sábado, 18 de septiembre de 2010
sábado, 3 de julio de 2010
A quien corresponda.
Una está muerta, simplemente. Incapaz de percibir cualquier sensación sea de la naturaleza que sea. Neutra ante los más elementales impulsos, esos pequeños resortes que nos harían, si no se lo impidiésemos inconscientemente, saltar interiormente de alegría, de frustración o de rabia, y condicionarían, tan terrible en ocasiones como vitalmente siempre, parte de nuestro tiempo, aunque nuestro tiempo siempre sea eso, parte de nosotros mismo, algo finito y limitado.
Si, todo muy encauzado literariamente y muy cabal, pero lo único que cuenta de verdad en la realidad palpable y sufrible de cada día es que una está ahí desnuda interiormente y tiritando, y si lo está no lo es por decisión propia ni por puro capricho. Una esta muerta sin más e incapaz de otra cosa, hecha un ovillo para defenderse ni se sabe de qué, pero de algo que te anonada y empequeñece, seguro; acurrucada en una esquina como un mueble más para intentar pasar desapercibida. En tales situaciones no hay palabras ni razones que valgan para poder sacarnos de nuestro ensimismamiento, para arroparnos y hacernos entrar en calor, para cubrir nuestra vulnerabilidad y ausencia y devolvernos al menos al mundo de los vivos conformes con ellos mismos por mera inconsciencia o por pura insensatez, que no al de los satisfechos que sería demasiado. Sólo somos capaces de quedarnos ahí perplejos e impotentes, y en el mejor de los casos con la ligera esperanza de que lo que sea escampe, que cambie el viento, que se disipe la tormenta, que amanezca y salga otro sol distinto al de ayer. Que después de hoy no seamos a nosotros mismos a los que veamos cuando nos miremos al espejo, o no lo seamos del todo, y hayamos sabido aprender al menos lo que no teníamos ningún interés en aprender: que también en casos como estos es simplemente cuestión de tiempo. Que el tiempo todo lo cura. Que, según se dice, es bálsamo para todo y que no hay mal que cien años dure.
Sí, por supuesto que si: cabeza, sentido común, y si no lo hubiera, sentido práctico. Sobreponernos como sea a cualquier acontecimiento aunque nos lamine, elevándonos sobre nosotros mismos, aun cuando nosotros mismos fuéramos, como parece, puro espejismo de nosotros mismos. Por supuesto que sí, pero… ¿de verdad es posible conseguirlo o por lo menos intentarlo más allá de contentarnos con saber que sería lo adecuado pero totalmente imposible en nuestro estado actual?
Sí, se puede estar muerta. Por supuesto que se puede estar muerta y llorar amargamente por nuestra suerte, y guardarnos luto, y encerrarnos en casa, y entornar las persianas de ventanas y balcones dejándolo todo en penumbra. Por supuesto que sí. Y también dejar pasar el tiempo que es nuestro tiempo y sólo nos pertenece a nosotros, ¿pero y qué más? ¿Y mientras el tiempo pasa, qué?, ¿dejar también de respirar?, ¿permanecer en el más estricto anonimato?, ¿condenarnos al silencio más absoluto porque se nos ha olvidado juntar palabras y hasta eso nos agota, o porque se nos ha secado el alma, desván de nuestros sueños y fantasías?
Y si sentirse muerta es una parte de la negra cuestión de este momento en el que pudiéramos encontrarnos, la otra, y en todo momento, es la de ser plenamente conscientes de que nuestro tiempo es finito, que hay plazo, que no debiéramos nunca renunciar a nuestra poquedad para convertirla en ausencia, que no hay nada que dure lo suficiente, ni siquiera nosotros mismos, ni siquiera nuestra angustia de hoy que lo invade, desvirtúa y transforma todo, que podríamos dejar de sentir si quisiéramos o no supiéramos hacer otra cosa, pero nunca debiéramos dejar de vivir aun cuando nuestra vida no pareciera merecer la vida. Que no se puede compaginar pacíficamente el estar muertos y ser concientes que el tiempo pasa. Que hay que elegir por muy imposible que ello parezca. Que por supuesto se puede optar por renunciar a todo. Y que se podría optar también por sobreponernos pretendiendo, cualquiera que fueran las dificultades a las que tuviéramos que enfrentaros, intentar seguir nuestro camino incluso con andador y derramando amargas lagrimas por el dolor causado por el esfuerzo.
Elegir. Equivocarse. Empezar otra vez sabiendo que otra vez y muchas otras volveremos a encontrarnos frente a dilemas parecidos y con la obligación nunca escrita de tener que volver a aventurarnos de alguna forma. Si, precioso todo por muy difícil que parezca asumir una posición. Pero, y es lo único realmente cierto, ¿cómo levantarnos sin al menos intentarlo con lo fácil que es aparentemente seguir postrados? Imposible. Sólo se que estoy muerta y lo acepto, y me ausento, y me callo, y me olvido de todo y de todos, y me inmolo en el altar de la angustia que me causa vivir, y dejar pasar el tiempo.
Terrible, por supuesto…
Menos mal que jamás nos faltaran adjetivos para pretender justificar nuestra sinrazón, esa que nos va a permitir perder a chorros la vida y a la vez lamentarnos por ello. Menos mal que asumir un engaño medianamente aceptable casi siempre es posible. Menos mal.
….
“¡Dejadme la esperanza!”. ¿Serás capaz de concederte al menos la esperanza?
