lunes, 6 de julio de 2009

Ocurrente, ¿y para qué?

Que fácil es decir algo aparentemente ocurrente. Seguramente lo solemos hacer quienes tenemos todo en nuestro entorno totalmente controlado. No digo perfecto, que es otra cosa. Sino sin posibilidad alguna de grandes sobresaltos. Una vida ordenada. Una vida asumible. Sin aristas. Del color gris que es el color de la falsa virtud y del término medio, y el del espíritu acomodaticio que no resuelve nada pero tampoco descompone casi nada. Una vida para transitar por ella con cierta somnolencia, dejándola hacer sin inmiscuirse o interferir demasiado.
Es fácil decir o escribir algo ocurrente sobre la vida, habitualmente sobre la vida de los demás, porque la nuestra ¡que nadie la toque! Será lo que será. Será incluso una autentica mierda, ¿pero quién es el guapo capaz de decir algo ocurrente sobre su propia vida cuando sospecha que pudiera ser lo que he dicho? ¿Y quién es el guapo que admitiría ese tipo de comentarios cuando, que aún es peor, proceden de los consabidos voayer de siempre, mirones con sentido o sin él, de vidas ajenas?
Son divertidas las miserias de los demás. Bueno, a lo mejor no he sabido expresarme y resulta que el concepto no es el de calificarlas de divertidas, pero sí suelen resultar casi siempre exageradas, patéticas, irreales. Lo mejor para todos, para el que las sufre y para el que las comenta, suele ser desdramatizarlas, diluirlas, empequeñecerlas, y hasta disculparlas. ¿Qué sé yo? Y ahí empieza y termina todo. Cuando una se queda anclada en el qué sé yo todo suele hacer aguas por todas partes. Y en esos casos hay siempre dos posibles situaciones: la más practica, la verdaderamente humana, la que con seguridad es la más inteligente, consiste, ni más ni menos, en quitarse de en medio lo antes posible; o la otra, la idiota de toda la vida, la que nos hace perder el ritmo de nuestra respiración profundizando no se sabe dónde y menos aún el porqué, arriesgándonos a no ser ocurrentes pero sí estúpidamente solidarios y, sobre todo, la que no nos ayudará nunca a llegar a alguna parte y tan sólo nos suele incitar a pararnos a pensar siendo medianamente conscientes de nuestra evidente pequeñez no imaginada, sino la real.
¿Pararnos a buscar? ¿Pararnos a pretender conseguir guardar un silencio respetuoso que imposibilite que nos convirtamos en simplemente ocurrentes donde nunca debiera caber tal ocurrencia? En fin, lo dicho: ¿qué se yo?

4 comentarios:

Gabriel Ramírez dijo...

Sepa usted que echo de menos sus comentarios en mi blog.

Sirena Varada dijo...

Sepa usted que, en su lúcida ironía, me ha recordado al gran Lúzbel.
Sepa que usted no necesita ser ocurrente.
Sepa que sus palabras, como los grandes amores, se valoran mejor en la ausencia.

Alphonse Zheimer dijo...

Estoy casi de acuerdo en todo con Ud., salvo en lo de que es fácil decir algo aparentemente ocurrente; al menos, queda demostrado que a nuestros próceres les cuesta lo suyo, y eso por no hablar de "hacer" algo ocurrente. Lo suyo es más bien: "lo" recurrente. En mi caso particular, la vida de los demás me interesa bastante poco en la medida de que no interfiera con la mía, llevada con la mayor discreción posible; un andar de puntillas para no interferir en otros jardines ni bloquear pasos de carruajes. Sólo suelto mi verborrea de patio de vecindad cuando no puedo aceptar los abusos impuestos por cualquier hujo de vecino o el presidente de la comunidad de "propios otarios" en que nos convertimos al callar las ofensas que creemos dirigidas a otros. ¿Recuerda el poema de Bertolt Brecht que decía:
primero se llevaron a los comunistas,
pero a mí no me importó,
porque nunca fui un comunista;
luego se llevaron a unos obreros,
pero la cosa no iba conmigo...

Por transitable que sea nuestra vida, mal haremos en considerar que nada va con nosotros mientras no lo encontremos en la bañera, porque quizás ya esté ahí, y las sales con sus burbujas aromáticas nos impiden verlo.
Tenemos una obligación no escrita de no hacer oídos sordos al problema, porque este, aunque no nos lo parezca, se plantará ante nosotros reciclado convenientemente.
Si decir apenas algo ocurrente, sirviera para que al menos una persona se parara a pensar en lo que ocurre y debiera ser corregido, la ocurrencia estaría más que justificada. Tiene Ud. un don querida, que es el de hacer pensar; no todos podemos ser hombres o mujeres de acción, a algunos les cuadra más la tarea de faros o vigías, que son igual de indispensables para descubrir peligros. Cuando algo turbe su respiración, alce la voz, puede que el eco de su grito le permita seguir respirando hasta cuando ya no lo haga.

tequila dijo...

perdone pero... aunque no sea ocurrente...unas palabritas?
Besos