domingo, 19 de abril de 2009

¿Qué aspiras para el futuro?


Que no, que para nada voy a hablar de la felicidad. Que la felicidad de cada cual es de cada cual y mejor no deshacer el encantamiento que pueda haber en cada historia. De la felicidad colectiva mejor ni hablar, más que encantamiento es, simplemente, cuestión de marketing, mensaje televisivo, cortina de humo para enmascarar problemas reales. Que no, que de felicidad no voy a hablar, lo aseguro, pero sí voy a tratar de hacerlo de aspiraciones, de sueños inútiles, suponiendo que pudiera haber algún sueño útil, de vanas aspiraciones. Quiero escribir de lo que no será, y que nunca llegue a ser no es razón suficiente para dejar de escribir de ello, a fin de cuentas sólo soñamos en lo que sabemos que no será, y nos permitimos perder el tiempo en fantasías inútiles, esas que pintan, mientras soñamos, nuestra realidad de colores rutilantes capaces, incluso, de herir nuestra propia sensibilidad a poco que pudiéramos ser medianamente sensibles; esas que, sabedores que son totalmente imposibles, nos incitan a ser más conscientes y consecuentes con nuestra realidad, que no dejará de ser nunca la negación de la aspiración y de la fantasía que nunca podremos permitirnos.
Pero a lo que iba. Ayer me atreví a preguntar a alguien, persona a la que quiero y de la que no confío, lo reconozco, por que le quiero, y cuando una quiere, lo demás, aunque lo demás sea lo importante, pues, por el sentimiento mismo, deja de ser lo importante, y así nos luce el pelo a los racionales mortales que nos gobernamos por impulsos irracionales. En fin, que, armándome de valor, le pregunté: - ¿Y tú, a qué aspiras para el resto de tu vida?
No reproduzco la respuesta por respeto a quien pudiera leerme. Pero tampoco importa demasiado dicha respuesta. En realidad hacemos preguntas a los demás para no hacérnoslas a nosotros mismos, y como jamás nos formulamos tales preguntas esa es la razón única por la que somos incapaces, gracias al cielo, de tener que formularnos respuestas adecuadas y validas que, seguramente, ni siquiera no importan. A lo sumo obviamos la respuesta de los demás, torcemos el gesto, les despreciamos intelectualmente, y seguimos contentos con nosotros mismos, incapaces de responder estupideces de tal calibre. Pero las preguntas siguen estando donde estaban y las respuestas siguen estando donde no debieran, que de eso debe tratarse todo: de preguntarse y no responder.
-- ¡Dinero! ¡Poder! ¡Sexo! ¡Conocimiento!... ¡Eterna juventud! ¡Familia! ¡La esperanza del más allá! ...
Caray, que cantidad de conceptos y palabras huecas hay. A mi, a fin de cuentas, sólo se me ocurre una tontería más: -- “Alguien que me escuche cuando hablo, que, la verdad sea dicha, es que hablo muy poco, y alguien al que sepa escuchar sin estar obligada a pensar igual que él, y…, si no fuera mujer y las reglas sociales me lo prohibiesen, también una copa en la mano que elimine todos los diques inútiles que yo y mis circunstancias hubieran podido construir a lo largo del tiempo. Sólo eso, un tiempo sin tiempo pero lo suficientemente calido para sentirme a gusto en él.” -- Demasiado, ¡seguro!...
-- “Y tal vez, también, una música de fondo perfectamente escogida que acompañe ese tiempo”.
En fin,… Ya, ya lo sé, pero una es así, y no da para más. ¡Lo siento!

8 comentarios:

Sirena Varada dijo...

Querida Isadora, hable de lo que quiera, pero hable, es un gustazo. Particularmente me encantaría que un día hablara del amor, en frío, o en caliente, pero sin anestesia. Sin embargo tanto usted como el Rey del metro, parecen no estar nunca por la labor.
Comparto al cien por cien su ideal: “un tiempo sin tiempo” y no digamos si es con una copa en la mano, o mejor dos. En cuanto a la felicidad, siempre que sale a coalición (aunque sea implícitamente) pienso en lo que dijo Freud (y eso que no soy freudiana, al menos pragmáticamente freudiana): La felicidad es la remisión del dolor. Nótese que dice “remisión” no “ausencia”. Para Freud (y para mí) la felicidad no es no tener dolor de muelas; la felicidad es haber tenido dolor de muelas y que éste haya desaparecido. Si aceptamos esto como cierto, significaría que la infelicidad no es el dolor (mucha gente se acostumbra a vivir en el dolor) sino el advenimiento del dolor.