Si, todo muy encauzado literariamente y muy cabal, pero lo único que cuenta de verdad en la realidad palpable y sufrible de cada día es que una está ahí desnuda interiormente y tiritando, y si lo está no lo es por decisión propia ni por puro capricho. Una esta muerta sin más e incapaz de otra cosa, hecha un ovillo para defenderse ni se sabe de qué, pero de algo que te anonada y empequeñece, seguro; acurrucada en una esquina como un mueble más para intentar pasar desapercibida. En tales situaciones no hay palabras ni razones que valgan para poder sacarnos de nuestro ensimismamiento, para arroparnos y hacernos entrar en calor, para cubrir nuestra vulnerabilidad y ausencia y devolvernos al menos al mundo de los vivos conformes con ellos mismos por mera inconsciencia o por pura insensatez, que no al de los satisfechos que sería demasiado. Sólo somos capaces de quedarnos ahí perplejos e impotentes, y en el mejor de los casos con la ligera esperanza de que lo que sea escampe, que cambie el viento, que se disipe la tormenta, que amanezca y salga otro sol distinto al de ayer. Que después de hoy no seamos a nosotros mismos a los que veamos cuando nos miremos al espejo, o no lo seamos del todo, y hayamos sabido aprender al menos lo que no teníamos ningún interés en aprender: que también en casos como estos es simplemente cuestión de tiempo. Que el tiempo todo lo cura. Que, según se dice, es bálsamo para todo y que no hay mal que cien años dure.
Sí, por supuesto que si: cabeza, sentido común, y si no lo hubiera, sentido práctico. Sobreponernos como sea a cualquier acontecimiento aunque nos lamine, elevándonos sobre nosotros mismos, aun cuando nosotros mismos fuéramos, como parece, puro espejismo de nosotros mismos. Por supuesto que sí, pero… ¿de verdad es posible conseguirlo o por lo menos intentarlo más allá de contentarnos con saber que sería lo adecuado pero totalmente imposible en nuestro estado actual?
Sí, se puede estar muerta. Por supuesto que se puede estar muerta y llorar amargamente por nuestra suerte, y guardarnos luto, y encerrarnos en casa, y entornar las persianas de ventanas y balcones dejándolo todo en penumbra. Por supuesto que sí. Y también dejar pasar el tiempo que es nuestro tiempo y sólo nos pertenece a nosotros, ¿pero y qué más? ¿Y mientras el tiempo pasa, qué?, ¿dejar también de respirar?, ¿permanecer en el más estricto anonimato?, ¿condenarnos al silencio más absoluto porque se nos ha olvidado juntar palabras y hasta eso nos agota, o porque se nos ha secado el alma, desván de nuestros sueños y fantasías?
Y si sentirse muerta es una parte de la negra cuestión de este momento en el que pudiéramos encontrarnos, la otra, y en todo momento, es la de ser plenamente conscientes de que nuestro tiempo es finito, que hay plazo, que no debiéramos nunca renunciar a nuestra poquedad para convertirla en ausencia, que no hay nada que dure lo suficiente, ni siquiera nosotros mismos, ni siquiera nuestra angustia de hoy que lo invade, desvirtúa y transforma todo, que podríamos dejar de sentir si quisiéramos o no supiéramos hacer otra cosa, pero nunca debiéramos dejar de vivir aun cuando nuestra vida no pareciera merecer la vida. Que no se puede compaginar pacíficamente el estar muertos y ser concientes que el tiempo pasa. Que hay que elegir por muy imposible que ello parezca. Que por supuesto se puede optar por renunciar a todo. Y que se podría optar también por sobreponernos pretendiendo, cualquiera que fueran las dificultades a las que tuviéramos que enfrentaros, intentar seguir nuestro camino incluso con andador y derramando amargas lagrimas por el dolor causado por el esfuerzo.
Elegir. Equivocarse. Empezar otra vez sabiendo que otra vez y muchas otras volveremos a encontrarnos frente a dilemas parecidos y con la obligación nunca escrita de tener que volver a aventurarnos de alguna forma. Si, precioso todo por muy difícil que parezca asumir una posición. Pero, y es lo único realmente cierto, ¿cómo levantarnos sin al menos intentarlo con lo fácil que es aparentemente seguir postrados? Imposible. Sólo se que estoy muerta y lo acepto, y me ausento, y me callo, y me olvido de todo y de todos, y me inmolo en el altar de la angustia que me causa vivir, y dejar pasar el tiempo.
Terrible, por supuesto…
Menos mal que jamás nos faltaran adjetivos para pretender justificar nuestra sinrazón, esa que nos va a permitir perder a chorros la vida y a la vez lamentarnos por ello. Menos mal que asumir un engaño medianamente aceptable casi siempre es posible. Menos mal.
….
“¡Dejadme la esperanza!”. ¿Serás capaz de concederte al menos la esperanza?
sábado, 19 de junio de 2010
¡Así es la rosa!
Todo se reduce a no alzar la voz. A mirar a otra parte cuando fuera imprescindible mirar y además de mirar ver. A etiquetar a los demás, si es necesario relacionarse con ellos, negándoles en cuanto pudieran tener de sí mismos y alejándolos de una o asumiéndolos como propios en cuanto pudieran restar o sumar a la idea preconcebida y ortodoxa de la vida –, razón de ser de todas las cosas, - aun cuando sólo sea eso, una simple idea y, para colmo, preconcebida en el mejor de los casos, ya que en el peor pudiera ser heredara, impuesta, implantada en lo profundo de la conciencia como única tabla de salvación o como formula magistral o ungüento mágico para remediar o paliar las consecuencias negativas del sin fin de calamidades que significa pretender sobrevivir sin salvavidas o vaya usted a saber cómo.
