sábado, 3 de julio de 2010

A quien corresponda.

Una está muerta, simplemente. Incapaz de percibir cualquier sensación sea de la naturaleza que sea. Neutra ante los más elementales impulsos, esos pequeños resortes que nos harían, si no se lo impidiésemos inconscientemente, saltar interiormente de alegría, de frustración o de rabia, y condicionarían, tan terrible en ocasiones como vitalmente siempre, parte de nuestro tiempo, aunque nuestro tiempo siempre sea eso, parte de nosotros mismo, algo finito y limitado.
Si, todo muy encauzado literariamente y muy cabal, pero lo único que cuenta de verdad en la realidad palpable y sufrible de cada día es que una está ahí desnuda interiormente y tiritando, y si lo está no lo es por decisión propia ni por puro capricho. Una esta muerta sin más e incapaz de otra cosa, hecha un ovillo para defenderse ni se sabe de qué, pero de algo que te anonada y empequeñece, seguro; acurrucada en una esquina como un mueble más para intentar pasar desapercibida. En tales situaciones no hay palabras ni razones que valgan para poder sacarnos de nuestro ensimismamiento, para arroparnos y hacernos entrar en calor, para cubrir nuestra vulnerabilidad y ausencia y devolvernos al menos al mundo de los vivos conformes con ellos mismos por mera inconsciencia o por pura insensatez, que no al de los satisfechos que sería demasiado. Sólo somos capaces de quedarnos ahí perplejos e impotentes, y en el mejor de los casos con la ligera esperanza de que lo que sea escampe, que cambie el viento, que se disipe la tormenta, que amanezca y salga otro sol distinto al de ayer. Que después de hoy no seamos a nosotros mismos a los que veamos cuando nos miremos al espejo, o no lo seamos del todo, y hayamos sabido aprender al menos lo que no teníamos ningún interés en aprender: que también en casos como estos es simplemente cuestión de tiempo. Que el tiempo todo lo cura. Que, según se dice, es bálsamo para todo y que no hay mal que cien años dure.

Sí, por supuesto que si: cabeza, sentido común, y si no lo hubiera, sentido práctico. Sobreponernos como sea a cualquier acontecimiento aunque nos lamine, elevándonos sobre nosotros mismos, aun cuando nosotros mismos fuéramos, como parece, puro espejismo de nosotros mismos. Por supuesto que sí, pero… ¿de verdad es posible conseguirlo o por lo menos intentarlo más allá de contentarnos con saber que sería lo adecuado pero totalmente imposible en nuestro estado actual?

Sí, se puede estar muerta. Por supuesto que se puede estar muerta y llorar amargamente por nuestra suerte, y guardarnos luto, y encerrarnos en casa, y entornar las persianas de ventanas y balcones dejándolo todo en penumbra. Por supuesto que sí. Y también dejar pasar el tiempo que es nuestro tiempo y sólo nos pertenece a nosotros, ¿pero y qué más? ¿Y mientras el tiempo pasa, qué?, ¿dejar también de respirar?, ¿permanecer en el más estricto anonimato?, ¿condenarnos al silencio más absoluto porque se nos ha olvidado juntar palabras y hasta eso nos agota, o porque se nos ha secado el alma, desván de nuestros sueños y fantasías?

Y si sentirse muerta es una parte de la negra cuestión de este momento en el que pudiéramos encontrarnos, la otra, y en todo momento, es la de ser plenamente conscientes de que nuestro tiempo es finito, que hay plazo, que no debiéramos nunca renunciar a nuestra poquedad para convertirla en ausencia, que no hay nada que dure lo suficiente, ni siquiera nosotros mismos, ni siquiera nuestra angustia de hoy que lo invade, desvirtúa y transforma todo, que podríamos dejar de sentir si quisiéramos o no supiéramos hacer otra cosa, pero nunca debiéramos dejar de vivir aun cuando nuestra vida no pareciera merecer la vida. Que no se puede compaginar pacíficamente el estar muertos y ser concientes que el tiempo pasa. Que hay que elegir por muy imposible que ello parezca. Que por supuesto se puede optar por renunciar a todo. Y que se podría optar también por sobreponernos pretendiendo, cualquiera que fueran las dificultades a las que tuviéramos que enfrentaros, intentar seguir nuestro camino incluso con andador y derramando amargas lagrimas por el dolor causado por el esfuerzo.
Elegir. Equivocarse. Empezar otra vez sabiendo que otra vez y muchas otras volveremos a encontrarnos frente a dilemas parecidos y con la obligación nunca escrita de tener que volver a aventurarnos de alguna forma. Si, precioso todo por muy difícil que parezca asumir una posición. Pero, y es lo único realmente cierto, ¿cómo levantarnos sin al menos intentarlo con lo fácil que es aparentemente seguir postrados? Imposible. Sólo se que estoy muerta y lo acepto, y me ausento, y me callo, y me olvido de todo y de todos, y me inmolo en el altar de la angustia que me causa vivir, y dejar pasar el tiempo.
Terrible, por supuesto…
Menos mal que jamás nos faltaran adjetivos para pretender justificar nuestra sinrazón, esa que nos va a permitir perder a chorros la vida y a la vez lamentarnos por ello. Menos mal que asumir un engaño medianamente aceptable casi siempre es posible. Menos mal.
….
“¡Dejadme la esperanza!”. ¿Serás capaz de concederte al menos la esperanza?