sábado, 9 de mayo de 2009

La culpa fue de Sirena.

No sé si lo angustioso es dejar de ser en vida sin darse una cuenta del todo, y quedar al pairo de vientos desconocidos y en tierra de nadie, rodeada, además, de seres desconocidos, que te acosan día y noche, y te hablan de temas sin sentido, y te recuerdan situaciones ajenas que no te interesan en lo absoluto, y, por respeto, y por no contrariar a nadie, que nunca te ha gustado hacerlo, les sigues la corriente con cuatro frases, lugares comunes, que guardaste con esfuerzo en el baúl de la memoria; frases planas que seguramente no lleven a ninguna parte.
No sé si lo angustioso es estar rodeada de seres que ves con toda claridad y tal y como son, con perfiles definidos y exactos, pero a los que nunca llegas a percibir sensorialmente del todo, como si fueran, -¡que absurdo! -, un poco fantasmas; y de escenas que nacen espontáneamente y llenas de vida, pero que tu entorno, vigilante de tu felicidad, parece difuminar siempre con su cháchara incomprensible, y recubre de una cierta patina de tiempo pasado irrecuperable, y de sensación de nostalgia y de recuerdo, y de hasta de irrealidad y ausencia. Y entonces hay un algo maldito, imposible de definir con claridad, que trastoca tu hoy en ayer, y convierte todo en distancia, y también en tiempo pasado, y casi siempre en soledad, porque la soledad, lo sabes muy bien, nace siempre de una compañía, -¿qué puede importar que sea necesaria?- no pretendida.
No sé si lo angustioso es tener constantemente la sensación de estar en un angosto callejón que te parece que no debe llevar a ninguna parte, y entonces te desesperas sin palabras ni gestos, con un mutismo elegante y digno, y para no chillar y romper tu imagen en mil pedazos y pretender no dejar de ser un poco más tú misma, te quedas mirando un punto fijo, ese en el que no ves ya a quienes te acompañan y pierdes el interés por reconocerlos, y, sin embargo, sigues viendo a los auténticamente tuyos que vienen de todas partes; en ese punto en que no hay conversaciones que no entiendas y además no te interesan, sino todo lo que dejástes atrás sin percatarte de ello.
No sé si lo angustioso es darse cuenta de todo eso, o no darse cuenta de nada, y no entender tampoco nada, y sentirse flotando en un lugar desconocido y a merced de los caprichos de los demás, y desorientada y confundida, y a pesar de todo ello, luchar contra ti para conservar una imagen aceptable y digna para ti misma, que es lo que al final sólo importa.
No sé que es realmente lo angustioso, pero al final, y sin saber tampoco el porqué ni el para qué, te quedas mirando ensimismada un punto inexistente del infinito sin decir nada, posiblemente sin pensar en nada también, y sin pretenderlo si quiera, - Dios, ¡que no sea cierto!– propiciando, con tu ensimismamiento y la distancia que te invade, que un hilillo de saliva discurra por la comisura de tus los labios.
No sé qué pueda ser lo angustioso. No, no lo sé.

8 comentarios:

Lúzbel Guerrero dijo...

¡PLÍÑ!, inaugurando en lo de la DUNCAN
Lleva razón ISA; tiene que ser desesperante escuchar a todos esos moscones que te hablan a gritos, como si en lugar de tener medio cuerpo paralizado, fueras alguien sentado encima de sus orejas; y ese tonito que usan con la entonación subiendo al final, acompañad de la mueca ñoña
¿Es que piensan que uno vuelve a ser bebé después de una hemiplegia o un brote de Alzheimer?; que el resultado de tener unos huesos frágiles, o coyunturas en siniestro total hace que el cerebro se reblandezca?
Debería haber cursos (cada día somos más dados a ellos) de preparación para no ofender a los ancianos y los enfermos con esa bobalicona gentileza y bondad de todo a cien
No digo que tengamos que tratar sobre la cuántica o el último descubrimiento acerca de los fractales; ¿pero qué tal si los tratáramos como a adultos capaces de mantener una conversación digna?; adultos que, en muchos casos, saben infinitamente más que nosotros, y por eso nos perdonan la estulticia.
Y a ver si cuida un poco la ortografía oiga
Lo de: "dejástes", me ha provocado un ictus, y los vecinos hacen cola para torturarme con su bondad cristiana

Isadora dijo...