Maniqueísmo puro. Sólo eso. Todo se reduce a intentar facilitar la capacidad de asumir o digerir las cosas de la vida, porque la vida ya no es un cúmulo sensaciones, ni de impresiones, y mucho menos de emociones, y tan sólo se reduce a ser eso, la suma de cosas que la perfilan en el concepto más o menos plástico y televisivo de nuestros modelos vitales, que nunca somos nosotros mismos, a los que seguimos y perseguimos como gurús de nuestra propia realidad. Todo se reduce, - digo,- a facilitar las cosas de la vida para que tales cosas, sirvan o no sirvan, al menos no nos molesten o desestabilicen más de lo que lo estamos habitualmente sin percatarnos de ello, que no deja de ser una suerte.
Lo dicho, todo muy simple, muy fácil y muy cuadriculado para no hacernos pensar demasiado. Buenos o malos. Blancos o negros. Amigos o enemigos. Y siempre la línea recta mientras no haya que tomar partido, aunque el Partido nos ignore y sólo nos reconozca, condescendiente él, mientras seamos simplemente tontos útiles. Pero el Partido y la partida a la que estamos casi siempre invitados – por la puerta de los invitados prescindibles- sólo son capaces de convertirnos en peones o fichas necesarias para la partida, en convidados de piedra, en parte material pero nunca decisoria e imprescindible de nuestra propia realidad, que en el fondo nunca es propia, y si llegara a serlo lo sería porque no tiene más remedio al no haber otra, porque la realidad es, según parece, lo que es a pesar de nunca ser lo vivido o, al menos, lo pretendido por lo que una se empeñaría hasta las cejas sin nunca saber porqué.
- No, por favor, ni tocarla pese a lo que pese. ¡Así es la rosa!
Maniqueísmo puro. Sólo eso. Todo se reduce a intentar facilitar la capacidad de asumir o digerir las cosas de la vida, porque la vida ya no es un cúmulo sensaciones, ni de impresiones, y mucho menos de emociones, y tan sólo se reduce a ser eso, la suma de cosas que la perfilan en el concepto más o menos plástico y televisivo de nuestros modelos vitales, que nunca somos nosotros mismos, a los que seguimos y perseguimos como gurús de nuestra propia realidad. Todo se reduce, - digo,- a facilitar las cosas de la vida para que tales cosas, sirvan o no sirvan, al menos no nos molesten o desestabilicen más de lo que lo estamos habitualmente sin percatarnos de ello, que no deja de ser una suerte.
Lo dicho, todo muy simple, muy fácil y muy cuadriculado para no hacernos pensar demasiado. Buenos o malos. Blancos o negros. Amigos o enemigos. Y siempre la línea recta mientras no haya que tomar partido, aunque el Partido nos ignore y sólo nos reconozca, condescendiente él, mientras seamos simplemente tontos útiles. Pero el Partido y la partida a la que estamos casi siempre invitados – por la puerta de los invitados prescindibles- sólo son capaces de convertirnos en peones o fichas necesarias para la partida, en convidados de piedra, en parte material pero nunca decisoria e imprescindible de nuestra propia realidad, que en el fondo nunca es propia, y si llegara a serlo lo sería porque no tiene más remedio al no haber otra, porque la realidad es, según parece, lo que es a pesar de nunca ser lo vivido o, al menos, lo pretendido por lo que una se empeñaría hasta las cejas sin nunca saber porqué.
- No, por favor, ni tocarla pese a lo que pese. ¡Así es la rosa!
domingo, 6 de junio de 2010
Si titulo
Me levanto cada mañana con una cierta pereza y su poquito de angustia al iniciar una nueva jornada porque vaya usted a saber lo qué nos pueda deparar el nuevo día por meritos propios o por otras mil razones ajenas, que de todo debe haber. La vida no es nunca tan encefalograma plano como parece ser a priori o como somos –, sin parecerlo,- algunos de nosotros que la transitamos deshonrándola hasta lo inimaginable. Bueno, la realidad es que mi pereza –, una de mis sin razones, - es una peraza artificial y posiblemente poco racional, aunque mi miedo –, la otra de mis sin razones, - responda siempre a distintas motivaciones ciertas y contrastadas por sucesos ya experimentados en carne propia, lo que siempre deja su propia huella guste o no guste. Pero a lo que iba. Me encanta también saber, sea cual sea la razón merecida o inmerecida que lo motivara, que pudiera haber en cada mañana acontecimientos imprevisibles por vivir pese a que yo sea una enferma crónica de la previsión. Una especie de pretensión de querer por querer aun no queriendo y no querer por ser consciente de no merecer por haber hecho siempre las cosas medianamente bien o como dios manda o mandaba cuando mandaba, que ahora no parece mandar demasiado. De no permitirme el lujo de dejar flecos sueltos y sin embargo confiar que haya alguno que me permita sufrir, porque es sufrir, que la respiración se me acelere y experimente una especie de ahogo físico que me genere además una cierta taquicardia emocional. Una especie de estar sin estar en ninguna parte pero con la sensación, con su punto de angustia desestabilizadora, de estar en todas las equivocadas y a la vez.
Me da un cierto miedo abrir los ojos, según digo, y es una autentica imbecilidad escribir lo que escribo porque no da demasiado de sí tal cual es mi forma de pensar o de afrontar la realidad y mi confianza última de que algo ocurra, sabiendo como sé que si eso aconteciera siempre sería negativo y desestabilizador. Lo que debiera darme miedo es no abrirlos, que es la otra posible opción, y la verdad es que nunca me ha dado miedo tal posibilidad, total ¿cómo podemos remediar lo irremediable? Y si lo es, ¿para qué perder el tiempo preocupándonos de ello? Seguramente otro día más lúcida hablaré de mi miedo o no a no abrir los ojos, pero hoy no, hoy lo que me motiva en un sentido y a la vez en el contrario es el hecho de abrir los ojos y sus posibles consecuencias, hecho que ya en sí mismo es más que suficiente y se las trae.
