domingo, 13 de diciembre de 2009

Y todos los demás.

Siempre hay espíritus puros, y es un fastidio. Los que no lo somos, los que aceptamos nuestras imperfecciones, nuestras dudas y nuestros miedos, reales o inventados, nos sentimos inútilmente mortificados por esos otros que nos dejan en evidencia a las primeras de cambio. No se trata de regodearse en la propia y sabida mediocridad, sino de convivir con ella en una entente cordiale sin provocar demasiados daños colaterales y siempre inútiles. No se trata de rechazar cualquier opinión ajena, sino de que tales opiniones no lleguen a ser peor remedio que la propia enfermedad. Y a pesar de no tratarse de nada de ello, siempre hay alguien predispuesto a socorrernos en todo caso y a sacarnos de nuestro - ¿se debería llamar así? – error.
Los pecadores solemos ser reos no sólo de nuestros pecados, de los que seguro que para colmo de males somos plenamente conscientes, sino además del dedo acusador, del gesto airado, de la mirada reprobatoria o de la palabra mortificante de quienes nos señalan, recriminan, y hasta pretenden absolvernos graciosamente indicándonos, incluso, el camino preciso para que consigamos la redención. Absolución casi siempre manifiesta, pública, ostentosa, lacerante, y, por las formas utilizadas, absurda, y más que redentora, mortificante. O a lo mejor en eso consiste todo en este juego de ángeles, demonios, y todos los demás. ¿Será que toda redención conlleva el escarnio público?
Estoy harta de redentoristas. De gente con peso, con educación y formación que ignoran o equivocan la razón de ser de su peso, educación y formación. Sobre todo estoy más que harta, y ello sí me angustia, de esa gente anclada en la verdad absoluta por derecho divino. Si la humanidad, en un concepto infantil y simplista – seguro -, estamos formados por un sin fin de elementos de configuración interna inestable, una especie de flanes oscilantes, inconsistentes, aparentemente firmes pero realmente tambaleantes, ¿cómo es posible que la conciencia de los que creemos tenerla puede depender de la de los que no se molestan en poner en tela de juicio la suya propia o lo acertado o desacertado de ella y la asumen a pies juntillas y porque sí, y además la imponen en su entorno sin ningún tipo de miramiento?
Sí, siempre hay espíritus puros que te dejan constantemente en evidencia frente a los demás en alguna ocasión pero siempre ante ti mismo, y me pregunto: ¿es eso natural, sobrenatural, lógico, caritativo, humano o, en el peor de los casos, al menos necesario? Ni idea si lo es, pero, sin tener idea ni tener por qué tenerla, desde mi concepto de retrasada mental bienintencionada me parece lamentable y me siento profundamente herida por ello. Pero bueno, que yo me sienta herida no tiene la menor importancia para los demás y a estas alturas de mi propia vida incluso tampoco para mi misma. Simplemente es por aquello de que el saber no ocupa espacio que sigo preguntándome: ¿Será que todo es, en el fondo, lo que puedan pensar los demás y nosotros, conscientes o inconscientes, bailamos, quieras que no, al son que nos tocan?
Pues a lo peor si. ¿No?

lunes, 23 de noviembre de 2009

Que... ¿qué...?

Hoy me he enterado que, según parece, “El país de nunca jamás” no existe, y aún estoy bajo el efecto catatónico de tamaña noticia, por lo que no hagan mucho caso a lo que pudiera decir.
Fui capaz de superar, en su momento, que “El ratoncito Pérez” era una fábula infantil. Me costó lo indecible sobreponerme a la sospecha, nunca confirmada del todo, de que los Reyes Magos eran los padres. Y ahora … ¿esto?... ¡Demasiado! ¿Es que no nos van a dejar ni siquiera un clavo ardiendo al que podernos agarrar?
Me he pasando media vida, la consciente, hablando de la vida y presumiendo, - por supuesto con un as escondido en la manga, ese que me daba un cierto margen, el de saber que casi todo tiene solución -, de que soy una sobreviviente, y ahora, de golpe, me dicen que también es una fabula, que mi as es un bluf, que lo de tener solución todo es una quimera sin sentido, y que no, para nada; y así no hay forma humana de sobrevivir, sólo de aguantar y hasta donde una sea capaz de hacerlo por sus propios medios, que siempre suelen ser unos medios de mierda ( con perdón).
Demasiado para mi cuerpo serrano, y no, que no lo acepto. Que me declaro objetora de conciencia, si es que la conciencia, o consciencia, algo tiene que ver con tal desatino. Si todo empieza y termina aquí, ¿de qué narices va esta fiesta?, ¿por qué hemos sido invitados a ella? ¿y cuál ha sido la razón que nos haya hecho merecedores de tal y tan triste privilegio? Y vaya por delante que para nada estoy hablando de después. Ese después es otra historia y no me siento capacitada para hablar de ella. Después es después, y nos tropezaremos con la nada, que debe ser un tropezón de cuidado, si es la nada lo que paradójicamente haya después, o nos tropezaremos con el principio de todo, que no debe ser menor tropezón. Pero como yo soy muy de aquí y de ahora, pues ahí lo dejo, para que los doctores del tema peroraren todo lo que quieran. Bastante tengo yo, por el momento, con la noticia de que el “País de nunca jamás”, según dicen los que suelen decir de estas cosas, aseguren que no existe.
¿Pero puede ser cierto lo que dicen quienes son los que deben decir? Si, seguro que puede ser cierto. Pero también puede ser incierto, y si lo es y yo acepto sin más la primera de las propuestas me voy a quedar a la luna de Valencia, fuera de juego, sin argumento alguno para mentirme conscientemente, y sin razón ninguna para seguir siendo, por absurdo que parezca, lo que soy. Y no, que no me da la gana.
Mi vida, lo reconozco, es un cúmulo de ensoñaciones sin grandes pretensiones. Levantarme por la mañana y siendo como soy, de tensión baja, tropezarme con una palabra amable que borre todas mis brumas, esas nieblas espesas que suelen envolverme durante los primeros momentos en los que trato de dejar de ser animal o cosa, que no sé bien qué pudiera ser. Seguir el día paso a paso y sin más pretensión que la de intentar ser coherente, humana, responsable conmigo misma, y corresponsable con los que estoy obligada a compartir algo. Ser asumible por los demás, es decir, insignificante y etérea para no ser conspicua y corpórea intelectualmente hablando para mí entorno, algo así como consciente y consecuente, siempre que mí consciencia y consecuencia fuera eso, lo dicho, coherente dentro de un orden y no incida frontalmente con la coherencia de los demás, las mas de las veces dudosa. En pocas palabras, útil, pero nunca dúctil, siendo tal ductilidad la única razón de mi existencia en el concepto utilitarista de los demás.
Cumplir como la primera. Y volver, tras mil horas diarias de cubrir el expediente, a mi rincón, a mi reducto, a mi razón de ser propia y compartida. A donde yo soy yo plenamente y soy consciente de mí, y en donde nacen las frases sin doble sentido, los gestos naturales, las caricias espontáneas, las miradas calidas, y las palabras palabras, nada rebuscadas,… en donde nacen las confidencias compartidas, y donde nos volvemos niños dispuestos a volar en todo momento.
¿Cómo voy a renunciar a todo esto si es en lo único que soy capaz de creer?….
Y hoy me dicen que no, que también, según parece, es mentira.…
¿Seguro que mentira?...
No sé.... ¿Tampoco el país de nunca jamás?…
¡Imposible! ¡Absolutamente imposible!

sábado, 24 de octubre de 2009

Y La Vida …. ES ….

