir.
La vida es lo que es, y la imaginación nada cuenta en esta historia.
Si, así es mi vida, toda normalidad dentro de un caos aceptable y hasta lógico más allá de la lógica común, que nunca suele ser parecida a la propia. Pero de repente alguien próximo a ti te dice cualquier cosa que no está en tu guión, y, ¡oh!, hecatombe total. Te pierdes. Balbuceas. No encuentras razones porque ignoras las razones. Las palabras son una cosa, pero las palabras casi nunca son razones validas, y sigues respirando porque no hay más remedio, pero tu respiración se entrecorta. Sientes miedo y no por ti, que nunca lo tuviste, sino por ese alguien. Tú ya no eres tú. Has perdido el paso. Te falta suelo bajo los pies, y te das cuenta que tu vida ya no es tu vida, que lo realmente tuyo siempre ha sido una cierta impostura, escenificación gratuita de algo que sólo te roza de lejos cuando en verdad estás dentro de ese algo y en primera persona . Te das cuenta, y que terrible es darte cuenta - posiblemente incluso más terrible que no saber que decir a quien te pide respuestas - que tu vida nunca ha sido tuya de verdad, que estás aquí por los demás, y que como casi todo es ajeno, estás porque no tienes más remedio que estar. Lo dicho, pierdes pie; si pretendes ser inteligente cierras la boca, y si además eres más humana de lo que crees ser: escuchas, escuchas, y sigues escuchando, pero sin rechistar, que no es nada fácil. Seguramente es la única terapia valida para los demás, porque lo que es para ti…. Tú te adentras en un mar bravío que acrecienta tu impotencia, aguas desconocidas y oscuras. Y entonces sí, entonces todos los sobresaltos del mundo caen sobre tus espaldas.
Que difícil es llegar a entender que lo mío es no entender casi nada.

7 comentarios:

María Antonia Moreno dijo...

Lo cierto es que lo inteligente es darnos cuenta de que no entendemos nada, de que estamos aquí por casualidad, de que ... y vivir, que no es poco.

"y admitir, que, simplemente, hemos vivido". Manolo García sic.

Un abrazo, Isadora

calimatias dijo...

A fin de cuentas los sobresaltos siempre tienen el rostro de otro, su voz y gestos…, a los demás sólo nos toca encajar las consecuencias de ese salvaje asalto y tratar de alcanzar la orilla del día siguiente. Nunca he querido significarme por molestar al prójimo con mis letanías; de hecho añoro la soledad y el recogimiento hasta límites que pueden resultar excesivos a un extraño. Tenía una vida entrenada en esos hábitos hasta que todo cambió de la noche a la mañana. Y fue a pesar de mí mismo. Entonces me vi envuelto en dimes y diretes abominables que produjeron, y a día de hoy me producen, arcadas. Fue el momento en que tomé conciencia de lo lejos que estaba de poseer el control de mi vida. Estaba terriblemente expuesto a las reacciones ajenas. Toda esas fuerzas que pugnaban venían de fuera y me afiebraban el carácter, consiguieron que me comportara como si yo fuera otro. De repente me puse a decir cosas que no quería decir, a interesarme por lo que nunca me había interesado. El paso siguiente, y no menos doloroso, fue buscar un interlocutor, un alma gemela, al que asaltar sin previo aviso con mi asquerosa presencia.
Tardé un tiempo razonable en llenarme de falsas razones hasta que di el paso. Uno no va sobrado de valor. Pero allí estaba yo, comprometiendo a otro en lo que no le concernía para no quedarme pegado al miserable universo de quejas y recriminaciones. Tenía la vana pretensión de salvarme implicando a alguien más.
Cuando en una reunión familiar de no hace mucho días varios de mis hermanos manifestaron su alivio de vivir lejos del lugar de la cita yo mismo añadí mi propio parecer de los meses estivales pasados en otra tierra. Las sensaciones nítidas de tranquila y relativa felicidad. Cómo estando allí lejos se había impuesto sin el menor esfuerzo un acuerdo tácito, no hablado, de dejar aparcado el combate de voluntades. Un lugar donde la lectura suplía a la escritura, e incluso el insomnio, cuando venía, era más placentero.
Claro que vivimos de impresiones recogidas al azar, hay un fuerte componente de provisionalidad en todo lo que hacemos y pensamos. También en lo que nos hacen. Que la vida no nos pertenece en absoluto lo demuestra a cada momento esa sensación de palpable desasosiego, de ansiedad y frágil humanidad que nos retuerce el alma. Basta el vuelo de una mosca para que el castillo de naipes se derrumbe.
A usted, mi querida Isadora, no le altera la probable incorrección de otros, el agravio que evidentemente sufre cuando le piden implicación o respuesta a problemas que no son suyos. Sea cual sea el caso al que se refiera lo cierto es que el descubrimiento lo tenía hecho desde mucho antes, me refiero a lo que usted misma dice: “que tu vida nunca ha sido tuya de verdad, que estás aquí por los demás, y que como casi todo es ajeno, estás porque no tienes más remedio que estar”. Su texto habla de la vida a raudales, el sustantivo está presente una y otra vez en las líneas, por lo tanto es razonable que la califique de acuerdo a la importancia que ésta tiene, sobresaltos incluidos.
Le diré una última cosa tras la sorpresa que me ha producido, azar incluido, acceder a su texto. A veces te llega la obra de un joven emprendedor que busca abrirse camino en la fábrica de sueños y piensas que ésa sí es una buena lucha, que hay que buscarse una empresa a la altura de nuestro arrojo y no condolerse con lo que pudo ser y no fue. Ya no pertenezco al tiempo de esa toma de decisiones, pero reconozco su mérito. Cuando mis alumnos vieron el trabajo de ese joven artista opinaron a viva voz y sin tapujos. Lo resumiré en los comentarios de dos de ellos. Una alumna dijo que en la historia que acababa de ver nadie parecía estar contento con lo que era y con ser quien era. Otra apostilló que se sentía incluso que lo ignoraban todo de ellos mismos. Y si el arte nos descubre semejante estado de orfandad, ¿qué no será capaz de descubrirnos la vida?