Mi vida es la sempiterna sensación de la contradicción y de la inconsistencia transcendente de los inconformistas acomodaticios. Busco con toda mi alma estabilidad, confortabilidad, consistencia, y sin embargo estoy más preparada para lo imprevisible y hasta para lo negativo que pudiera exigirme un mínimo de contestación y reacción. Es como si mi vida me exigiera estímulos permanentes para mantenerme distraída de lo cotidiano y a salvo de la inconsistencia de esa cotidianeidad a la que me refiero. Y lo cotidiano además de satisfactorio, en el concepto general de los conceptos, fuera manifiestamente insuficiente en el particular y propio de los mismos conceptos. En fin, que en este maremágnum de las ideas si fuera más simple de lo que soy podría sentirme medianamente satisfecha por creer percatarme de lo obvio, pero también se han debido percatar un montón de personas antes que yo, lo que les ha llevado, seguro, a convertirse a algunos en ilustres delincuentes, sujetos manifiestamente antisociales, drogadictos en fuga libre y un sin fin de marginados y tarados por decisión propia o culpa ajena, que de todo debe haber, e incluso yo también aunque pendiente por el momento de catalogar.
En fin, que me declaro objetora de conciencia de mi misma, y además anuncio públicamente la próxima convocatoria a una huelga general de la que me voy a enterar con toda seguridad.
Sí, lo dicho; hoy no hay nada de nada y mañana más de los mismo, que para los que somos es más que suficiente. ¿No?
Pd. El silencio es cada vez más espeso y las ausencias más dolorosas.
¿Sirena. Dry Gim. Tequila. Oyana. …? Incluso Gabriel Ramírez, pero él es novelista y ya se sabe que eso obliga a mucho.
A Calimatias jamás le dedique ni una sola palabra, me daba vergüenza y me faltaba consistencia.
Me da un cierto miedo abrir los ojos, según digo, y es una autentica imbecilidad escribir lo que escribo porque no da demasiado de sí tal cual es mi forma de pensar o de afrontar la realidad y mi confianza última de que algo ocurra, sabiendo como sé que si eso aconteciera siempre sería negativo y desestabilizador. Lo que debiera darme miedo es no abrirlos, que es la otra posible opción, y la verdad es que nunca me ha dado miedo tal posibilidad, total ¿cómo podemos remediar lo irremediable? Y si lo es, ¿para qué perder el tiempo preocupándonos de ello? Seguramente otro día más lúcida hablaré de mi miedo o no a no abrir los ojos, pero hoy no, hoy lo que me motiva en un sentido y a la vez en el contrario es el hecho de abrir los ojos y sus posibles consecuencias, hecho que ya en sí mismo es más que suficiente y se las trae.
Mi vida es la sempiterna sensación de la contradicción y de la inconsistencia transcendente de los inconformistas acomodaticios. Busco con toda mi alma estabilidad, confortabilidad, consistencia, y sin embargo estoy más preparada para lo imprevisible y hasta para lo negativo que pudiera exigirme un mínimo de contestación y reacción. Es como si mi vida me exigiera estímulos permanentes para mantenerme distraída de lo cotidiano y a salvo de la inconsistencia de esa cotidianeidad a la que me refiero. Y lo cotidiano además de satisfactorio, en el concepto general de los conceptos, fuera manifiestamente insuficiente en el particular y propio de los mismos conceptos. En fin, que en este maremágnum de las ideas si fuera más simple de lo que soy podría sentirme medianamente satisfecha por creer percatarme de lo obvio, pero también se han debido percatar un montón de personas antes que yo, lo que les ha llevado, seguro, a convertirse a algunos en ilustres delincuentes, sujetos manifiestamente antisociales, drogadictos en fuga libre y un sin fin de marginados y tarados por decisión propia o culpa ajena, que de todo debe haber, e incluso yo también aunque pendiente por el momento de catalogar.
En fin, que me declaro objetora de conciencia de mi misma, y además anuncio públicamente la próxima convocatoria a una huelga general de la que me voy a enterar con toda seguridad.
Sí, lo dicho; hoy no hay nada de nada y mañana más de los mismo, que para los que somos es más que suficiente. ¿No?
Pd. El silencio es cada vez más espeso y las ausencias más dolorosas.
¿Sirena. Dry Gim. Tequila. Oyana. …? Incluso Gabriel Ramírez, pero él es novelista y ya se sabe que eso obliga a mucho.
A Calimatias jamás le dedique ni una sola palabra, me daba vergüenza y me faltaba consistencia.
sábado, 22 de mayo de 2010
Pasaba por allí, y tampoco fui capaz de callarme.
Pierdo la razón cuando más razón tengo, y es lamentable. Lamentable para mí la primera porque me dejo llevar por un impulso o por una necesidad, pero impulso propio o propia necesidad no dejan de ser una sinrazón en el concepto comúnmente aceptado por el entorno cuando el entorno es mucho más que una misma. El entorno siempre es mucho más que una misma aunque una misma lo ponga habitualmente en tela de juicio. Que pena, ¿verdad?
Siempre parece haber una cierta parafernalia en todo, una especie de liturgia repleta de incienso capaz de enturbiar la escena y hasta de saciar la respiración, un ceremonial previo y aparentemente necesario e imprescindible. Todo termina siendo simplemente papel de celofán o fuegos fatuos. A nadie le importa un bledo la angustia de nadie. Es demasiado crudo y directo, demasiado personal, difícil de asimilar sin perder pie o al menos la compostura, y dios nos libre de perder la compostura. ¡Hasta ahí podríamos llegar! ¿Qué iba a ser de nuestro mundo que se sustenta de imágenes comúnmente – iba a decir aceptadas y a lo mejor no es esa la idea cabal, y lo es la de - asumidas sin más, de palabras grandilocuentes y huecas y de conceptos aparentes? A lo mejor es verdad y nos importa un bledo lo que pueda haber tras su apariencia, y es simplemente la apariencia lo que concede prestancia a nuestra endeblez. Tal vez sea así y no haya vuelta de hoja.