Tequila:

A medias nos quedamos siempre, se lo aseguro. Yo al menos. Menos mal que siempre parece haber una luz pequeña y débil al final del camino, y eso debe ser la exteriorización de la esperanza. Seguramente demasiado pequeña y demasiado lejana, pero, a pesar de todo, real y cierta.
La esperanza se me antoja como una especie de cajón de sastre. Hay de todo. Y mientra una se molesta en encontrar el cachivache que precisa, no lo hacemos en pensar en otras cosas, y menos aún en aquellas que nos angustian y desequilibran.
Me temo que en ello precisamente radica el autentico sentido de la esperanza. No parece ser remedio de nada, pero si disimulo de todo; y mientras nos sorprendemos de algo, tratamos de engañarnos burdamente con falsos espejismos, o creemos haber encontrado soluciones por malas que sean, lo que de verdad está ocurriendo es que el tiempo sigue pasado a nuestro lado sin que nos percatemos de ello, pero dejándonos nuevas imágenes, palabras, y sensaciones que pudieran sustituir a las antiguas. A lo peor ni siquiera serán mejores que las otras, pero sí distintas, y esto parece bastar. (Alguien dijo alguna vez, seguro, que el tiempo todo lo cura. ¿Que es triste? Por supuesto que lo es. ¿Pero deja de ser, por ello, verdad?)
¡Triste! ¡Realmente triste!

Corremos; sin lugar a dudas que lo hacemos. Pero casi siempre corremos a ninguna parte y tratando de llenar ése sin sentido con grandes quimeras, sueños irrealizables, pretensiones de infinito. Y no; la vida, nuestra particular vida, que nos es propia e intransferible y casi nada tiene que ver con la vida en abstracto, no da para tanto; apenas para llevarla a cuestas minimizando los daños colaterales, porque los propios simplemente los asumimos sin más, manteniendo estoicamente, si hay suerte, cierta coherencia y dignidad.
Al fin, cuando nos percatamos que nuestra propia vida no tiene ningún sentido en si misma, es cuando somos totalmente conscientes de que lo que pretendemos hacer es llenarla con la de los demás, y ahí si, ahí casi siempre ¿acertamos? llenándola de sobresaltos y angustias. Ahí es donde se producen las grandes hecatombes porque estamos preparados para fracasar por nosotros mismos y sin ayuda de nadie, sobreviviendo a nuestro propio fracaso, pero no lo estamos para que nos hagan fracasar los demás, de los que no podemos prescindir, pero a los que habitualmente y con la mayor de las consideraciones obviamos intelectual, que no emocionalmente, olímpicamente. Nos descolocan, nos irritan, nos hacen más pequeños de lo que somos, y como consecuencia de ellos queda al descubierto nuestra vulnerabilidad, sobre la que no podemos incidir ni siquiera para apuntalarla convenientemente. Simplemente quedamos al pairo de cualquier corriente que pueda afectarnos y dispuestos a un previsible naufragio del que también sobreviviremos para afrontar eternamente sus consecuencias.
En fin; que la vida es lo que es por muy “arrugás” que nos deje a las dos: o la dejamos pasar sin más mirando a otra parte, o nos implicamos en ella asumiendo sus riesgos, tratando de curarnos como mejor sepamos las heridas y volviendo siempre a la brega tras el penúltimo revolcón. Me temo que no da mucho más de sí, y no parece poco.

PD. En términos políticos-economicistas: “la vida es un compendio de actos absurdos que casi todos ellos tributan a Hacienda”.
¿Se le ocurre definición más lamentable y cierta que ésta?

lunes, 28 de septiembre de 2009

Casi nada.

Qué curioso es todo. A veces pienso que me paso la vida inventando problemas. Sacando conclusiones tortuosas de situaciones cotidianas. Pretendiendo encontrar la razón de ser de una vida sin sobresaltos. En fin, que me paso la vida intentando justificar mi vida para que no sea un encefalograma plano. ¿Lo consigo? Seguro que no, pero ¿qué más da?, ¡me sirve!... Bueno, tampoco lo sé. A lo mejor sólo creo que me sirve, que parece ser lo mismo.
Mi vida es eso, una serie de acontecimientos que se suceden unos a otros y forman un todo con un algo en común entre ellos, el afectarme de muy diversas formas. Seguro que no entiendo casi ninguno de ellos. Seguro que los asumo tranquilamente porque son simplemente acontecimientos de mi vida, y ya se sabe, una tiene que aguantar carros y carretas porque seguramente es lo que tiene que hacer y son consecuencia inexorable de los propios aciertos y desaciertos. Bueno, no es que los asuma sin sobresaltos o que sean incapaces de producirme ciertas inestabilidades, que sí lo son y sí las producen, es que los asumo porque los asumo a pesar de sus posibles consecuencias, y no hay más que decir.
La vida es lo que es, y la imaginación nada cuenta en esta historia.
Si, así es mi vida, toda normalidad dentro de un caos aceptable y hasta lógico más allá de la lógica común, que nunca suele ser parecida a la propia. Pero de repente alguien próximo a ti te dice cualquier cosa que no está en tu guión, y, ¡oh!, hecatombe total. Te pierdes. Balbuceas. No encuentras razones porque ignoras las razones. Las palabras son una cosa, pero las palabras casi nunca son razones validas, y sigues respirando porque no hay más remedio, pero tu respiración se entrecorta. Sientes miedo y no por ti, que nunca lo tuviste, sino por ese alguien. Tú ya no eres tú. Has perdido el paso. Te falta suelo bajo los pies, y te das cuenta que tu vida ya no es tu vida, que lo realmente tuyo siempre ha sido una cierta impostura, escenificación gratuita de algo que sólo te roza de lejos cuando en verdad estás dentro de ese algo y en primera persona . Te das cuenta, y que terrible es darte cuenta - posiblemente incluso más terrible que no saber que decir a quien te pide respuestas - que tu vida nunca ha sido tuya de verdad, que estás aquí por los demás, y que como casi todo es ajeno, estás porque no tienes más remedio que estar. Lo dicho, pierdes pie; si pretendes ser inteligente cierras la boca, y si además eres más humana de lo que crees ser: escuchas, escuchas, y sigues escuchando, pero sin rechistar, que no es nada fácil. Seguramente es la única terapia valida para los demás, porque lo que es para ti…. Tú te adentras en un mar bravío que acrecienta tu impotencia, aguas desconocidas y oscuras. Y entonces sí, entonces todos los sobresaltos del mundo caen sobre tus espaldas.
Que difícil es llegar a entender que lo mío es no entender casi nada.

lunes, 6 de julio de 2009

Ocurrente, ¿y para qué?

