sábado, 19 de febrero de 2011

Ja soc aquí

Insatisfacción, divino tesoro. Somos así porque no seriamos capaces de ser de otra forma. Y lo peor de todo es que nos gusta, no porque nos guste, que no nos gusta del todo, sino para asegurarnos un mínimo de estabilidad emocional y seguir adelante, que ya es más de lo que somos capaces de aspirar.
Los idiotas del todo se miran al espejo con satisfacción. Los otros idiotas del todo se miran al espejo con irremisión, que debe ser lo mismo pero de sentido contrario. Y el resto de los idiotas ni siquiera nos miramos al espejo porque sería una señal inequívoca de que el futuro promete, poco, pero promete, y eso nos bastaría para seguir dando grandes bocanadas en nuestra contaminada pecera.
Insatisfacción no, ¡nunca! La medicinada paliativa y los productos homeopáticos que no garantizan nada, pero parecen prometer casi todo.
Adelante. Siempre adelante. ¿Cómo nos podríamos permitir el lujo de ir hacia atrás, con lo que ha sido nuestro pasado si fuéramos capaces de analizarlo con objetividad?
Sigo sin tener que decir nada, pero de vez en cuando siento la necesidad de dar una coz y poner la cabeza para no lastimar a nadie que no sea yo.
Y ahí está mi coz de hoy.
¿Adelante? ¡Que remedio!

sábado, 18 de septiembre de 2010

Sin título

Y lo peor de todo es que no tengo nada que decir. Lo siento.

sábado, 3 de julio de 2010

A quien corresponda.

Una está muerta, simplemente. Incapaz de percibir cualquier sensación sea de la naturaleza que sea. Neutra ante los más elementales impulsos, esos pequeños resortes que nos harían, si no se lo impidiésemos inconscientemente, saltar interiormente de alegría, de frustración o de rabia, y condicionarían, tan terrible en ocasiones como vitalmente siempre, parte de nuestro tiempo, aunque nuestro tiempo siempre sea eso, parte de nosotros mismo, algo finito y limitado.
Si, todo muy encauzado literariamente y muy cabal, pero lo único que cuenta de verdad en la realidad palpable y sufrible de cada día es que una está ahí desnuda interiormente y tiritando, y si lo está no lo es por decisión propia ni por puro capricho. Una esta muerta sin más e incapaz de otra cosa, hecha un ovillo para defenderse ni se sabe de qué, pero de algo que te anonada y empequeñece, seguro; acurrucada en una esquina como un mueble más para intentar pasar desapercibida. En tales situaciones no hay palabras ni razones que valgan para poder sacarnos de nuestro ensimismamiento, para arroparnos y hacernos entrar en calor, para cubrir nuestra vulnerabilidad y ausencia y devolvernos al menos al mundo de los vivos conformes con ellos mismos por mera inconsciencia o por pura insensatez, que no al de los satisfechos que sería demasiado. Sólo somos capaces de quedarnos ahí perplejos e impotentes, y en el mejor de los casos con la ligera esperanza de que lo que sea escampe, que cambie el viento, que se disipe la tormenta, que amanezca y salga otro sol distinto al de ayer. Que después de hoy no seamos a nosotros mismos a los que veamos cuando nos miremos al espejo, o no lo seamos del todo, y hayamos sabido aprender al menos lo que no teníamos ningún interés en aprender: que también en casos como estos es simplemente cuestión de tiempo. Que el tiempo todo lo cura. Que, según se dice, es bálsamo para todo y que no hay mal que cien años dure.

Sí, por supuesto que si: cabeza, sentido común, y si no lo hubiera, sentido práctico. Sobreponernos como sea a cualquier acontecimiento aunque nos lamine, elevándonos sobre nosotros mismos, aun cuando nosotros mismos fuéramos, como parece, puro espejismo de nosotros mismos. Por supuesto que sí, pero… ¿de verdad es posible conseguirlo o por lo menos intentarlo más allá de contentarnos con saber que sería lo adecuado pero totalmente imposible en nuestro estado actual?

Sí, se puede estar muerta. Por supuesto que se puede estar muerta y llorar amargamente por nuestra suerte, y guardarnos luto, y encerrarnos en casa, y entornar las persianas de ventanas y balcones dejándolo todo en penumbra. Por supuesto que sí. Y también dejar pasar el tiempo que es nuestro tiempo y sólo nos pertenece a nosotros, ¿pero y qué más? ¿Y mientras el tiempo pasa, qué?, ¿dejar también de respirar?, ¿permanecer en el más estricto anonimato?, ¿condenarnos al silencio más absoluto porque se nos ha olvidado juntar palabras y hasta eso nos agota, o porque se nos ha secado el alma, desván de nuestros sueños y fantasías?