Sí. Quedémonos en los preliminares. Quedémonos en lo aparente, en lo posible sea cierto o no, en lo cómodo, en lo que no nos obligue a poner en duda nada y se asuma porque se acepta sin más, por simple roce. Rechacemos todo lo que nos obligue a algo más, incluso rechacemos la contundencia de lo que parece verdad pero carece del glamour necesario.
Terrible. Toda la vida intentando decir algo coherente, y cuando creo saber lo que quiero decir me percato que me falta eso, lo que daría consistencia y credibilidad a cualquier noticia banal transmitida en papel couché.
Y yo mientras intentando justificarme simplemente por tener la impresión de que a lo mejor no estoy del todo equivocada. Terrible, si. Seguramente me sobran razones. Pero ya se sabe que lo que vende no es eso. ¿A quién le importa la verdad? Y sobre todo, ¿para qué sirve más allá de ser capaz de incomodar a espíritus sensibleros y débiles?
Siempre parece haber una cierta parafernalia en todo, una especie de liturgia repleta de incienso capaz de enturbiar la escena y hasta de saciar la respiración, un ceremonial previo y aparentemente necesario e imprescindible. Todo termina siendo simplemente papel de celofán o fuegos fatuos. A nadie le importa un bledo la angustia de nadie. Es demasiado crudo y directo, demasiado personal, difícil de asimilar sin perder pie o al menos la compostura, y dios nos libre de perder la compostura. ¡Hasta ahí podríamos llegar! ¿Qué iba a ser de nuestro mundo que se sustenta de imágenes comúnmente – iba a decir aceptadas y a lo mejor no es esa la idea cabal, y lo es la de - asumidas sin más, de palabras grandilocuentes y huecas y de conceptos aparentes? A lo mejor es verdad y nos importa un bledo lo que pueda haber tras su apariencia, y es simplemente la apariencia lo que concede prestancia a nuestra endeblez. Tal vez sea así y no haya vuelta de hoja.
Sí. Quedémonos en los preliminares. Quedémonos en lo aparente, en lo posible sea cierto o no, en lo cómodo, en lo que no nos obligue a poner en duda nada y se asuma porque se acepta sin más, por simple roce. Rechacemos todo lo que nos obligue a algo más, incluso rechacemos la contundencia de lo que parece verdad pero carece del glamour necesario.
Terrible. Toda la vida intentando decir algo coherente, y cuando creo saber lo que quiero decir me percato que me falta eso, lo que daría consistencia y credibilidad a cualquier noticia banal transmitida en papel couché.
Y yo mientras intentando justificarme simplemente por tener la impresión de que a lo mejor no estoy del todo equivocada. Terrible, si. Seguramente me sobran razones. Pero ya se sabe que lo que vende no es eso. ¿A quién le importa la verdad? Y sobre todo, ¿para qué sirve más allá de ser capaz de incomodar a espíritus sensibleros y débiles?
sábado, 17 de abril de 2010
¿Y quién c… eres tú?
Desconcertada. En el fondo todo el mundo es igual, aspira a lo mejo para uno mismo y para aquellos a los que quiere pero siempre según el rasero de su propio criterio. Y es que en el fondo no hay más que un rasero, el propio; y una razón de ser, la propia; y una forma de entender la vida, la que una está dispuesta a aceptar aunque sea a regañadientes. Lo demás existe, porque sabes que existe, pero sólo lo aceptas porque no hay más remedio. Porque también se acepta la violencia, la mediocridad, la falta de todo. Por supuesto que existe, pero no es lo propio, ni lo deseado, ni lo que nos corresponde, ni, por supuesto, lo programado para quienes nos importan.
Y te quedas mirando al infinito, que es como no mirar. Y contienes la respiración, que es como no respirar. Y mueves la cabeza, que es como pretender mover tu todo yo. Y sin embargo sigues donde y como estabas. Nada, salvo tú, ha cambiado. Y el mundo sigue siendo el mismo. Y el tiempo mantiene su propio ritmo. Y se te queda cara de imbécil. Y te preguntas: ¿es culpa mía? Y como sabes que nunca nadie te va a responder y que las preguntas sólo suelen tener respuesta si tu misma estás dispuesta a encontrarlas y una vez encontradas, que no es lo más difícil, estás dispuesta a exteriorizarlas, que eso sí es lo más difícil, pues eso, que te das un tiempo, y miras a otra parte, y te reconoces que la culpa no es tuya, y que a lo mejor no hay ni siquiera culpables, - ¿por qué habría de haberlos?, - pero no es suficiente. Tú tienes un concepto de la vida muy amplio donde cabe casi todo; y muy de pacotilla, porque cabe casi todo para los demás, porque los demás no cuentan, y si contasen no duelen.
Y te quedas mirando al infinito. Y como el infinito no está cerca de ti, esperas mejor ocasión…, ya para nada.
Menos mal que siempre has esperado mejor ocasión. Nunca te ha servido para nada y te has limitado a asumir lo irremediable, pero si a ello le sumas la absurda pretensión de que seguro que habrá mejor ocasión, puesta ya está todo resuelto. Mañana será otro día.
Y te quedas mirando al infinito. El infinito y mañana son la solución a tu propia limitación.
En realidad ¿quién coño eres tú para pretender abrir la boca por los demás aunque sean menos demás que los otros?
