viernes, 23 de enero de 2009

¿Relación o contienda?

Leo que las mujeres “encajamos y encajamos y ganamos por los puntos”*Evidentemente sacada esta frase de su contexto no parece decir todo lo que su autora, con seguridad, quería decir, pero, a pesar de ello, sirve perfectamente a mis propósitos, y se la tomo prestada, con todo el respeto a los derechos de autor que pudiera tener sobre ella, para la presente reflexión.
Por supuesto que no voy a entrar al trapo de si mujeres y hombres somos o no iguales partiendo, como parto, de que hoy casi todo se reduce a meras cuestiones puramente semánticas, y que es así porque es lo más fácil cuando en ningún caso se tiene la voluntad real de rectificar la historia. Por supuesto que no voy a entrar. Esa labor se la dejo a nuestros políticos para que justifiquen sus emolumentos y demás prebendas, asegurando, no obstante, que jamás pondría en duda la licitud de los mismos si su labor fuera, que en ningún caso lo es, medianamente coherente y mínimamente encaminada a resolver los problemas reales. Y como no voy a entrar en tales cuestiones, simplemente afirmo, diga lo que diga el BOE, que yo si creo que todos, absolutamente todos, miembros y miembras, somos iguales. Y que lo somos, y si no lo somos lo seremos y continuaremos siéndolo si tenemos las mismas oportunidades, siempre que se nos juzgue exclusivamente por nuestra valía, y cuando hayamos superado ya de una vez y para siempre complejos y prejuicios. Y lo seremos aun más de verdad cuando tal pretensión no quede tan sólo reflejada en la exposición de motivos de normas legales que al marcar diferencias para anularlas, lejos de corregir las existentes, simplemente invierten su sentido direccional y potencian con ello la propia diferencia que pretendían evitar. Entonces si, entonces si convertiremos en real lo que hoy es tan sólo apariencia y simples fuegos fatuos; entonces sí seremos de verdad todo lo iguales que debiéramos ser Pero, ¿que seamos total y absolutamente iguales en todo y para todo? Pues, oiga, que no; que no me parece que lo seamos del todo, y bendita la diferencia si ella no nos hace volver a las andadas. Pero éste no es el tema. El tema del tema, que diría Moxó, estriba en que efectivamente la regla general parece ser la apuntada por la autora de la frase y en el contexto de la cuestión, que en toda relación entre seres humanos hay una evidente pretensión de ganar, y una gana por los puntos gracias a su proverbial paciencia y capacidad de aguante, y otro, menos fajador, también pretende ganar, que seguro que lo pretende, y termina dejando en evidencia su limitación y falta de consistencia abandonando su empeño al primer revés o propinando golpes bajos no permitidos por ningún reglamento del mundo y menos aún por el derecho natural que, entre seres humanos, suele ser, en muchas ocasiones, el menos natural.
No sé si el sentimiento es algo que surge de lo más profundo de nuestro ser, o si es el resultado lógico de una reacción puramente química. No sé si cada vez que me manifiesto no es mi ser racional, sensitivo, intuitivo, emotivo, analítico, racional, y aparentemente inteligente quien está reaccionando por decisión propia o, a lo peor, por voluntad inducida por estímulos externos, pero, a fin de cuentas, mediatizado o no, por aparente propia voluntad.
No se si todo empieza y todo termina porque es ley de vida, o si termina porque somos así, inconsistentes y caprichosos, incapaces de aguantar por mucho tiempo una misma mirada, o el calor de una mano, o un cierto descontrol en nuestra respiración, y el tiempo, que lo oxida casi todo, pone a cada cual en su sitio, regularizando cada una de sus funciones hasta convertirlas en lógicas consecuentes de nuestro natural amorfismo.
No, no lo se. Sólo se que si todo se reduce a ganar, me niego a participar en ese juego.

* Comentario de Leonor al punto 24 de Calimatias.

jueves, 15 de enero de 2009

“Siempre he tenido la sensación de llegar tarde a casi todo lo que inicio. De estar perdiéndome lo mejor de mi mismo sin justificación alguna. Mi habilidad mayor ha consistido siempre en dilapidar mis contadas capacidades,…, por un absurdo capricho de relativizarlo todo, o a lo mejor porque han aparecido otras demandas más seductoras que al cruzarse en el camino me han impedido centrarme en lo que fuera que estaba haciendo. Nunca me creí a mi mismo ni me tomé demasiado en serio. Tan sólo en una ocasión me lo creí de verdad y resultó un fracaso”

Suscribiría casi palabra por palabra lo transcrito, pero con una pequeña matización: jamás, en mi caso, se me cruzaron en el camino otras demandas más seductoras; todas ellas lo fueron y las viví con idéntico aparente apasionamiento metida de lleno en ellas, pero, a pesar de mi implicación, desde la distancia más absolutas.
También yo tengo la sensación de llegar tarde a casi todo lo que inicio; es más, tengo la sensación firme de que a pesar de concluir lo que inicio mi interés real y profundo por ello está aún por llegar cuando yo físicamente me he ido.