Y si sentirse muerta es una parte de la negra cuestión de este momento en el que pudiéramos encontrarnos, la otra, y en todo momento, es la de ser plenamente conscientes de que nuestro tiempo es finito, que hay plazo, que no debiéramos nunca renunciar a nuestra poquedad para convertirla en ausencia, que no hay nada que dure lo suficiente, ni siquiera nosotros mismos, ni siquiera nuestra angustia de hoy que lo invade, desvirtúa y transforma todo, que podríamos dejar de sentir si quisiéramos o no supiéramos hacer otra cosa, pero nunca debiéramos dejar de vivir aun cuando nuestra vida no pareciera merecer la vida. Que no se puede compaginar pacíficamente el estar muertos y ser concientes que el tiempo pasa. Que hay que elegir por muy imposible que ello parezca. Que por supuesto se puede optar por renunciar a todo. Y que se podría optar también por sobreponernos pretendiendo, cualquiera que fueran las dificultades a las que tuviéramos que enfrentaros, intentar seguir nuestro camino incluso con andador y derramando amargas lagrimas por el dolor causado por el esfuerzo.
Elegir. Equivocarse. Empezar otra vez sabiendo que otra vez y muchas otras volveremos a encontrarnos frente a dilemas parecidos y con la obligación nunca escrita de tener que volver a aventurarnos de alguna forma. Si, precioso todo por muy difícil que parezca asumir una posición. Pero, y es lo único realmente cierto, ¿cómo levantarnos sin al menos intentarlo con lo fácil que es aparentemente seguir postrados? Imposible. Sólo se que estoy muerta y lo acepto, y me ausento, y me callo, y me olvido de todo y de todos, y me inmolo en el altar de la angustia que me causa vivir, y dejar pasar el tiempo.
Terrible, por supuesto…
Menos mal que jamás nos faltaran adjetivos para pretender justificar nuestra sinrazón, esa que nos va a permitir perder a chorros la vida y a la vez lamentarnos por ello. Menos mal que asumir un engaño medianamente aceptable casi siempre es posible. Menos mal.
….
“¡Dejadme la esperanza!”. ¿Serás capaz de concederte al menos la esperanza?

sábado, 19 de junio de 2010

¡Así es la rosa!

Todo se reduce a no alzar la voz. A mirar a otra parte cuando fuera imprescindible mirar y además de mirar ver. A etiquetar a los demás, si es necesario relacionarse con ellos, negándoles en cuanto pudieran tener de sí mismos y alejándolos de una o asumiéndolos como propios en cuanto pudieran restar o sumar a la idea preconcebida y ortodoxa de la vida –, razón de ser de todas las cosas, - aun cuando sólo sea eso, una simple idea y, para colmo, preconcebida en el mejor de los casos, ya que en el peor pudiera ser heredara, impuesta, implantada en lo profundo de la conciencia como única tabla de salvación o como formula magistral o ungüento mágico para remediar o paliar las consecuencias negativas del sin fin de calamidades que significa pretender sobrevivir sin salvavidas o vaya usted a saber cómo.
Maniqueísmo puro. Sólo eso. Todo se reduce a intentar facilitar la capacidad de asumir o digerir las cosas de la vida, porque la vida ya no es un cúmulo sensaciones, ni de impresiones, y mucho menos de emociones, y tan sólo se reduce a ser eso, la suma de cosas que la perfilan en el concepto más o menos plástico y televisivo de nuestros modelos vitales, que nunca somos nosotros mismos, a los que seguimos y perseguimos como gurús de nuestra propia realidad. Todo se reduce, - digo,- a facilitar las cosas de la vida para que tales cosas, sirvan o no sirvan, al menos no nos molesten o desestabilicen más de lo que lo estamos habitualmente sin percatarnos de ello, que no deja de ser una suerte.
Lo dicho, todo muy simple, muy fácil y muy cuadriculado para no hacernos pensar demasiado. Buenos o malos. Blancos o negros. Amigos o enemigos. Y siempre la línea recta mientras no haya que tomar partido, aunque el Partido nos ignore y sólo nos reconozca, condescendiente él, mientras seamos simplemente tontos útiles. Pero el Partido y la partida a la que estamos casi siempre invitados – por la puerta de los invitados prescindibles- sólo son capaces de convertirnos en peones o fichas necesarias para la partida, en convidados de piedra, en parte material pero nunca decisoria e imprescindible de nuestra propia realidad, que en el fondo nunca es propia, y si llegara a serlo lo sería porque no tiene más remedio al no haber otra, porque la realidad es, según parece, lo que es a pesar de nunca ser lo vivido o, al menos, lo pretendido por lo que una se empeñaría hasta las cejas sin nunca saber porqué.