Y te quedas mirando al infinito, que es como no mirar. Y contienes la respiración, que es como no respirar. Y mueves la cabeza, que es como pretender mover tu todo yo. Y sin embargo sigues donde y como estabas. Nada, salvo tú, ha cambiado. Y el mundo sigue siendo el mismo. Y el tiempo mantiene su propio ritmo. Y se te queda cara de imbécil. Y te preguntas: ¿es culpa mía? Y como sabes que nunca nadie te va a responder y que las preguntas sólo suelen tener respuesta si tu misma estás dispuesta a encontrarlas y una vez encontradas, que no es lo más difícil, estás dispuesta a exteriorizarlas, que eso sí es lo más difícil, pues eso, que te das un tiempo, y miras a otra parte, y te reconoces que la culpa no es tuya, y que a lo mejor no hay ni siquiera culpables, - ¿por qué habría de haberlos?, - pero no es suficiente. Tú tienes un concepto de la vida muy amplio donde cabe casi todo; y muy de pacotilla, porque cabe casi todo para los demás, porque los demás no cuentan, y si contasen no duelen.
Y te quedas mirando al infinito. Y como el infinito no está cerca de ti, esperas mejor ocasión…, ya para nada.
Menos mal que siempre has esperado mejor ocasión. Nunca te ha servido para nada y te has limitado a asumir lo irremediable, pero si a ello le sumas la absurda pretensión de que seguro que habrá mejor ocasión, puesta ya está todo resuelto. Mañana será otro día.
Y te quedas mirando al infinito. El infinito y mañana son la solución a tu propia limitación.
En realidad ¿quién coño eres tú para pretender abrir la boca por los demás aunque sean menos demás que los otros?
sábado, 27 de marzo de 2010
La importancia de…
Buscar, buscamos; estoy convencida. Nos pasamos toda la vida consciente e inconsciente buscando algo, habitualmente la razón de nuestro ser, que no es poco.
Hay quienes no son conscientes de esta búsqueda y bastante tienen con sobrevivir, que no deja de ser la razón única y fundamental cuando incluso se les niega esa.
Hay quienes se quedan por el camino y entienden que tras otros logros de menor calado ya han llegado a su meta, y seguramente así es puesto que nunca hay una meta colectiva, sino la propia, esa que mide con precisión el grado de satisfacción o insatisfacción personal que para el común de los mortales es el “no va más”. ¿No hay alucinógenos, consoladores, y sucedáneos de cualquier cosa? ¡Pues entonces!
Siempre depende de nosotros: de adónde queramos ir, de hasta dónde pretendamos llegar, y a lo mejor de que aun no pretendiendo llegar a alguna parte por decisión propia lo nuestro fuera simplemente capear el temporal dejándonos llevar con un mínimo de dignidad a dónde según parece se pudiera encontrar nuestro destino. Los hay, está visto, de todos los colores, olores y texturas. Por supuesto.
Hay incluso quienes ni siquiera se permiten hacer ruido al andar y se contentan con arrastras los pies por miedo a despertar a los demonios interiores propios y también ajenos. Legitimo. Tan legitimo como triste.
Pero también estamos los que buscamos la razón de ser y el porqué de las cosas, y no nos contentamos con ser socialmente correctos, familiarmente consonantes, e individualmente nada convulsivos, siempre dentro de un orden que nos impediría manifestarnos más allá de lo estrictamente necesario en cualquier reunión donde hubiera más de dos. En tales ambientes seriamos, sin gran esfuerzo, perfectos adornos dentro de un contexto floral sin pretensiones de mucho más. Pero cuando en el escenario de la vida sólo hay otro más, y ese más es – según creemos, o estamos seguros, o creemos estarlo, que ya es más que razón suficiente para coartarnos en nuestra libertad emocional lo necesario -, la razón de nuestro ser, entonces sí, entonces sin perder la compostura solemos manifestarnos tal y como somos o creemos ser, aun cuando nuestra pretensión, una vez exteriorizada, nunca deje de ser estrambótica en opinión de nuestro interlocutor, desacostumbrado, las menos de las veces, o demasiado acostumbrado. la más, a nuestras salidas de tono, que para él, - para ella, según los casos -, se le antojan, para asumir su propio rol del que se siente manifiestamente satisfecho, injustas, caprichosas, lógicas en nuestro estado habitual de falta de equilibrio, o consecuencia inevitable de nuestras filias y fobias viscerales. El o ella jamás pondrán en tela de juicio su propio criterio, su idea preconcebida de las cosas, esa que fundamentó su propia elección, la que tuvieron que hacer algún día y ante alguna circunstancia especial, aún siendo seguramente total o parcialmente cuestionable, pero que ya forma parte de su propia estructura mental inquebrantable. ¿La verdad absoluta? La suya, ¡por supuesto!
Terrible. Cuanto menos tan terrible como la falta de otras verdades en su interlocutor, - nosotros, - aunque fueran incluso de orden inferior. En fin, la caraba. Y mientras y a pesar de todo seguir buscando no ya la razón de ser, que nunca es el objeto real de nuestra búsqueda, sino del tiempo, del momento, hasta de la coyuntura de los astros que faciliten la exposición de nuestros motivos y la compresión y aceptación de ellos por parte de quien nos escucha y a quien pretendemos convencer de nuestro ser. Y esa conjunción de astros nunca parece producirse.
A veces no encontramos las palabras precisas para decirnos que nada somos, ni fuimos, ni seremos jamás sin el reconocimiento aunque sea con condiciones de quien nos escucha sin oírnos. A veces chocamos contra la barrera infranqueable de quien no nos quiere entender perdido en su propio soliloquio. Y a veces, acertando a decir lo que queremos e intuyendo que nuestras palabras cayeron en tierra fértil, hay siempre algo, esa razón, - para nosotros sinrazón,- de los demás que parece distorsionar la realidad para convertirla en esperpéntica, fútil o inconsistente, sin que, por tal razón, merezca la consideración necesaria para ser tenidas en cuenta.