Que fácil es decir algo aparentemente ocurrente. Seguramente lo solemos hacer quienes tenemos todo en nuestro entorno totalmente controlado. No digo perfecto, que es otra cosa. Sino sin posibilidad alguna de grandes sobresaltos. Una vida ordenada. Una vida asumible. Sin aristas. Del color gris que es el color de la falsa virtud y del término medio, y el del espíritu acomodaticio que no resuelve nada pero tampoco descompone casi nada. Una vida para transitar por ella con cierta somnolencia, dejándola hacer sin inmiscuirse o interferir demasiado.
Es fácil decir o escribir algo ocurrente sobre la vida, habitualmente sobre la vida de los demás, porque la nuestra ¡que nadie la toque! Será lo que será. Será incluso una autentica mierda, ¿pero quién es el guapo capaz de decir algo ocurrente sobre su propia vida cuando sospecha que pudiera ser lo que he dicho? ¿Y quién es el guapo que admitiría ese tipo de comentarios cuando, que aún es peor, proceden de los consabidos voayer de siempre, mirones con sentido o sin él, de vidas ajenas?
Son divertidas las miserias de los demás. Bueno, a lo mejor no he sabido expresarme y resulta que el concepto no es el de calificarlas de divertidas, pero sí suelen resultar casi siempre exageradas, patéticas, irreales. Lo mejor para todos, para el que las sufre y para el que las comenta, suele ser desdramatizarlas, diluirlas, empequeñecerlas, y hasta disculparlas. ¿Qué sé yo? Y ahí empieza y termina todo. Cuando una se queda anclada en el qué sé yo todo suele hacer aguas por todas partes. Y en esos casos hay siempre dos posibles situaciones: la más practica, la verdaderamente humana, la que con seguridad es la más inteligente, consiste, ni más ni menos, en quitarse de en medio lo antes posible; o la otra, la idiota de toda la vida, la que nos hace perder el ritmo de nuestra respiración profundizando no se sabe dónde y menos aún el porqué, arriesgándonos a no ser ocurrentes pero sí estúpidamente solidarios y, sobre todo, la que no nos ayudará nunca a llegar a alguna parte y tan sólo nos suele incitar a pararnos a pensar siendo medianamente conscientes de nuestra evidente pequeñez no imaginada, sino la real.
¿Pararnos a buscar? ¿Pararnos a pretender conseguir guardar un silencio respetuoso que imposibilite que nos convirtamos en simplemente ocurrentes donde nunca debiera caber tal ocurrencia? En fin, lo dicho: ¿qué se yo?

domingo, 14 de junio de 2009

Sin título. Total,¿para qué?



Debo reconocerlo, me encanta hablar. No siempre, eso sí. Sólo durante las horas brujas, las que, sin previo aviso, te dejan laxo el cuerpo y el alma, y sin saber el porqué te hacen sacar a la luz ideas que nunca supiste como desgranar frente a terceros a pesar de haberlas rumiado hasta la saciedad en otros momentos menos propicios para exponerlas. Todo parece requerir de su liturgia, seguro: una compañía grata no dispuesta a diseccionarte absurdamente; una música música que, sin robarte el protagonismo que tampoco pretendes asumir, te arrope inconscientemente y te incentive a dejar de esconderte tras la roca; y una copa calida y conocida, no la social, impuesta por las circunstancias, que nunca sabes por qué has pedido y eres incapaz de ingerir, sino la que siempre discurre por tu garganta para proporcionarte una especia de seguridad en ti misma que ni siquiera le solicitaste, a decir verdad. Pero si me encanta hablar, como digo, aún me encanta más escuchar cuando hay algo que escuchar. Y ello suele surgir en momentos que pasan casi siempre desapercibidos al común de los mortales. Suelen ser palabras cotidianas, razonamientos a flor de piel, sueños intranscendentes para cubrir con cierta elegancia los acontecimientos amargos y absurdos de cada día. Son conversaciones aparentemente irrelevantes, próximas, en voz queda; emotivas, angustiosas, dubitativas; a fin de cuentas, como tantas otras muchas, intranscendentes para quien no estuviera dispuesto a prestar atención. La verdad es que nos pasamos media vida pidiéndonos socorro unos a otros sin que nadie nos socorra, y no por falta de intención de hacerlo, sino porque nadie nos suele prestar la suficiente atención para enterarse de nuestra petición. Yo tampoco suelo saber socorrer, pero sí creo saber escuchar, acompañar en silencio, intentar llenar un hueco sin hacer demasiado ruido, incluso prestar un pañuelo en el momento adecuado. Bueno, creo, al menos, que quiero hacerlo y que me sale de dentro sin demasiado esfuerzo. Seguro que conseguirlo es otra cosa.
También me encanta creer que no opino igual que los demás y que puedo verter mis opiniones sin razón alguna y menos aún con pretensión de influir en alguien. Cuando opino simplemente opino, nunca me planteo si mi opinión debe llegar a alguna parte, nunca siento la necesidad de adoctrinar o dirigir. Pero tampoco se me ocurre la posibilidad de excluir a los demás, a quienes no opinen de esa guisa, ni la de ser excluido por cometer tal afrenta, la de simplemente pensar libremente y exponerlo sin más.
Pero a pesar de lo escrito, lo cierto es que cada vez estoy más callada. No sé el porqué, pero lo adivino. La vida “es un ratico”, canta uno; los blog son “para pasarlo bien”, expone una amiga mientras me da un portazo en las narices. ¿Y qué nos queda a los que queremos pensar, compartir con los demás lo que pensamos y nos importa un bledo que nuestro pensamiento sea igual o distinto al de otros, que incluso nos encanta que sea distinto precisamente por algo tan simple como poder confrontarlo, rectificarlo o complementar el propio? Según parece no nos queda casi nada. ¡Que pena!
La vida no es un ratico, que va; la vida, por lo que veo, es un asco.

sábado, 6 de junio de 2009

Mañana de ojalata (sin hache).

Me encanta saber que mañana será otro día. Si, ya sé que no deja de ser una falsa promesa, pero, al menos, como toda promesa que se precie, sea o no falsa, debiera tener algo, aunque sea muy poco, de posible, y, por tanto, de verdadera y probable dentro de un orden. Es algo así como morirse con la duda-casi-certeza-y-en-el-fondo-pequeña- esperanza de vivir para siempre. ¿Y por qué no? ¿Es mas honesto cerrarse todas las puertas y no dejar ni un pequeño resquicio? ¿Es más consecuente con una misma, salvo que una misma se desprecie hasta el infinito, asumir, sin rechistar, la poquedad que cree ser sin remisión? ¿Tiene una, para ser más una, la obligación de mirarse al espejo y ver necesariamente lo que es, sin permitirse el lujo de fantasear con la posibilidad de no llegar a reconocerse?
Me encanta saber que mañana será otro día, y como me encanta lo proclamo a los cuatro vientos sin pudor y sin recato alguno, ¡qué caray! Pues si, señores, y que conste en acta: hoy seguramente no valdrá la pena y sea simplemente un día más como otro cualquiera, mediocre, gris aunque luzca un sol de mil demonios, anodino, silencioso, cotidiano y tan vulgar y sin sentido como siempre, pero mañana ¡ni hablar! Mañana será otro día, y ojalá me encuentre dispuesta para ello, para que sea fantástico, que para todo hay que estarlo, por si acaso. Ojalá sea capaz de olvidarme, siquiera un poco, de algunos demás, esos que apuntalan sus angustias apoyándolas, sin ningún miramiento, sobre la endebléz e inconsistencia de mi ruinoso edificio, con autentico riesgo de que nos desmoronemos ambos. Ojalá me olvide de la aluminosis que sufre el mío propio, como consecuencia, entre otras muchas cosas, de una herencia que tal vez debí aceptar a beneficio de inventario y no pura y simplemente por buena voluntad. Y ojalá deje de pensar en mí, y piense tan sólo, aunque no me lo crea del todo, que mañana será otro día, y que seguro que valdrá la pena vivirlo sin importar cómo pueda resultar cuando concluya. Para entonces ya no valdrá la pena hacerse más reproches, seguro. Pero ¿y mientras?
PD. – A quien calla sin percatarse que el silencio nunca es bueno. Puede ser prudente. Puede ser acertado. Puede evitar males mayores. Pero si no hay mala intención, que no la hay si no se pretende, ¡nunca es la solución para nada y termina envenenando!Ojalá mañana sea otro día. Y ojalá hoy haya sabido explicarme.

sábado, 23 de mayo de 2009

Seguramente, sí.