Le puedo prometer y prometo que nunca más pecaré, y que cumpliré mi penitencia de escribir 500 veces la palabreja de marras correctamente: "dejaste" dejaste, dejaste….
La verdad es que me dejé llevar.... que es lo fácil y usted, que está en todas partes para afear las malas conductas de los sufridos mortales, pues eso, que se percató de ello, como era de esperar.
¿Por qué no se pasa ya al bando contario que es al que le corresponde?

calimatias dijo...

Usted sabe, claro que lo sabe, lo angustioso que debe de ser todo lo que describe, que no es ni más ni menos que un retrato fiel de la edad desabastecida de aquellos que ya no se valen por sí mismos física o mentalmente. Ha penetrado en ese misterio para salvar afortunadamente la dignidad humana, y eso es más que suficiente porque el resto es puro egoísmo.
Todos conocemos una historia de ésas o estamos cerca de vivirla. Se convierte en algo más que en un tema de conversación con los amigos y no resulta extraño que a veces escuches juicios extremos de personas implacables que piensan que la vejez es un lastre insoportable sin esperanza alguna. Una condena que extiende sus garras a otros de manera inmisericorde.
Lo cierto es que oscilamos en nuestro juicio y un día estamos eufóricos y protectores y otro día miramos los estragos de la enfermedad del tiempo sin piedad ni afecto.
Cada vez hay más gente anticipando su propio destino en un desafortunado juego de hipótesis donde se ven en asilos y residencias cuidados por el dinero acumulado en toda una vida. Recelan de las familias y hacen sus cábalas. Resulta patético pero real. Son conversaciones de mesa de café, junto a la asistencia a los mayores de la familia si se ha seguido ese camino, que no siempre es así De todos modos, ese hecho puntual cambia la vida.
de la gente hasta límites insospechados.

Isadora dijo...

Mi admirado Calimatias: ¿Por qué mi escrito? Miedo, se lo puedo asegurar, simplemente miedo a no poder depender de mi misma y ni siquiera saberlo. Y también la pretensión, o la esperanza, o la ilusión de que, tras esa espesa niebla en la que nos hallemos inmersos, pueda haber un qué se yo que nos oriente en el camino aunque seamos incapaces de ponerlo de manifiesto a quienes nos rodeen.
Simplemente componer una vez más la figura incluso cuando una ignore que significan esas dos palabras.

calimatias dijo...

Usted ha descrito una realidad existente a partir de la impresión recibida por el texto de Sirena, por otro lado excelente. Al leerlo se produjo de manera inmediata el mecanismo que acciona el recuerdo de lo conocido y preferí dejarlo para después.
Es un hecho que su visión parte de la persona dependiente, babeante y digna. Imagina cómo puede estar sintiendo ese extraño juego de vidas a su alrededor, la cháchara de sus desmanes.
Yo me refería a los que están cuidando a sus mayores con mayor o menor fortuna y paciencia.

Sirena Varada dijo...

La culpa fue de Sirena, dice usted. Pues déjeme añadir que nunca la culpabilidad fue tan dulce de sobrellevar...

Irónico que sea dulce porque amargas son sus palabras. Y tristes. Y terriblemente certeras. Y maravillosamente poéticas. Es muy fácil buscar la belleza en la luz (aunque sea de la luna), parasitar en el terreno de lo obvio y encontrar la emoción y la lágrima. Usted, en cambio, busca y halla la belleza que se esconde tras la oscuridad, el sentimiento valiente y solitario que no tuvo miedo a las tinieblas.