Mis felicitaciones por su regreso.

El Rey del metro dijo...

La vida nos vive.

Nunca ha sido nuestra. Por eso ni siquiera es paradoja. Es el "revolutum" de lo que nos signa por dentro, llama, y no se encuentra escapada. Son sistemas diametralmente discordantes, desconcertantes en su esencia: el hombre disipa su entramado, y la vida realza el imperio de lo que nunca será alcanzado. Por eso la distorsión, la imperfección de creer en el nexo. Más que de espaldas, la vida no repara en nosotros. Va por derroteros que nunca entenderemos y ni siquiera acercamos, porque estamos puestos aquí para no sabernos: esa es la grandeza del hálito humano: que sin asideros ni agarraderos de lo incomprensible a más de la vida, aún integramos ideas, factores, recuerdos, hilachas, de las que nos empeñamos que, en ellos, hemos existido en la total falacia. Parece que seguir sea toda la preponderancia de una idea que se ha cansado de nosotros de tanto indagarnos, convencidos de que algo debe haber; un puente solitario, una sonrisa, una amabilidad desbocada y sin freno que ampare la tarea que restaña la sólida base de carecer de esperanza, porque es otro el hito que se escapa y perseguimos. Se trata de no aplacar el ardor continuo de saber qué estamos haciendo.

Sirena Varada dijo...

Miquerida Isadora, sus textos, siempre maduros, están cargados de fruta que alimenta.
Siempre habrá un imponderable que intente acabar con nosotras todas las veces que haga falta, pero nosotras seremos más imponderable, más escurridizas, más astutas. Acaso todo sea un ejercicio de soledad que no tiene más recompensa que verte a ti misma haciendo algo que tenga que ver contigo.
¿Qué importancia debemos de otorgarle a una pregunta que nos descoloca? No sé, pero ojalá que todo fueran preguntas redondas de esas que besan las bocas y sientan cátedra.

Yo sí que le voy a resultar cursi(ruego me aplique el atenuante de sincera) al recoger el testigo de su amigo Calimatías y expresarle, en mi caso de forma explícita, mi admiración y mi afecto. "Casi nada"...Sonría

Antón Abad dijo...

Es francamente delicioso pasearse por su incertidumbre; un lujo, por lo que veo, reservado a unos pocos. Voy a confiarle un secreto; muchas veces me encuentro haciendo cosas de las que desconozco por completo su sentido, pero no sé si por pereza intelectual u otros motivos que atienden a la obediencia debida a mi piloto automático particular, respondo al impulso con la metódica propia del convencimiento de obrar consecuentemente. Tarde o temprano las piezas del rompecabezas encajan, y termino encauzando los antiguos sinsentido en un plano de utilidad evidente y revelada.
"El poeta es un fingidor", dictaminó el maestro Pessoa, y aprendí que la impostura, no siempre es un hecho rechazable. Podría asegurar ser el sumo sacerdote de un ritual infalible si con ello pudiera quitar un dolor de cabeza a un aprensivo. Citando nuevamente al gran portugués, le recordaré que la realidad es siempre más, o menos de lo que queremos, y que la vida de relación tiene más peligro que un pelotón de fusilamiento en corro, por lo que el miedo es una necesidad saludable que nos alerta. Cuando pierda el paso, haga como hacíamos en el cole; aquel "pasus interruptus" que nos ponía en sintonía, pero del que éramos conscientes, y podíamos revertir a voluntad.

tequila dijo...

Y qué otra cosa podemos hacer mas que asumir los acontecimientos de nuestra propia vida? Unos por ser consecuencias y otros por realidades, que vienen a ser las consecuencias de otros; que nos salpican o encontramos; pero que igualmente nos toca vivir.
Creo que cuando palabras ajenas te llevan a la hecatombe no son las palabras ni el mensaje lo que trastoca si no el descubrir que otra persona te importa demasiado. Y uso el término “demasiado” porque mi derrumbe se debe a ese “de más” que me queda al asumir que aún a mi pesar, se anteponen palabras ajenas a mi propia realidad, aplastando ésta, destruyendo la calma en que me trato de vivir.
Habla de escuchar sin rechistar y añade que no le resulta fácil. Calla por respeto o por miedo a lo que pueda decir?
Dice:"La vida es lo que es" y me quedo "arrugá",en un contínuo "ya está?", con la sensión de quedarme a medias...
Besos a los 5.

Sirena Varada dijo...

Querida Isadora, no sé a qué consecuencias se refiere más allá de las de abandonar el blog. No se alarme, sólo es cansancio. Precisamente usted tiene que saber de qué hablo, pues le conocí con una fisonomía muy diferente.

Me habría encantado conocer su parecer sobre los gorriones, los sueños y sus escalas. El presente lo único real, como dice la canción de Calamaro:

Cuánta verdad, hay en vivir, solamente ........... ,

solamente importa el momento en que estás

¡Si! el presente...... el presente y nada más

Seguiré viniendo a verle, eso sí, no prometo que vaya a mejorar mi habitual impuntualidad e inconstancia. En lo que siempre seré fiel será en la satisfacción que me produce encontrarme con usted y con nuestro querido Guadiana.

Un abrazo.