En cuanto a esas preguntas que hacemos a otros, pero en realidad estamos haciéndonos a nosotros mismos, me viene a la cabeza una frase atribuida a Dostoievski: El secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para que se vive. Isadora, me conmueve su indiferencia por la indiferencia, y su desapego...

PD: Olvidaba decirle que ha escrito una entrada excelente. Creo que es (si se me permite el oxímoron) caóticamente coherente. Profunda y visceral.

tequila dijo...

No hace falta que hable de la felicidad, el calificativo que usa para referirse a ella aporta bastante.

En mi mundo diferencio entre sueños “por qué no?”: aquellos en los que homenajeas tu imaginación lanzando órdagos sin llevar jugada; y sueños “sacarina”: en que cuidas la línea y no cometes excesos en la proyección de futuribles.

Estuve pensando largamente sobre lo que dice de las preguntas que hacemos a las demás. Me inquieta que tenga razón. Me inquieta porque creo que la tiene y por recordar alguna de las, últimamente, ando lanzando.

Un tiempo sin tiempo de buena conversación, de emisores y recepteros ideales y con banda sonora perfecta para el momento… demasiado, ¡seguro!... Una también es así.

calimatias dijo...

En otras de las muchas vidas con las que tropiezas a lo largo de la existencia me despedía de la gente con esa muletilla: Adiós, procura ser feliz. Después, por previsión o por simple desconcierto personal, añadí a ese saludo la coletilla: pero sólo lo justo. Como si el hecho de procurar ser feliz fuera cuestión de proporciones y medidas y alcanzar la plenitud del éxtasis trajera complicaciones de incalculables consecuencias. No les decía que fueran felices sino que lo procuraran. Entonces creía que todo consistía en un acto de generosa voluntad. Ahora ya no lo veo así. Con el tiempo abandoné esa actitud de repartidor de venturas y me limité a pedir a mis interlocutores que se cuidaran. Cuídate, terminaba mi saludo en la calle o en los correos por Internet. Es decir, les advertía de los muchos peligros a los que uno está expuesto y rogaba, suplicaba, aconsejaba y pedía encarecidamente al camarada de turno que estuviera sobre aviso y no se dejara sorprender. ¿Pero sorprender por quién? Sólo tengo una respuesta para eso. Cada día soporto peor la posibilidad de recibir noticias que hablen de ausencias para las que no voy a estar nunca preparado por la sencilla razón de que no he dicho aquello que deseaba decir a mucha gente. Y, sin embargo, cada día me aparto más de los otros. Así de complejos somos los seres humanos. Es como si dispusiéramos del capricho de un tiempo ilimitado para responder de nuestros desmanes con el prójimo y por eso no nos preocupara en absoluto estar en falta porque creemos que alguna vez de todas ellas podremos restituirlo y resarcirles.
En esas dudas me debato hasta perder mi arrojo inicial, al que nunca cedo.
Ahora alterno las fórmulas de saludo y despedida. Depende de las circunstancias, del estado de ánimo, pero casi siempre recurro al vale quijotesco o a alguno de los decires de mis maestros estoicos.