- No, por favor, ni tocarla pese a lo que pese. ¡Así es la rosa!

domingo, 6 de junio de 2010

Si titulo

Me levanto cada mañana con una cierta pereza y su poquito de angustia al iniciar una nueva jornada porque vaya usted a saber lo qué nos pueda deparar el nuevo día por meritos propios o por otras mil razones ajenas, que de todo debe haber. La vida no es nunca tan encefalograma plano como parece ser a priori o como somos –, sin parecerlo,- algunos de nosotros que la transitamos deshonrándola hasta lo inimaginable. Bueno, la realidad es que mi pereza –, una de mis sin razones, - es una peraza artificial y posiblemente poco racional, aunque mi miedo –, la otra de mis sin razones, - responda siempre a distintas motivaciones ciertas y contrastadas por sucesos ya experimentados en carne propia, lo que siempre deja su propia huella guste o no guste. Pero a lo que iba. Me encanta también saber, sea cual sea la razón merecida o inmerecida que lo motivara, que pudiera haber en cada mañana acontecimientos imprevisibles por vivir pese a que yo sea una enferma crónica de la previsión. Una especie de pretensión de querer por querer aun no queriendo y no querer por ser consciente de no merecer por haber hecho siempre las cosas medianamente bien o como dios manda o mandaba cuando mandaba, que ahora no parece mandar demasiado. De no permitirme el lujo de dejar flecos sueltos y sin embargo confiar que haya alguno que me permita sufrir, porque es sufrir, que la respiración se me acelere y experimente una especie de ahogo físico que me genere además una cierta taquicardia emocional. Una especie de estar sin estar en ninguna parte pero con la sensación, con su punto de angustia desestabilizadora, de estar en todas las equivocadas y a la vez.
Me da un cierto miedo abrir los ojos, según digo, y es una autentica imbecilidad escribir lo que escribo porque no da demasiado de sí tal cual es mi forma de pensar o de afrontar la realidad y mi confianza última de que algo ocurra, sabiendo como sé que si eso aconteciera siempre sería negativo y desestabilizador. Lo que debiera darme miedo es no abrirlos, que es la otra posible opción, y la verdad es que nunca me ha dado miedo tal posibilidad, total ¿cómo podemos remediar lo irremediable? Y si lo es, ¿para qué perder el tiempo preocupándonos de ello? Seguramente otro día más lúcida hablaré de mi miedo o no a no abrir los ojos, pero hoy no, hoy lo que me motiva en un sentido y a la vez en el contrario es el hecho de abrir los ojos y sus posibles consecuencias, hecho que ya en sí mismo es más que suficiente y se las trae.
Mi vida es la sempiterna sensación de la contradicción y de la inconsistencia transcendente de los inconformistas acomodaticios. Busco con toda mi alma estabilidad, confortabilidad, consistencia, y sin embargo estoy más preparada para lo imprevisible y hasta para lo negativo que pudiera exigirme un mínimo de contestación y reacción. Es como si mi vida me exigiera estímulos permanentes para mantenerme distraída de lo cotidiano y a salvo de la inconsistencia de esa cotidianeidad a la que me refiero. Y lo cotidiano además de satisfactorio, en el concepto general de los conceptos, fuera manifiestamente insuficiente en el particular y propio de los mismos conceptos. En fin, que en este maremágnum de las ideas si fuera más simple de lo que soy podría sentirme medianamente satisfecha por creer percatarme de lo obvio, pero también se han debido percatar un montón de personas antes que yo, lo que les ha llevado, seguro, a convertirse a algunos en ilustres delincuentes, sujetos manifiestamente antisociales, drogadictos en fuga libre y un sin fin de marginados y tarados por decisión propia o culpa ajena, que de todo debe haber, e incluso yo también aunque pendiente por el momento de catalogar.
En fin, que me declaro objetora de conciencia de mi misma, y además anuncio públicamente la próxima convocatoria a una huelga general de la que me voy a enterar con toda seguridad.
Sí, lo dicho; hoy no hay nada de nada y mañana más de los mismo, que para los que somos es más que suficiente. ¿No?

Pd. El silencio es cada vez más espeso y las ausencias más dolorosas.
¿Sirena. Dry Gim. Tequila. Oyana. …? Incluso Gabriel Ramírez, pero él es novelista y ya se sabe que eso obliga a mucho.
A Calimatias jamás le dedique ni una sola palabra, me daba vergüenza y me faltaba consistencia.

sábado, 22 de mayo de 2010

Pasaba por allí, y tampoco fui capaz de callarme.