Muchísimas gracias por su texto. La oscuridad que anida en sus palabras me ha inundado de luz.

El Rey del metro dijo...

Asusta lo que deviene en ti, en uno. Lo que convierte todo en un "Lo difuso" que haces tuyo a falta de ni siquiera haberlo. Todo lo que es nada recupera parte de su aserto. El ser no está ligado al éxito. Las pamemas lo invaden todo y a tu concurso levitan. Falta saber lo que falta que nunca se sabrá. El objetivo del hombre es creérselo; creer que su trasfondo significa algo. Entre medias está todo lo que impulsa a seguir no creyéndolo. Es la apática empatía, esa palabra que odio con todas las fuerzas que no tengo; sabiéndolo y sin saberlo y sin saber porqué; será por cómo la soban; suena o tanto que la aplican a limpiar un cauce que está seco. Cada momento se reinventa a sí mismo para parecer nuevo sin haber sido jamás viejo. Todo lo que se sabe es que no se sabe; lo que propicia, el bache infinito de un avión que se hunde en tu propio estómago. No es que no haya nada, sino que no hace falta. Que si hay realidad y estás en medio propendes a creer que lo que pasa es tu destino. Todo palabras mayores que no han crecido un ápice; un átomo, que mueren en su jaula estrecha. De principio a fin la angustia, el único motor que propulsa. Lo más, si no únicamente tuyo. No es algo. Es mucho. Es lo que has calibrado al cabo de los días pasados sin sentido, es decir, el nacimiento cautivo. La angustia besa la frente cada día para comprobar que existes y no te has ido a otro lado; que cuenta contigo para hacerse una. Si todo fuera un sueño serías un índice seco, sin nombres. Partido por la mitad del rayo del silencio. Todo está allá, donde aquí no hace falta pero decanta el alivio. Hay que esperar. La suerte nunca ha sido echada en este mundo ni en ninguno. No la hay ni rematadamente, porque habría que gastar la vida buscando su esquivo esqueje, su pulsera de merodeadora. No hay que esperarla. No es cuestión de suerte ni tino. Es cuestión de que nada recupera el tino; de que eres ni siquiera lo que creíste un día que tus pasos acompasaban el sonido de lo venidero. Sólo las puertas cerradas saben lo que no hace falta dejar entrar. Ya nada enturbia la mirada; no se mira. Solo hay una Sirena en la vida; varada y todo prende en las mareas y tiñe de color la vida, anima. Pronto la crucificarán por serlo y no querer mirar a otro lado sino al fondo de donde sale gutural, ruge la necesidad de que nada, absolutamente todo, sea como dicen que es y no se aceptan controversias; sin ella yo no sólo no juntaría letras cuando todo se ha cansado en su decurso y consumido; cuando la consunción sea el aditamento mágico de que todo está perdido para algo venga de nuevo algo; ni compondría nadas, con lo que me gustan, porque me estaría buscando la policía para decirme que no existía; que me dejara de pendejadas. Gracias a ella puedo esperar a pasar al otro estado, Dios quiera que pronto, cuando arrostre los ojos a la última aventura; o sea, la primera.

Sirena Varada dijo...

Isadora, sobre la sorpresa de la que le hablé; se trata de un nuevo blog en el que iré subiendo el último libro que me envió el Rey del metro: “Los dichos de la vida”.
Él no busca lectores (“En todo caso, todo, esto también, se ciñe al mundo de lo difuso y de la impenetrabilidad de todo discurso humano”), pero me consta que está encantado de que usted y yo compartamos su lectura, y en ello he encontrado el impulso para crear el blog.

Disculpe que le hable de ello aquí, precisamente en esta entrada cuyo título tanto me provoca.

Un abrazo y nuestro afecto.

(http://losdichosdelavida.blogspot.com/)