Todo se reduce a no alzar la voz. A mirar a otra parte cuando fuera imprescindible mirar y además de mirar ver. A etiquetar a los demás, si es necesario relacionarse con ellos, negándoles en cuanto pudieran tener de sí mismos y alejándolos de una o asumiéndolos como propios en cuanto pudieran restar o sumar a la idea preconcebida y ortodoxa de la vida –, razón de ser de todas las cosas, - aun cuando sólo sea eso, una simple idea y, para colmo, preconcebida en el mejor de los casos, ya que en el peor pudiera ser heredara, impuesta, implantada en lo profundo de la conciencia como única tabla de salvación o como formula magistral o ungüento mágico para remediar o paliar las consecuencias negativas del sin fin de calamidades que significa pretender sobrevivir sin salvavidas o vaya usted a saber cómo.
Maniqueísmo puro. Sólo eso. Todo se reduce a intentar facilitar la capacidad de asumir o digerir las cosas de la vida, porque la vida ya no es un cúmulo sensaciones, ni de impresiones, y mucho menos de emociones, y tan sólo se reduce a ser eso, la suma de cosas que la perfilan en el concepto más o menos plástico y televisivo de nuestros modelos vitales, que nunca somos nosotros mismos, a los que seguimos y perseguimos como gurús de nuestra propia realidad. Todo se reduce, - digo,- a facilitar las cosas de la vida para que tales cosas, sirvan o no sirvan, al menos no nos molesten o desestabilicen más de lo que lo estamos habitualmente sin percatarnos de ello, que no deja de ser una suerte.
Lo dicho, todo muy simple, muy fácil y muy cuadriculado para no hacernos pensar demasiado. Buenos o malos. Blancos o negros. Amigos o enemigos. Y siempre la línea recta mientras no haya que tomar partido, aunque el Partido nos ignore y sólo nos reconozca, condescendiente él, mientras seamos simplemente tontos útiles. Pero el Partido y la partida a la que estamos casi siempre invitados – por la puerta de los invitados prescindibles- sólo son capaces de convertirnos en peones o fichas necesarias para la partida, en convidados de piedra, en parte material pero nunca decisoria e imprescindible de nuestra propia realidad, que en el fondo nunca es propia, y si llegara a serlo lo sería porque no tiene más remedio al no haber otra, porque la realidad es, según parece, lo que es a pesar de nunca ser lo vivido o, al menos, lo pretendido por lo que una se empeñaría hasta las cejas sin nunca saber porqué.
- No, por favor, ni tocarla pese a lo que pese. ¡Así es la rosa!
Maniqueísmo puro. Sólo eso. Todo se reduce a intentar facilitar la capacidad de asumir o digerir las cosas de la vida, porque la vida ya no es un cúmulo sensaciones, ni de impresiones, y mucho menos de emociones, y tan sólo se reduce a ser eso, la suma de cosas que la perfilan en el concepto más o menos plástico y televisivo de nuestros modelos vitales, que nunca somos nosotros mismos, a los que seguimos y perseguimos como gurús de nuestra propia realidad. Todo se reduce, - digo,- a facilitar las cosas de la vida para que tales cosas, sirvan o no sirvan, al menos no nos molesten o desestabilicen más de lo que lo estamos habitualmente sin percatarnos de ello, que no deja de ser una suerte.
Lo dicho, todo muy simple, muy fácil y muy cuadriculado para no hacernos pensar demasiado. Buenos o malos. Blancos o negros. Amigos o enemigos. Y siempre la línea recta mientras no haya que tomar partido, aunque el Partido nos ignore y sólo nos reconozca, condescendiente él, mientras seamos simplemente tontos útiles. Pero el Partido y la partida a la que estamos casi siempre invitados – por la puerta de los invitados prescindibles- sólo son capaces de convertirnos en peones o fichas necesarias para la partida, en convidados de piedra, en parte material pero nunca decisoria e imprescindible de nuestra propia realidad, que en el fondo nunca es propia, y si llegara a serlo lo sería porque no tiene más remedio al no haber otra, porque la realidad es, según parece, lo que es a pesar de nunca ser lo vivido o, al menos, lo pretendido por lo que una se empeñaría hasta las cejas sin nunca saber porqué.
- No, por favor, ni tocarla pese a lo que pese. ¡Así es la rosa!