Pierdo la razón cuando más razón tengo, y es lamentable. Lamentable para mí la primera porque me dejo llevar por un impulso o por una necesidad, pero impulso propio o propia necesidad no dejan de ser una sinrazón en el concepto comúnmente aceptado por el entorno cuando el entorno es mucho más que una misma. El entorno siempre es mucho más que una misma aunque una misma lo ponga habitualmente en tela de juicio. Que pena, ¿verdad?
Siempre parece haber una cierta parafernalia en todo, una especie de liturgia repleta de incienso capaz de enturbiar la escena y hasta de saciar la respiración, un ceremonial previo y aparentemente necesario e imprescindible. Todo termina siendo simplemente papel de celofán o fuegos fatuos. A nadie le importa un bledo la angustia de nadie. Es demasiado crudo y directo, demasiado personal, difícil de asimilar sin perder pie o al menos la compostura, y dios nos libre de perder la compostura. ¡Hasta ahí podríamos llegar! ¿Qué iba a ser de nuestro mundo que se sustenta de imágenes comúnmente – iba a decir aceptadas y a lo mejor no es esa la idea cabal, y lo es la de - asumidas sin más, de palabras grandilocuentes y huecas y de conceptos aparentes? A lo mejor es verdad y nos importa un bledo lo que pueda haber tras su apariencia, y es simplemente la apariencia lo que concede prestancia a nuestra endeblez. Tal vez sea así y no haya vuelta de hoja.
Sí. Quedémonos en los preliminares. Quedémonos en lo aparente, en lo posible sea cierto o no, en lo cómodo, en lo que no nos obligue a poner en duda nada y se asuma porque se acepta sin más, por simple roce. Rechacemos todo lo que nos obligue a algo más, incluso rechacemos la contundencia de lo que parece verdad pero carece del glamour necesario.
Terrible. Toda la vida intentando decir algo coherente, y cuando creo saber lo que quiero decir me percato que me falta eso, lo que daría consistencia y credibilidad a cualquier noticia banal transmitida en papel couché.
Y yo mientras intentando justificarme simplemente por tener la impresión de que a lo mejor no estoy del todo equivocada. Terrible, si. Seguramente me sobran razones. Pero ya se sabe que lo que vende no es eso. ¿A quién le importa la verdad? Y sobre todo, ¿para qué sirve más allá de ser capaz de incomodar a espíritus sensibleros y débiles?

sábado, 17 de abril de 2010

¿Y quién c… eres tú?

Desconcertada. En el fondo todo el mundo es igual, aspira a lo mejo para uno mismo y para aquellos a los que quiere pero siempre según el rasero de su propio criterio. Y es que en el fondo no hay más que un rasero, el propio; y una razón de ser, la propia; y una forma de entender la vida, la que una está dispuesta a aceptar aunque sea a regañadientes. Lo demás existe, porque sabes que existe, pero sólo lo aceptas porque no hay más remedio. Porque también se acepta la violencia, la mediocridad, la falta de todo. Por supuesto que existe, pero no es lo propio, ni lo deseado, ni lo que nos corresponde, ni, por supuesto, lo programado para quienes nos importan.
Y te quedas mirando al infinito, que es como no mirar. Y contienes la respiración, que es como no respirar. Y mueves la cabeza, que es como pretender mover tu todo yo. Y sin embargo sigues donde y como estabas. Nada, salvo tú, ha cambiado. Y el mundo sigue siendo el mismo. Y el tiempo mantiene su propio ritmo. Y se te queda cara de imbécil. Y te preguntas: ¿es culpa mía? Y como sabes que nunca nadie te va a responder y que las preguntas sólo suelen tener respuesta si tu misma estás dispuesta a encontrarlas y una vez encontradas, que no es lo más difícil, estás dispuesta a exteriorizarlas, que eso sí es lo más difícil, pues eso, que te das un tiempo, y miras a otra parte, y te reconoces que la culpa no es tuya, y que a lo mejor no hay ni siquiera culpables, - ¿por qué habría de haberlos?, - pero no es suficiente. Tú tienes un concepto de la vida muy amplio donde cabe casi todo; y muy de pacotilla, porque cabe casi todo para los demás, porque los demás no cuentan, y si contasen no duelen.
Y te quedas mirando al infinito. Y como el infinito no está cerca de ti, esperas mejor ocasión…, ya para nada.
Menos mal que siempre has esperado mejor ocasión. Nunca te ha servido para nada y te has limitado a asumir lo irremediable, pero si a ello le sumas la absurda pretensión de que seguro que habrá mejor ocasión, puesta ya está todo resuelto. Mañana será otro día.
Y te quedas mirando al infinito. El infinito y mañana son la solución a tu propia limitación.
En realidad ¿quién coño eres tú para pretender abrir la boca por los demás aunque sean menos demás que los otros?