Leo al Rey del Metro, “El objetivo del hombre es creérselo; creer que su transfondo significa algo”, y de primeras me quedo sin aliento para reaccionar de inmediato. ¡Hasta ahí podríamos llegar! La frase tiene enjundia y podría engrosar cualquier recopilatorio oficial de frases afortunadas dispuestas a ser usadas y manoseadas, con razón o sin ella, y con la única pretensión de ocultar, disfrazar, y, en demasiados casos, incluso poner de manifiesto, aun sin pretenderlo evidentemente, la estulticia del que la usa sin conocer su autentico significado. Sí, podría hacer eso: leerla, archivarla, y olvidarla sin más. O también podría hacer lo que lamentablemente estoy haciendo: rumiarla, rumiarla, rumiarla, y tras regurgitarla después, tratar de digerirla y asimilarla a mi organismo, que seguramente va a pretender defenderse con un cierto rechazo inconsciente de superviviente nato. Pero me falta de todo para hacerlo con total éxito. Me falta resignación, primero. También me falta paz interior para aceptarla sin más y sin discutirla. Carezco de la humildad necesaria para aceptar una derrota permanente en una guerra absurda en la que me he involucrado sin pretenderlo, la guerra de querer saber qué narices significo yo hoy, aquí, y en medio de mi entorno, y, por supuesto, sin osar avanzar más de lo estrictamente aconsejable, algo tan descabellado como querer interrogarme sobre el futuro y el más allá, cuando difícilmente me respondo alguna vez sobre el más acá. Y tampoco me ayuda a ello el no dejarme fácilmente enredar en la adormidera de ese mundo de imágenes distorsionadas, de palabras huecas, de emociones cartón piedra, creadas artificialmente y respondiendo a los dictados del mercado para apaciguar a limpios de corazón y espíritus puros, porque, quizás falsamente, me considere alerta, dispuesta, contestataria y hasta razonadora. En fin, nada propicia para ello. Una pena.
--¡“El objetivo del hombre es creérselo, creer que significa algo”! ¿Será posible que todo sea tan simple como eso? porque simple, la verdad, si lo es tal y como suena y con la contundencia como se expresa. Incluso parece despejar algunas interrogantes claves, y hasta parece allanar el camino que solemos recorrer de un extremo al otro para volver siempre al mismo lugar de partida. Es poco esperanzadora,- seguro - pero parece una respuesta honesta, lúcida y hasta coherente entre tanta maleza y tanto desconcierto. Y si es así y eso es todo, ¿en qué recodo del camino me voy a sentar para siempre y poder disfrutar del paso del tiempo y, por el momento, del paisaje inigualable de esta primavera? ¿En qué silencio conocido me voy a quedar prendida cuando ya no voy a necesitar las palabras de los demás, y menos aún las propias, que son las que más me desconciertan, ya que no querrán salir de mi boca por inútiles?
Mi admirado Rey del Metro también ha escrito: “No es que no haya nada, sino que no hace falta” “Que si hay realidad y estás en medio propendes a creer que lo que pasa es tu destino.”
Disfruto leyendo al Rey del Metro, lo reconozco sin recato; disfruto leyéndole y le admiro, pero hoy es un día tibio que invita a no sé qué que nace a flor de piel y requiere de cierta indolencia y de dejarse ir. Seguramente quedará tan sólo en eso, en un encantamiento más que se deshará como un azucarillo en una taza de café. Pero, por si acaso, ahí lo dejo. Tal vez vuelva después a las frases transcritas, ahora simplemente me dejaré llevar a ninguna parte que es donde parece que solemos estar siempre.

sábado, 9 de mayo de 2009

La culpa fue de Sirena.

No sé si lo angustioso es dejar de ser en vida sin darse una cuenta del todo, y quedar al pairo de vientos desconocidos y en tierra de nadie, rodeada, además, de seres desconocidos, que te acosan día y noche, y te hablan de temas sin sentido, y te recuerdan situaciones ajenas que no te interesan en lo absoluto, y, por respeto, y por no contrariar a nadie, que nunca te ha gustado hacerlo, les sigues la corriente con cuatro frases, lugares comunes, que guardaste con esfuerzo en el baúl de la memoria; frases planas que seguramente no lleven a ninguna parte.
No sé si lo angustioso es estar rodeada de seres que ves con toda claridad y tal y como son, con perfiles definidos y exactos, pero a los que nunca llegas a percibir sensorialmente del todo, como si fueran, -¡que absurdo! -, un poco fantasmas; y de escenas que nacen espontáneamente y llenas de vida, pero que tu entorno, vigilante de tu felicidad, parece difuminar siempre con su cháchara incomprensible, y recubre de una cierta patina de tiempo pasado irrecuperable, y de sensación de nostalgia y de recuerdo, y de hasta de irrealidad y ausencia. Y entonces hay un algo maldito, imposible de definir con claridad, que trastoca tu hoy en ayer, y convierte todo en distancia, y también en tiempo pasado, y casi siempre en soledad, porque la soledad, lo sabes muy bien, nace siempre de una compañía, -¿qué puede importar que sea necesaria?- no pretendida.
No sé si lo angustioso es tener constantemente la sensación de estar en un angosto callejón que te parece que no debe llevar a ninguna parte, y entonces te desesperas sin palabras ni gestos, con un mutismo elegante y digno, y para no chillar y romper tu imagen en mil pedazos y pretender no dejar de ser un poco más tú misma, te quedas mirando un punto fijo, ese en el que no ves ya a quienes te acompañan y pierdes el interés por reconocerlos, y, sin embargo, sigues viendo a los auténticamente tuyos que vienen de todas partes; en ese punto en que no hay conversaciones que no entiendas y además no te interesan, sino todo lo que dejástes atrás sin percatarte de ello.
No sé si lo angustioso es darse cuenta de todo eso, o no darse cuenta de nada, y no entender tampoco nada, y sentirse flotando en un lugar desconocido y a merced de los caprichos de los demás, y desorientada y confundida, y a pesar de todo ello, luchar contra ti para conservar una imagen aceptable y digna para ti misma, que es lo que al final sólo importa.
No sé que es realmente lo angustioso, pero al final, y sin saber tampoco el porqué ni el para qué, te quedas mirando ensimismada un punto inexistente del infinito sin decir nada, posiblemente sin pensar en nada también, y sin pretenderlo si quiera, - Dios, ¡que no sea cierto!– propiciando, con tu ensimismamiento y la distancia que te invade, que un hilillo de saliva discurra por la comisura de tus los labios.
No sé qué pueda ser lo angustioso. No, no lo sé.

domingo, 19 de abril de 2009

¿Qué aspiras para el futuro?