Supongo que no descubro nada nuevo cuando le digo aquí que cada texto encierra significados diferentes según quien los lea. Un lector examinará oscuridades obvias, otro visitará recovecos aparentemente insustanciales y los habrá que adquieran una engañosa pero muy lúcida percepción de conjunto. El sentido que a mí me proporcionada su escritura no puede ser compartido con nadie más. Puedo hacer mías apreciaciones ajenas pero se me disparan conjeturas de otro calibre. Observo un reproche firme. La contundencia de una queja formulada sin tapujos. La reivindicación, tal vez poco común, de que fuera de los otros no somos nadie. Voces clamando en el atronador desierto propio. Siento que nos dice que sin interlocutor el extravío de tantas preguntas sin respuesta deja de tener sentido. Que a veces vestimos el muñeco para fingir que compartimos una profunda reflexión que nunca partió de nosotros al exterior. Amagamos con sincerarnos pero nos replegamos al interior de nuestro propio egoísmo.
En mi caso me reconforta el silencio ganada a pulso. Leo a contadas personas en este universo blogero y disfruto con la manera que tienen de describir y reflejar su mundo propio, su habitación con vistas. A veces hasta contengo el impulso de añadir motivos a sus reflexiones, aunque no siempre lo consigo. Me pasa con usted, con Sirena y algunas personas más.
Inicio una réplica ante lo leído y luego la fusilo de la pantalla. Me digo: ¿qué aporta esto a lo ya dicho? Hasta que la costumbre del silencio acampa en la voluntad y la distrae definitivamente de compartir con otros. Además, por referirme a ejemplos concretos, ¿qué podía añadir a sus palabras del 5 de abril? He ido a ellas una y otra vez con la intención de darles réplica cuando lo que me pedía el sentido común era precisamente dejarlo así. No añadir mordaces comentarios ni falsas plegarias. Me bastaba con lo que tenía delante. En cuanto a su réplica de un día antes, el 4 de abril, mi sentimiento era parecido al suyo: yo también estoy hecho un lío. Y esa historia que allí se cuenta de manera burda e inconsistente no ayuda a solucionar nada.
Pero nunca he dejado de contestar por arrogancia, insolidaridad o cobardía. No sé expresarlo mejor.

Hablando de otra cosa (que es la misma cosa), si hizo de verdad esa pregunta temeraria a la persona que quiere mucho puesto que también quiere la desconfianza que le provoca, nos ha dejado a los demás huérfanos de respuesta. Lo atribuye al necesario respeto que debe a los posibles lectores, pero la ocasión es bienvenida para conocer la réplica que recibió. No se trata de ninguna malsana curiosidad sino que la pregunta tiene enjundia y siempre podremos aprender. Si, por el contrario, es una licencia literaria para desdoblarse en un interlocutor fantasma que sólo existe en el país de nunca jamás, entonces comprendo que nos deje en ascuas.
También le diré que los conceptos y palabras huecas que sustentan el denodado y estúpido quehacer humano, y que de manera tan clara ha señalado, son precisamente aquellas de las que desearía aprender a desprenderme. Fuegos que enseñorean su poder y nos esclavizan. Ninguna de todas las que ha indicado me es ajena.
Tampoco sus particulares molinos de viento: realidad, fantasía, imaginación, razón, sueño, aspiración, sensibilidad, sentimiento, irracionalidad, consciencia…
Sirena las acoge bajo el paraguas protector del oxímoron. Aceptémoslo. Aunque creo que no son términos irreconciliables ya que unos adquieren su valor de existencia gracias a los otros.
Como siempre, es un verdadero placer leerla y saber que sigue ahí.

Isadora dijo...

Querido Camilatias: me temo que yo sigo aquí porque confío que Sirena, Tequila, Ginebra, usted y alguno más, si los hubiera, estén ahí. En el fondo, las que somos como somos, no somos más que el reflejo de los demás, de algunos demás escogidos y, espero, cuidadosamente seleccionados, pero, a fin de cuentas, nuestros complementarios y opuestos, ese extraño compendio de fiscales acusadores y abogados de parte.
No se corte ni se reprima, por favor. Permítase la licencia de decir lo que piense y cuando lo piense aunque no sirva para nada, suponiendo que todo tuviera que servir para algo. Yo jamás he tenido conciencia de la certeza o incerteza de mis comentarios. A duras penas he intentado encontrar las palabras justas para intentar expresarme, y como le habrá quedado patente doy vueltas y más vueltas sin saber a dónde pretendo llegar. Trato, se lo aseguro, de incentivar a mis mayores, en el concepto real y no temporal de las cosas, para que puedan responder a mis preguntas. Lo peor de todo es, y se lo reconozco, que seguramente carezco de la inteligencia natural suficiente como para aceptar tales respuestas como verdades medianamente asumibles, y mi propensión natural sea la de revolcarme en el lodazal de mi continua duda e inconsistencia. Pero a pesar de ello mi soberbia no es capaz, y doy gracias al cielo por ello, de impedirme de todo suplicar tales repuestas.
Me temo que es usted tan autocrítico, que ello le impide manifestarse tal y como le pediría el cuerpo, y lo siento por mí: usted insatisfecho, yo insatisfecha. ¿Será esa la condición humana, la de vivir en la insatisfación total, unas veces por insuficiencia, y otras por exceso? No lo sé.
Me pregunta por la respuesta de mi querido interlocutor, y la verdad es que no la recuerdo. Formulé la pregunta, escuché la respuesta, y si fui incapaz de reproducirla fue por la misma razón que expresé: porque a final nos importa muy poco lo que nos puedan decir los demás, sean quienes sean. Algunos seres humanos, lobos esteparios de boquilla, los necesitamos, los echamos de menos cuando se ausentan, no sabemos vivir sin ellos, pero ni ellos nos escuchan, ni nosotros, si les escuchamos, les tomamos en consideración.
En fin: ¡contradicciones, contradicciones y más contradicciones! A mi, al menos, la copa que Sirena me autoriza me reconforta, y si le añado un poco de buena música, entonces ya me sitúa en mi cielo particular, ese que me permite percatarme, sin demasiada angustia, que la semana dura escasamente diez minutos, esos diez minutos que discurren entre la depresión que me nace con la llamada del despertador del lunes por la mañana y concluye el sábado a medio días; el resto es tierra de nadie, y por ser de nadie trato de apropiármela con justos títulos y buena fe, como dicen los códigos al uso.