domingo, 11 de enero de 2009

“En realidad solo me he dejado llevar por la dulzura del….” Y eso que es lo normal, no es lo malo.
Es normal, aunque no debiera serlo, dejarse llevar por un montón de cosas que no valen la pena pero que están ahí, estratégicamente dispersas a lo largo del camino y con los aditivos necesarios para que quedemos atrapados en ellas sin remisión; y, cómo no, no sólo nos dejemos llevar, sino que seamos adictos a ellas y adeptos incondicionales, irracionales, compulsivos. Así es la vida: Marketing, sometimiento, consumismo, dependencia, ¡irracionalidad!, pero, eso sí, perfectamente envuelta con papel de regalo y cinta de colores que atraigan nuestra mirada distrayéndonos de cualquier posibilidad de pensar. Pero la vida también es dejarse llevar por la dulzura propia de algunas situaciones, de determinados comportamientos, de reacciones naturales, esas que parecen contradictorias porque nacen de la espontaneidad, sin más razón que la razón, nunca sinrazón, del sentimiento humano. Lo malo, como digo, no es tanto dejarse llevar, como dejarse llevar casi siempre por lo que no vale la pena; y más aún que eso, lamentarse, disculparse y hasta pedir perdón por dejarse llevar por lo que de verdad, siendo socialmente irrelevante y humanamente, en apariencia, una poquedad, vale la pena de verdad dejarse llevar.
Lo reconozco, yo me paso la vida dejándome llevar. Soy contestataria a las mil cosas que tratan de meterme a calzador a lo largo del día y cada día de mi vida, y sin embargo sucumbo, sin ningún miramiento, ante lo cotidiano, lo amable, lo envidiable, cuando la envidia deja de ser un vicio para convertirse en virtud.
Me encanta poder leer: “En realidad solo me he dejado llevar por la dulzura … de ese recordar la historia con cariño” Me encanta que alguien se deje llevar por lo que vale la pena, y aun me encantaría más si, además, tuviera el valor de no disculparse por ello.
Está claro que tan sólo estamos preparados para dejar pasar el tiempo y verlo discurrir en nuestro entorno… El tiempo se ha adueñado de nuestras vidas, y nosotros estamos ahí, … ¡para lo que sea menester, y poca cosa más!

sábado, 10 de enero de 2009

Hoy he decidido salir del armario. Hoy, un día cualquiera de cualquier día inmerso en una crisis galopante donde lo menos importante es lo que sienta el ciudadanito de a pie, he decidido salir del armario, ese en el que estamos escondiditos casi todos los seres humanos por una u otra razón. Ese del que se han apropiado injustamente los homosexuales, que de tanto presumir de serlo son, creo, algo más que el resto de los mortales que no somos casi nada. A lo peor no somos, por no ser casi nada, ni siquiera homosexuales, y sólo somos simplemente mil sueños imposibles, mil expectativas poco mas que irrealizables pero con la pretensión, sueño imposible, de que alguna vez los sean y nos toque por fin, no ya la pedrea, que esa es la ilusión de los desesperanzados, sino el tercer premio, que sea lo que sea, seguro que sin permitirnos dejar de ser lo que somos nos podría permitir resolver otros mil problemas de menor calado.
Ya, ya sé que empiezo con mal pie. Que nada se consigue con meterse con los demás. Que debo ser humilde, contrita, racional, correcta política y socialmente. Pero, ¿es que de verdad alguien se cree que siendo así algún otro me va a tener en consideración?
Hoy salgo de mi armario para gritar a los cuatro vientos algo tan tonto como que quiero vivir; que quiero vivir como imagino que se debe querer vivir, que no es como viven quienes no viven, ni tampoco como quienes viven sin vivir aunque se lo parezca a los demás; en fin, que quiero vivir más allá de lo que literariamente es posible; más allá de lo que es capaz de imaginar la imaginación mejor intencionada, pero más acá de la realidad que no me interesa para nada porque ya me la conozco de memoria; es decir, en el punto exacto entre lo que es y lo que infantilmente quisiera que fuera y que sé, como no podría ser de otra forma, que no será.
Hoy salgo del armario. Que pena me doy.

PD. Seguramente no tendré nada que decir. Y si no tengo nada que decir, no diré nada; que no me gusta molestar. Pero tengo un hermano pequeño, y eso no es una virtud, es un simple hecho, y ese hermano pequeño escribe, según creo, como dios. Si no se me ocurre nada que decir transcribiré sus textos – lo aviso-. No trataré de llevarme la gloria. Simplemente de decir, sin escribirlo, lo que seguramente hubiera dicho pero otro se me adelantó. Ya, ya sé, eso no vale, pero, ¿no vale para quién, si vale para mi?