Que no, que para nada voy a hablar de la felicidad. Que la felicidad de cada cual es de cada cual y mejor no deshacer el encantamiento que pueda haber en cada historia. De la felicidad colectiva mejor ni hablar, más que encantamiento es, simplemente, cuestión de marketing, mensaje televisivo, cortina de humo para enmascarar problemas reales. Que no, que de felicidad no voy a hablar, lo aseguro, pero sí voy a tratar de hacerlo de aspiraciones, de sueños inútiles, suponiendo que pudiera haber algún sueño útil, de vanas aspiraciones. Quiero escribir de lo que no será, y que nunca llegue a ser no es razón suficiente para dejar de escribir de ello, a fin de cuentas sólo soñamos en lo que sabemos que no será, y nos permitimos perder el tiempo en fantasías inútiles, esas que pintan, mientras soñamos, nuestra realidad de colores rutilantes capaces, incluso, de herir nuestra propia sensibilidad a poco que pudiéramos ser medianamente sensibles; esas que, sabedores que son totalmente imposibles, nos incitan a ser más conscientes y consecuentes con nuestra realidad, que no dejará de ser nunca la negación de la aspiración y de la fantasía que nunca podremos permitirnos.
Pero a lo que iba. Ayer me atreví a preguntar a alguien, persona a la que quiero y de la que no confío, lo reconozco, por que le quiero, y cuando una quiere, lo demás, aunque lo demás sea lo importante, pues, por el sentimiento mismo, deja de ser lo importante, y así nos luce el pelo a los racionales mortales que nos gobernamos por impulsos irracionales. En fin, que, armándome de valor, le pregunté: - ¿Y tú, a qué aspiras para el resto de tu vida?
No reproduzco la respuesta por respeto a quien pudiera leerme. Pero tampoco importa demasiado dicha respuesta. En realidad hacemos preguntas a los demás para no hacérnoslas a nosotros mismos, y como jamás nos formulamos tales preguntas esa es la razón única por la que somos incapaces, gracias al cielo, de tener que formularnos respuestas adecuadas y validas que, seguramente, ni siquiera no importan. A lo sumo obviamos la respuesta de los demás, torcemos el gesto, les despreciamos intelectualmente, y seguimos contentos con nosotros mismos, incapaces de responder estupideces de tal calibre. Pero las preguntas siguen estando donde estaban y las respuestas siguen estando donde no debieran, que de eso debe tratarse todo: de preguntarse y no responder.
-- ¡Dinero! ¡Poder! ¡Sexo! ¡Conocimiento!... ¡Eterna juventud! ¡Familia! ¡La esperanza del más allá! ...
Caray, que cantidad de conceptos y palabras huecas hay. A mi, a fin de cuentas, sólo se me ocurre una tontería más: -- “Alguien que me escuche cuando hablo, que, la verdad sea dicha, es que hablo muy poco, y alguien al que sepa escuchar sin estar obligada a pensar igual que él, y…, si no fuera mujer y las reglas sociales me lo prohibiesen, también una copa en la mano que elimine todos los diques inútiles que yo y mis circunstancias hubieran podido construir a lo largo del tiempo. Sólo eso, un tiempo sin tiempo pero lo suficientemente calido para sentirme a gusto en él.” -- Demasiado, ¡seguro!...
-- “Y tal vez, también, una música de fondo perfectamente escogida que acompañe ese tiempo”.
En fin,… Ya, ya lo sé, pero una es así, y no da para más. ¡Lo siento!

sábado, 28 de marzo de 2009

Reflexión sobre reflexión o ganas de escribir

El final del camino es lo único cierto: ¡indiscutible! Que el camino se acaba a cada instante suele ser, que no necesariamente es, y en todo caso, aunque lo fuera, no lo sería de la misma forma para todo el mundo en el concepto propio de la percepción de las cosas que tenemos unos y otros, otra verdad aceptable. Y que el reconocimiento de esa verdad, la de que el camino tiene un final inexorable a cada instante, tras cada acontecimiento, para convertirse en otro aparentemente el mismo sin llegar a serlo del todo, hace a la autora* de la reflexión sentirse más viva, no lo pongo en duda porque además es un sentimiento compartido. Pero que califique ese impulso de paradójico, eso ya me desconcierta, porque más que paradoja intuyo, al menos en mí misma, la posible única razón que soy capaz de adivinar, y en el peor de los casos: tabla de salvación, confirmación, incluso redención. Mi finitud no me angustia en lo absoluto; mi inutilidad, mis vaivenes emocionales, si es que lo son y no sólo son contradicciones irracionales, mi perdida del tiempo en la contemplación aparentemente inútil, y mi falta de participación activa en la carrera a ninguna parte, eso si me angustia, me angustia tanto como me regocija, y me descoloca; y como me angustia (¿?) y me descoloca tanto esfuerzo para tan poca rentabilidad, en su acepción más economicista del termino, quiero al menos permitirme la esperanza de una cierta coherencia al final del camino, incluso de un mínimo de estética. De que mi vida haya sido algo, sin pretender concretarlo, por lo que haya valido la pena vivir más allá de haberse limitado una a dejar pasar el tiempo, que no es fácil del todo. Que si en ese último instante quisiera mirarme al espejo, que no tendré ningún interés, seguro, pudiera reconocerme: saber que a pesar de tanta derrota sigo estando ahí frente a mi misma, y no me he convertido en una simple caricatura al uso, en un clon felizmente uniformado.
Sueño con esas miradas, caricias y sonrisas a las que se refiere mi admirada Sirena. Por supuesto que no voy a renunciar a ninguna de ellas, o por lo menos a las que mi propia cortedad y poquedad no me obliguen a renunciar; pero formaran parte de su momento, me harán mejor y estar más viva cuando las disfrute, y nos despediremos cuando me digan adiós, sin aprisionarlas en los fondos de un cajón olvidado. A lo peor incluso las lágrimas son más duraderas.

Usted me regaló unas palabras de M. Hernández y yo le corresponde con otras que tomo prestadas del Rey del metro:
"Qué poca cosa es quien piensa que ha logrado algo en la vida. A la vida no se viene a lograr sino a saber de qué se trata: … De una palabra depende que te sientas vivo o muerto."("El rey del metro")
* Sirena Varada: In Memoriam

sábado, 14 de marzo de 2009

No, si ya se ¡que no!

Haber podido conocer a Aurora, esa señora de México que además ha tenido a bien morirse a tiempo para no llegar nunca a convertirse en una molestia, seguramente es lo único realmente acertado de toda una vida, que es vida por la propia contestación a ella, que, por contestación y nada más, la hace más áspera y molesta, por supuesto, pero a la vez y sobre todo por encima de ello, más real, más autentica, más conforme con nuestra naturaleza pecadora, esa, que según nos dijeron, estamos purgando desde el principio de los tiempos.
Yo, para mi desgracia, no he llegado hasta el momento a conocer a mi Aurora, la del Rosario, la que como a todo ser humano que se precia me debía haber correspondido conocer por lo menos para haberme sentido real, y comprometida, e, incluso, hasta útil, tan sólo portando mi botellita llena de agua del Cantábrico, con el riesgo que ello conlleva de sufrir una galerna en el interior del bolsillo. Pero a lo que iba, que para hablar de galernas ya están los marineros de toda la vida que se las suelen tener y mantener con ellas que da gusto, y yo me hubiera ahogado a las primeras de cambio incluso en el charco más superficial de mi calle cuando caen cuatro gotas. A lo que iba, repito. Jamás conocí a la razón de mi ser, ni tan siquiera a la razón de mi estar, pero no me importó demasiado precisamente porque no me conformé ni me conformo con ello y aún me quedan arrestos para seguir demandándome respuestas claras, que no exactas, a preguntas ambiguas y confusas. Yo no guerreo con nadie y mucho menos aún contra nadie; lo primero porque peco de soberbia enfermiza y lo segundo porque soy un ser humilde de corazón consciente de lo anterior. Pero sea como sea guerreo y seguiré haciéndolo para llegar a alguna parte, sea esa parte la que sea, que no llego a saber a ciencia cierta cuál pueda ser, pero en ningún caso me gusta dejarme llevar, y menos aún ir por ir, que diría el cómico al uso.
Ya sé que me alimento casi siempre de lugares comunes (querida Ginebra). Ya sé que es más fácil nadar en la misma dirección de la corriente. Incluso sé que seguramente ser una misma es una ordinariez, y pretenderlo una pretensión absurda, incluso que seguramente ni siquiera sé que es ser una misma, pero…. Quiero seguir pensando por mi misma, y equivocándome por mí misma, y no quedar obligada a comulgar con ruedas de molino, ni a cerrar los ojos para no ver, y, aún mucho menos, a convertirme en dúctil con la pretensión de que la utilidad está en la uniformidad y nada más. Que no, al menos ¡dejadme la esperanza! ¿Esperanza fundamentada en un sueño imposible? ¿Esperanza que surge como un champiñón en el estercolero de la mentira? Y sobre todo, ¿esperanza para qué? Ni idea, a lo peor para resistir al ataque primaveral de las gramíneas, enemigas del pueblo. ¿Qué se yo?