Y vuelta a empezar. Más frustración. Más vaciedad. Demasiada inconsistencia. Total incomprensión. Y dejar pasar los días. Hacerse mayor simplemente dejando pasar el tiempo que es la forma más absurda de hacerse mayor. Y como a una le queda un punto de no sé qué, que a lo mejor es esperanza, seguir tentando a la suerte esperando mejor ocasión, lugar más propicio, y una actitud distinta en el interlocutor, ése o ésa que nunca debiera cambiar, porque si cambiara también sería otra historia y seguramente ni siquiera la nuestra. Posiblemente ni mejor ni peor, pero con seguridad otra distinta.
¿Y qué buscamos en el fondo? ¿Tal vez el reconocimiento por un instante de quien suele negarnos sistemáticamente? Pues seguro que es eso.
¡Caray, qué poco somos!
Hay quienes no son conscientes de esta búsqueda y bastante tienen con sobrevivir, que no deja de ser la razón única y fundamental cuando incluso se les niega esa.
Hay quienes se quedan por el camino y entienden que tras otros logros de menor calado ya han llegado a su meta, y seguramente así es puesto que nunca hay una meta colectiva, sino la propia, esa que mide con precisión el grado de satisfacción o insatisfacción personal que para el común de los mortales es el “no va más”. ¿No hay alucinógenos, consoladores, y sucedáneos de cualquier cosa? ¡Pues entonces!
Siempre depende de nosotros: de adónde queramos ir, de hasta dónde pretendamos llegar, y a lo mejor de que aun no pretendiendo llegar a alguna parte por decisión propia lo nuestro fuera simplemente capear el temporal dejándonos llevar con un mínimo de dignidad a dónde según parece se pudiera encontrar nuestro destino. Los hay, está visto, de todos los colores, olores y texturas. Por supuesto.
Hay incluso quienes ni siquiera se permiten hacer ruido al andar y se contentan con arrastras los pies por miedo a despertar a los demonios interiores propios y también ajenos. Legitimo. Tan legitimo como triste.
Pero también estamos los que buscamos la razón de ser y el porqué de las cosas, y no nos contentamos con ser socialmente correctos, familiarmente consonantes, e individualmente nada convulsivos, siempre dentro de un orden que nos impediría manifestarnos más allá de lo estrictamente necesario en cualquier reunión donde hubiera más de dos. En tales ambientes seriamos, sin gran esfuerzo, perfectos adornos dentro de un contexto floral sin pretensiones de mucho más. Pero cuando en el escenario de la vida sólo hay otro más, y ese más es – según creemos, o estamos seguros, o creemos estarlo, que ya es más que razón suficiente para coartarnos en nuestra libertad emocional lo necesario -, la razón de nuestro ser, entonces sí, entonces sin perder la compostura solemos manifestarnos tal y como somos o creemos ser, aun cuando nuestra pretensión, una vez exteriorizada, nunca deje de ser estrambótica en opinión de nuestro interlocutor, desacostumbrado, las menos de las veces, o demasiado acostumbrado. la más, a nuestras salidas de tono, que para él, - para ella, según los casos -, se le antojan, para asumir su propio rol del que se siente manifiestamente satisfecho, injustas, caprichosas, lógicas en nuestro estado habitual de falta de equilibrio, o consecuencia inevitable de nuestras filias y fobias viscerales. El o ella jamás pondrán en tela de juicio su propio criterio, su idea preconcebida de las cosas, esa que fundamentó su propia elección, la que tuvieron que hacer algún día y ante alguna circunstancia especial, aún siendo seguramente total o parcialmente cuestionable, pero que ya forma parte de su propia estructura mental inquebrantable. ¿La verdad absoluta? La suya, ¡por supuesto!
Terrible. Cuanto menos tan terrible como la falta de otras verdades en su interlocutor, - nosotros, - aunque fueran incluso de orden inferior. En fin, la caraba. Y mientras y a pesar de todo seguir buscando no ya la razón de ser, que nunca es el objeto real de nuestra búsqueda, sino del tiempo, del momento, hasta de la coyuntura de los astros que faciliten la exposición de nuestros motivos y la compresión y aceptación de ellos por parte de quien nos escucha y a quien pretendemos convencer de nuestro ser. Y esa conjunción de astros nunca parece producirse.
A veces no encontramos las palabras precisas para decirnos que nada somos, ni fuimos, ni seremos jamás sin el reconocimiento aunque sea con condiciones de quien nos escucha sin oírnos. A veces chocamos contra la barrera infranqueable de quien no nos quiere entender perdido en su propio soliloquio. Y a veces, acertando a decir lo que queremos e intuyendo que nuestras palabras cayeron en tierra fértil, hay siempre algo, esa razón, - para nosotros sinrazón,- de los demás que parece distorsionar la realidad para convertirla en esperpéntica, fútil o inconsistente, sin que, por tal razón, merezca la consideración necesaria para ser tenidas en cuenta.
Y vuelta a empezar. Más frustración. Más vaciedad. Demasiada inconsistencia. Total incomprensión. Y dejar pasar los días. Hacerse mayor simplemente dejando pasar el tiempo que es la forma más absurda de hacerse mayor. Y como a una le queda un punto de no sé qué, que a lo mejor es esperanza, seguir tentando a la suerte esperando mejor ocasión, lugar más propicio, y una actitud distinta en el interlocutor, ése o ésa que nunca debiera cambiar, porque si cambiara también sería otra historia y seguramente ni siquiera la nuestra. Posiblemente ni mejor ni peor, pero con seguridad otra distinta.