PD. – En esa tierra de nadie están sus escritos que me permiten mil reflexiones y convencerme de que no todo es baldío. Por favor, no acorte aun más el breve espacio de mi tiempo inteligente y vital con su discreto silencio.

Lúzbel Guerrero dijo...

¡Tomates!, espero tomates, higos, alficoz y fresas, y sé muy bien que nadie me lo ha preguntado; que sólo una persona en el mundo comparte esa esperanza conmigo (y que al resto le importa un pimiento mi horizonte de hortelano sobrevenido). Le aseguro que las hortalizas son mucho más fiables que la felicidad, aunque también están expuestas a variables ajenas a nosotros, mortales de pro.
Me apena que degrade a los sueños de esa forma tan definitiva; lo onírico tiene para mí un valor incalculable, porque es tan impredecible como los humanos con quienes viajamos, pero será, acabada la noche, lo más parecido a un final inmutable, de esos que encajan en: "...para siempre jamás". Los anhelos son una representación del presente, nada más; no soportan el paso del tiempo, como no lo hizo la ignorancia implícita en nuestra lejana candidez de espinillas, grandes amores y gestas. Mañana por la mañana será el gran día; en Junio, el porvenir

Isadora dijo...

Respetado Lúzbel, y si le saludo tan artificiosamente es por el lógico recelo que me impone mi educación religiosa, y un cierto temor reverencial heredado de la historia, y hasta por un miedo infantil, que, ahora, me parece infundado tras conocer sus dotes de paciente hortelano. La verdad, se lo confieso, lo que de verdad me pedía el cuerpo era tratarle de “querido”, como haría con cualquier compañero de siempre. En fin, ¿me asegura que no quedará comprometida mi salvación futura si lo hago?, ¿que no voy a quedar obligada a nada que no quiera tan sólo por contar con su amistad? Si es así, rectifico y comienzo otra vez.
Querido Lúzbel. ¿En qué se diferencian sus hortalizas de mi pretensión de pequeñeces con sabor a eternidad mientras duren? También yo sólo aspiro a ese fruto apetecido de un silencio acompasado, de una compañía enriquecedora, de la calidez de una copa capaz de reponer el natural equilibrio de las cosas, que se perdió desde el momento que no nacían espontáneamente y nos entretuvimos en contarlas, pesarlas y medirlas, cuantificándolas y priorizándolas siempre. Ya sé que, como sus hortalizas, estarán supeditadas a contingencias ajenas, pero es en la espera y en la esperanza donde se esconde habitualmente la única recompensa valida.
Me encanta perder el tiempo, se lo aseguro, pero que el tiempo, dure lo que dure, sea mío y no me lo preste alguien graciosamente. También me encanta ser la anfitriona para permitir moverse a los demás a sus anchas. Me espanta ser y sentirme invitada, y aún más, si tratan de desvivirse por mí. A eso es lo que aspiro, a eso ni más ni menos.
¿A qué venía todo esto? … ¡Que sirva, al menos, para romper el hielo!

Gabriel Ramírez dijo...

Gracias por sus visitas y por sus comentarios. Elegantes y acertados.
Comienzo a seguir la pista de sus textos.

María Antonia Moreno dijo...

Empiezo a leer y a visitar tu blog, Isadora.

Un abrazo