PD. Perdí el norte con el comentario del Rey del metro, y como la carne es débil, pues eso… ¿Inconsistencia? Si, ¡inconsistencia!

sábado, 7 de marzo de 2009

¿Asomboso qué?

Es asombroso lo difícil que es mantener el paso con cierta dignidad. Es asombroso lo difícil que es no dejarse llevar por los lugares comunes, por las ideas preconcebidas, por las corrientes de opinión, por los juicios fáciles y sin ningún fundamento, por la nueva religión que pretende suplantar a la vieja religión, en fin, religión… o imposición a fin de cuentas. Es asombroso lo difícil que resulta pretender ser una misma aunque una misma no sea nada en el concepto de una misma, y pretenda intentar ser feliz con su propia, y más que conocida, pequeñez. Es asombroso que una llegue a saber que una es pura anécdota en un mundo de impostura y que, sin embargo, ni nadie ni nada le obliguen a proclamarlo a los cuatro vientos, sino todo lo contrario.
¿Qué puede haber de asombroso en esta vida? Esta vida es lo que es. Por favor, si estás aún a tiempo mira a otra parte. ¿No te parece lo mejor?

domingo, 1 de marzo de 2009

Si, ¿qué menos que la estética?

“Si no hay dios, si no hay organizador del Caos, no hay un orden que pueda aceptarse como tal. Entonces el hombre es un ser libre en un universo absurdo donde todo está permitido…” *

Si, si, por supuesto; libertad como sinónimo de rebeldía. Pero rebeldía ¿contra quién? El hombre rebelde lo es en tanto en cuanto hay un orden preestablecido y comúnmente aceptado lo imponga quien lo imponga y proceda de donde proceda. Hay rebeldía cuando hay norma, cuando hay orden, cuando uno decide no seguir la línea recta previamente trazada por terceras personas, si no hay divinidad, legitimadas en razón a otras muchas, con seguridad, sinrazones, pero comúnmente aceptadas o exitosamente, y no quiero utilizar el verbo deber, impuestas; y en ese caso también hay violencia, y la violencia ejercida sobre uno mismo o sobre los demás no deja de ser la negación de la inteligencia, siempre que la inteligencia pueda decidir, por supuesto, ya que no puede hacerlo siempre y bajo cualquier situación. La rebeldía parece ser la confirmación, por tanto, de un orden, y el orden, seguramente, se fundamenta en la creencia de la existencia de una conciencia superior, por más elevada o por comúnmente aceptada. En fin, que atados y bien atados, aunque con la posibilidad, pretensión al menos, de desatarnos para quedar colgando dentro del mismo orden ya convertido en amenaza de sanción, pero sin la consistencia, por muy endeble que pudiera parecer, de la aceptación de buen grado.
Yo al menos creo en la estética y en el gobierno de las buenas formas y maneras. Es más, creo que cada vez creo más y casi sólo en la estética, sobre todo cuando lo que me rodea me obliga a pensar que es difícil que pueda haber algo más, y en muchas, muchísimas ocasiones, eso es lo que ocurre: que nuestro entorno, o aquello que nosotros percibimos de nuestro entorno, que no pretendo ser dogmática, es precisamente eso lo que nos hace percibir. En esos casos o tras esas impresiones, ¿qué menos que dejar al menos una imagen, una sensación, siquiera una atmósfera armoniosa por muy inútil que pudiera ser? Seguramente les podrá servir a otros, y si no es el caso, que posiblemente no lo sea, al menos nos habrá servido a nosotros mismos por aquello de haber sido dueños de algo, aunque ese algo sea tan poco: simple apariencia, aunque eso sí, plenamente consciente. Cuando hayamos perdido, o nos hayan hecho perder o convencido de que hemos perdido nuestra propia coherencia, o consistencia, o nuestra propia imagen, caricatura, seguro, de nosotros mismos, ¿qué menos que sentir que nuestra actuación ha sido, cuanto menos, digna, es decir, cuanto menos estética?
La frase por manida que sea no deja de tener su razón de ser: “ir a la ética por la estética”. Pues seguramente hay algo de ello y el camino no es tan despreciable.
Creo como cree el autor de la frase, – la de “La Bandera Inglesa” -, que nos ha zarandeado a usted y a mí, que efectivamente hay dos caras de una misma moneda, y que ambas nos condenan sin remisión.
Podemos aceptar la mentira, y si la aceptamos, que somos conscientes de ello, lo hacemos con todas las consecuencias y sin posibilidad de error, es decir, la de condenarnos por acomodaticios, por falsarios, por frívolos, por inconsecuentes. O podemos optar por la cara opuesta, por la verdad, esa que nos hará eternamente, pero también infelizmente, libres; con la libertad de saber que jamás nos encontraremos a nosotros mismos, y si nos llegáramos a encontrar seguramente no aceptaríamos reconocernos.
En fin, lo dicho. “¡No va más!”

* Calimatias, replica a “La Bandera Inglesa” en “Una tarde gris”

domingo, 22 de febrero de 2009

¿Lo que debo ser? ¡Lo que soy!

Que sí, que soy transcendente. Que lo racionalizo todo. Que lo pienso y lo vuelvo a pesar cuantas veces sean necesarias para llegar a conclusiones propias, por supuesto que no me atrevería nunca a decir acertadas, que es lo que, seguro, dirían quienes ni siquiera se toman la molestia de cuestionar lo más cuestionable por absurdo que pudiera llegar a ser; simplemente digo lo que he dicho, conclusiones propias. Que no me dejo llevar por el vaivén de la moda. Ni tan siquiera me permito actuar al dictado de mis filias y de mis fobias, esas que con todas naturalidad coartarían, sin violencia alguna, mi libertad personal y como si fuera lo más natural del mundo me harían ser o pensar lo que seguramente no soy y no hubiera querido pensar de ser plenamente consciente.
Lo dicho, soy transcendente. Pero ahí empieza y termina todo. ¿Transcendente para qué? ¿Acaso soy más feliz que el resto de los mortales? ¿Acaso soy más feliz de lo que debiera ser si fuera menos transcendente de lo que soy? ¿ Acaso esa coherencia, de la que ni siquiera presumo ya que presumir podría llevar consigo la propia recompensa de la satisfacción personal conseguida, me genera una estabilidad emocional, una paz interior, tal vez la placidez que planea entre encefalogramas planos, evitándome o moderando el enfado inconsciente en el que habitualmente me muevo? Pues no, la verdad es que no.
Soy transcendente y a la vez tengo un cabrero interior que me desestabiliza permanentemente llevándome con la misma periodicidad temporal y con una intensidad plena a un estado de insatisfacción permanente. ¿Y es ésa toda la recompensa a la que puedo aspirar por no ser tonta de baba? ¿Y si lo es, no seré en verdad tonta de baba por aspirar con este enorme esfuerzo a ser lo que podría, y de seguro sería, simplemente dejándome llevar por los acontecimientos y las directrices ajenas?
Si, ya lo sé. Un Alcasercer lo cura todo.

A mi admirada Mangeles, que me hizo pensar en ello.

domingo, 1 de febrero de 2009

Una tarde gris.

Leo: “ Uno siempre encuentra con exactitud y sin dilación la mentira que necesita, como también puede encontrar, con exactitud y sin dilación, la verdad que necesita, siempre y cuando perciba la necesidad de verdad, es decir, de la liquidación de su vida” *
Leo y releo lo transcrito sin poder apartar mis ojos de esas tres líneas, y, menos mal, a la vez me dejo ir con el preludio de la suite nº 1 en Sol mayor para violonchelo de J.S. Bach que, sin percatarme de mi gesto, repito una y otra y otra vez, tan pronto como concluye en apenas tres minutos, aplicando mi dedo a la tecla de replay.
En principio leo y escucho, pero hay momentos en que escucho y leo sobreponiéndose a la palabra escrita la música, mientras mi estado de ánimo se balancea, sin poderlo remediar, en un constante reponerme entre confusa y transportada.
Se me pone carne de gallina y levito con la música muy, muy alto, y luego, sin vértigo alguno, caigo a peso con cada palabra que leo. Seguro que es la aceptación total de lo irremediable.
Vuelvo a leer: “Uno siempre encuentra la mentira que necesita”… ¡Caray! Te das cuenta, entonces, de que hay frases redondas en si mismas pero vacías de contenido, y hay otras que parecen no decir casi nada, que, como la transcrita, se manifiestan con la cabeza gacha, sin ruido y casi como pidiendo perdón, y que se te enredan en el alma y hacen callo, y que tras su lectura empiezas a dejar de ser la misma de siempre porque ya no sabes como conseguir olvidarlas, y tú y tu pensamiento siempre habeis sido uno solo.
Sin duda parece cierta la afirmación. Siempre se encuentran, si se buscan, motivos para seguir pase lo que pase y a quien pese, y sobre todo a pesar de una misma. Si, por supuesto. Siento como voy in crescendo con la melodía para después sentirme caer de golpe, sin remisión y sin red protectora, con la palabra demoledora y desnuda carente de todo artificio. Me desarma porque no deja margen a otras posibilidades. Me irrita porque no admite replica. Se desdibuja con el bálsamo de la música, y luego regresa para instalarse frente a mí simplemente. Pero no, a pesar de su apariencia no resulta del todo dramática. Se manifiesta como es, sin aspavientos, como algo cierto aunque se le ignore, pero asumible y lógico. Todo depende de saber aceptarla dentro de un cierto orden, y mientras exista un orden todo esta bien aunque nada esté bien. Si, por lo menos un mínimo de estética. Guardar las formas. No descomponer la figura en ningún caso.
Por supuesto que siempre he encontrado la mentira que necesitaba, y encontrarla seguro que ha sido sinónimo de fabricarla artesanalmente si era necesario, disfrazarla amablemente, justificarla siempre. ¿Cómo podría ser ingrata con esa mentira si me está salvando de mi misma, de mi propia inestabilidad emocional, de mis contradicciones de siempre, de mis miedos heredados y nuevos, de mi lamentable inconsistencia con pretensión de grandeza? ¿Cómo rechazarla sabiendo como sé que a pesar de haberla confeccionado a medida no deja de ser prestada y universal, y que habrá que inventar otra, y otra y muchas más para seguir conciliando el sueño siquiera unas horas al día?
Si, una siempre encuentra su mentira, por supuesto que sí. Pero también se puede encontrar la verdad, y el esfuerzo es casi el mismo, sólo cambia la forma y manera de dejar de ser. Está claro que también puede existir una verdad, ésa que ya no nos permitirá justificarnos en lo absoluto, ni mirar a otra parte, ni ignorar casi nada, ni siquiera disculparnos a nosotros mismos ni disculpar a los demás. Esa que nos desvelará para siempre convirtiéndonos en insomnes irredentos. Por supuesto que existe una verdad o, incluso, la verdad, que debe ser aun más dramático, ésa que contribuirá eficazmente, como dice el autor de la frase, a liquidar nuestras vidas dotándolas de consciente pero amarga consistencia y a la vez transformándonos en seres infelices y sabios hasta el final de los tiempos.
Si, está claro. Hagan juego señores: ¿Rojo o negro, verdad o mentira? … ¡No va más!
Difícil elección para una tarde gris. Me parece que me voy a dejar ir envuelta entre esas notas que van y vienen de izquierda a derecha y discurren paralelas. Nada más y nada menos que eso, pero suficiente paras escapar por el momento. Seguro que después volveré. Seguro. ¿Dónde podría ir si no?

*I. Kertész “La bandera inglesa”

viernes, 23 de enero de 2009

¿Relación o contienda?

Leo que las mujeres “encajamos y encajamos y ganamos por los puntos”*Evidentemente sacada esta frase de su contexto no parece decir todo lo que su autora, con seguridad, quería decir, pero, a pesar de ello, sirve perfectamente a mis propósitos, y se la tomo prestada, con todo el respeto a los derechos de autor que pudiera tener sobre ella, para la presente reflexión.
Por supuesto que no voy a entrar al trapo de si mujeres y hombres somos o no iguales partiendo, como parto, de que hoy casi todo se reduce a meras cuestiones puramente semánticas, y que es así porque es lo más fácil cuando en ningún caso se tiene la voluntad real de rectificar la historia. Por supuesto que no voy a entrar. Esa labor se la dejo a nuestros políticos para que justifiquen sus emolumentos y demás prebendas, asegurando, no obstante, que jamás pondría en duda la licitud de los mismos si su labor fuera, que en ningún caso lo es, medianamente coherente y mínimamente encaminada a resolver los problemas reales. Y como no voy a entrar en tales cuestiones, simplemente afirmo, diga lo que diga el BOE, que yo si creo que todos, absolutamente todos, miembros y miembras, somos iguales. Y que lo somos, y si no lo somos lo seremos y continuaremos siéndolo si tenemos las mismas oportunidades, siempre que se nos juzgue exclusivamente por nuestra valía, y cuando hayamos superado ya de una vez y para siempre complejos y prejuicios. Y lo seremos aun más de verdad cuando tal pretensión no quede tan sólo reflejada en la exposición de motivos de normas legales que al marcar diferencias para anularlas, lejos de corregir las existentes, simplemente invierten su sentido direccional y potencian con ello la propia diferencia que pretendían evitar. Entonces si, entonces si convertiremos en real lo que hoy es tan sólo apariencia y simples fuegos fatuos; entonces sí seremos de verdad todo lo iguales que debiéramos ser Pero, ¿que seamos total y absolutamente iguales en todo y para todo? Pues, oiga, que no; que no me parece que lo seamos del todo, y bendita la diferencia si ella no nos hace volver a las andadas. Pero éste no es el tema. El tema del tema, que diría Moxó, estriba en que efectivamente la regla general parece ser la apuntada por la autora de la frase y en el contexto de la cuestión, que en toda relación entre seres humanos hay una evidente pretensión de ganar, y una gana por los puntos gracias a su proverbial paciencia y capacidad de aguante, y otro, menos fajador, también pretende ganar, que seguro que lo pretende, y termina dejando en evidencia su limitación y falta de consistencia abandonando su empeño al primer revés o propinando golpes bajos no permitidos por ningún reglamento del mundo y menos aún por el derecho natural que, entre seres humanos, suele ser, en muchas ocasiones, el menos natural.
No sé si el sentimiento es algo que surge de lo más profundo de nuestro ser, o si es el resultado lógico de una reacción puramente química. No sé si cada vez que me manifiesto no es mi ser racional, sensitivo, intuitivo, emotivo, analítico, racional, y aparentemente inteligente quien está reaccionando por decisión propia o, a lo peor, por voluntad inducida por estímulos externos, pero, a fin de cuentas, mediatizado o no, por aparente propia voluntad.
No se si todo empieza y todo termina porque es ley de vida, o si termina porque somos así, inconsistentes y caprichosos, incapaces de aguantar por mucho tiempo una misma mirada, o el calor de una mano, o un cierto descontrol en nuestra respiración, y el tiempo, que lo oxida casi todo, pone a cada cual en su sitio, regularizando cada una de sus funciones hasta convertirlas en lógicas consecuentes de nuestro natural amorfismo.
No, no lo se. Sólo se que si todo se reduce a ganar, me niego a participar en ese juego.

* Comentario de Leonor al punto 24 de Calimatias.

jueves, 15 de enero de 2009

“Siempre he tenido la sensación de llegar tarde a casi todo lo que inicio. De estar perdiéndome lo mejor de mi mismo sin justificación alguna. Mi habilidad mayor ha consistido siempre en dilapidar mis contadas capacidades,…, por un absurdo capricho de relativizarlo todo, o a lo mejor porque han aparecido otras demandas más seductoras que al cruzarse en el camino me han impedido centrarme en lo que fuera que estaba haciendo. Nunca me creí a mi mismo ni me tomé demasiado en serio. Tan sólo en una ocasión me lo creí de verdad y resultó un fracaso”

Suscribiría casi palabra por palabra lo transcrito, pero con una pequeña matización: jamás, en mi caso, se me cruzaron en el camino otras demandas más seductoras; todas ellas lo fueron y las viví con idéntico aparente apasionamiento metida de lleno en ellas, pero, a pesar de mi implicación, desde la distancia más absolutas.
También yo tengo la sensación de llegar tarde a casi todo lo que inicio; es más, tengo la sensación firme de que a pesar de concluir lo que inicio mi interés real y profundo por ello está aún por llegar cuando yo físicamente me he ido.

domingo, 11 de enero de 2009

“En realidad solo me he dejado llevar por la dulzura del….” Y eso que es lo normal, no es lo malo.
Es normal, aunque no debiera serlo, dejarse llevar por un montón de cosas que no valen la pena pero que están ahí, estratégicamente dispersas a lo largo del camino y con los aditivos necesarios para que quedemos atrapados en ellas sin remisión; y, cómo no, no sólo nos dejemos llevar, sino que seamos adictos a ellas y adeptos incondicionales, irracionales, compulsivos. Así es la vida: Marketing, sometimiento, consumismo, dependencia, ¡irracionalidad!, pero, eso sí, perfectamente envuelta con papel de regalo y cinta de colores que atraigan nuestra mirada distrayéndonos de cualquier posibilidad de pensar. Pero la vida también es dejarse llevar por la dulzura propia de algunas situaciones, de determinados comportamientos, de reacciones naturales, esas que parecen contradictorias porque nacen de la espontaneidad, sin más razón que la razón, nunca sinrazón, del sentimiento humano. Lo malo, como digo, no es tanto dejarse llevar, como dejarse llevar casi siempre por lo que no vale la pena; y más aún que eso, lamentarse, disculparse y hasta pedir perdón por dejarse llevar por lo que de verdad, siendo socialmente irrelevante y humanamente, en apariencia, una poquedad, vale la pena de verdad dejarse llevar.
Lo reconozco, yo me paso la vida dejándome llevar. Soy contestataria a las mil cosas que tratan de meterme a calzador a lo largo del día y cada día de mi vida, y sin embargo sucumbo, sin ningún miramiento, ante lo cotidiano, lo amable, lo envidiable, cuando la envidia deja de ser un vicio para convertirse en virtud.
Me encanta poder leer: “En realidad solo me he dejado llevar por la dulzura … de ese recordar la historia con cariño” Me encanta que alguien se deje llevar por lo que vale la pena, y aun me encantaría más si, además, tuviera el valor de no disculparse por ello.
Está claro que tan sólo estamos preparados para dejar pasar el tiempo y verlo discurrir en nuestro entorno… El tiempo se ha adueñado de nuestras vidas, y nosotros estamos ahí, … ¡para lo que sea menester, y poca cosa más!

sábado, 10 de enero de 2009

Hoy he decidido salir del armario. Hoy, un día cualquiera de cualquier día inmerso en una crisis galopante donde lo menos importante es lo que sienta el ciudadanito de a pie, he decidido salir del armario, ese en el que estamos escondiditos casi todos los seres humanos por una u otra razón. Ese del que se han apropiado injustamente los homosexuales, que de tanto presumir de serlo son, creo, algo más que el resto de los mortales que no somos casi nada. A lo peor no somos, por no ser casi nada, ni siquiera homosexuales, y sólo somos simplemente mil sueños imposibles, mil expectativas poco mas que irrealizables pero con la pretensión, sueño imposible, de que alguna vez los sean y nos toque por fin, no ya la pedrea, que esa es la ilusión de los desesperanzados, sino el tercer premio, que sea lo que sea, seguro que sin permitirnos dejar de ser lo que somos nos podría permitir resolver otros mil problemas de menor calado.
Ya, ya sé que empiezo con mal pie. Que nada se consigue con meterse con los demás. Que debo ser humilde, contrita, racional, correcta política y socialmente. Pero, ¿es que de verdad alguien se cree que siendo así algún otro me va a tener en consideración?
Hoy salgo de mi armario para gritar a los cuatro vientos algo tan tonto como que quiero vivir; que quiero vivir como imagino que se debe querer vivir, que no es como viven quienes no viven, ni tampoco como quienes viven sin vivir aunque se lo parezca a los demás; en fin, que quiero vivir más allá de lo que literariamente es posible; más allá de lo que es capaz de imaginar la imaginación mejor intencionada, pero más acá de la realidad que no me interesa para nada porque ya me la conozco de memoria; es decir, en el punto exacto entre lo que es y lo que infantilmente quisiera que fuera y que sé, como no podría ser de otra forma, que no será.
Hoy salgo del armario. Que pena me doy.

PD. Seguramente no tendré nada que decir. Y si no tengo nada que decir, no diré nada; que no me gusta molestar. Pero tengo un hermano pequeño, y eso no es una virtud, es un simple hecho, y ese hermano pequeño escribe, según creo, como dios. Si no se me ocurre nada que decir transcribiré sus textos – lo aviso-. No trataré de llevarme la gloria. Simplemente de decir, sin escribirlo, lo que seguramente hubiera dicho pero otro se me adelantó. Ya, ya sé, eso no vale, pero, ¿no vale para quién, si vale para mi?