¿Y qué buscamos en el fondo? ¿Tal vez el reconocimiento por un instante de quien suele negarnos sistemáticamente? Pues seguro que es eso.
¡Caray, qué poco somos!
sábado, 6 de marzo de 2010
Una simple frase
Adam Walker, personaje de P. Auster, me dice sin levantar la voz: “Me quedo sin vejez. Intento no amargarme, pero a veces no puedo evitarlo. La vida es una mierda, lo sé, pero lo único que quiero es vivir más, más años en este mundo dejado de la mano de Dios”. Y la verdad es que no importa quién me lo haya dicho o en dónde lo haya leído. Incluso tanpoco importa demasiado que la frase no sea de las más originales dentro del ranking de frases medianamente brillantes y posiblemente huecas que nos solamos dedicar los unos a los otros con la pretensión de hacernos notar. Lo excepcional para mí, tras leerla, es que las palabras no se han desdibujado de inmediato para ser remplazadas por otras, que es lo que me suele ocurrir casi siempre. Esta vez se han quedado frente a mí dirigiéndome todo tipos de gestos y muecas hasta conseguir captar por completo mi atención.
¡Curiosa! – pienso tras leerla. ¡Terrible! – me digo seguidamente. Ese es el adjetivo que me ha venido de inmediato a la cabeza para resumir la sensación que percibo en mi interior.
Toda mi vida despreciando la vida, y de repente no es ya la vejez el temor de todos, - que tú siempre la has temido absolutamente- , sino que el miedo lo es precisamente a perder esa etapa de la vida que no puede significar otra casa que no sea frustración, inutilidad, molestia para unos y otros, tiempo vacío y, lo que es aún peor, sin sentido.
Pánico le has tenido y le tienes a la vejez. Evidentemente no a esa vejez de los muchos años, que es otra cosa, porque los años así entendidos, como sucesión de unos a otros produciendo los lógicos y amables o menos amables cambios que todos seríamos capaces de entender, son simplemente un accidente inevitable y por tanto asumible como efecto ajeno e involuntario; sino a la vejez real y demoledora: a la del deterioro total y cierto, a la de la ausencia, la del olvido, de la inmovilidad, de la dependencia; a esa vejez que se sufre inconsciente, si es que es inconsciente como se sufre, y queda reflejada – admirablemente dibujada en un escrito insuperable de mi admirada Sirena - en ese hilillo de saliva que discurre inevitable por la comisura de los labios de quien la sufre. Me refiero a esa vejez que debe convertir los días en lapsus de tiempo interminables, a las personas del entorno en insufribles y molestas, y a los renacidos recuerdos de no se sabe dónde en el único bálsamo eficaz para rebajar la incandescencia interior que debe producir la rabia de la impotencia que nunca es capaz de transcender al exterior para poder ser así compartida y mitigada por los demás. Me refiero a la rabia propia, terrible para uno mismo y sin embargo caprichosa y sin sentido para el juicio amable de los que no la sufren y, por tanto, resultan incapaces de entenderla.
Terrible, si. La vida es una suma de momentos, de acontecimientos, de minutos. Los debe haber felices y vacíos, y los debe haber reemplazables y hasta desechables. Pero seguramente ocurre todo eso con la vida, porque la vida siempre ¡es! y nosotros, - por muy imbéciles que seamos, que lo somos, - aunque no seamos capaces de palparla en toda intensidad, si al menos la intuimos o la imaginamos y nos percatamos que no siendo como ella es, al menos estamos y nos dejamos mecer a su capricho con la posibilidad de algo más, quizás incluso de mucho más si fuéramos capaces de vernos alguna vez frente al espejo y dejar de pensar que a quienes vemos reflejados en él nunca somos nosotros. Porque la vida nunca parece ser la nuestra aunque lo sea, y nosotros tampoco parecemos ser nosotros aunque lo seamos. Y las cosas siempre les pasan a los demás. Y por ello nos limitamos a esperar. Y a disimular. Y a disculpar. Y a tantas cosas absurda, ¡que vaya usted a saber! Pero siempre parece haber alguna razón aparentemente valida que nos incite a mirar a otra parte, seguro.
En fin; la vida es una posibilidad. Es una incertidumbre. Un siempre después. Y ese después, y ese distinto, y ese quizás o quién sabe qué nos da alas para, incluso, aniquilarla sin compasión, que es el colmo del colmo. La vejez, por el contrario, no nos deja margen, es la derrota y nada más. Una rendición ignominiosa y sin condiciones.
¡Terrible! ¿no?
Sí, la vida no me da pánico. La llevo como puedo aunque no la entienda del todo, y confío en ella mientra ella decida ser en mí aunque yo sea un mero espectador de lo que me acontece. ¿La vejez? …. La vejez es otra cosa.
¿De verdad tendría que frustrarme perdérmela?
¡Curiosa! – pienso tras leerla. ¡Terrible! – me digo seguidamente. Ese es el adjetivo que me ha venido de inmediato a la cabeza para resumir la sensación que percibo en mi interior.
Toda mi vida despreciando la vida, y de repente no es ya la vejez el temor de todos, - que tú siempre la has temido absolutamente- , sino que el miedo lo es precisamente a perder esa etapa de la vida que no puede significar otra casa que no sea frustración, inutilidad, molestia para unos y otros, tiempo vacío y, lo que es aún peor, sin sentido.
Pánico le has tenido y le tienes a la vejez. Evidentemente no a esa vejez de los muchos años, que es otra cosa, porque los años así entendidos, como sucesión de unos a otros produciendo los lógicos y amables o menos amables cambios que todos seríamos capaces de entender, son simplemente un accidente inevitable y por tanto asumible como efecto ajeno e involuntario; sino a la vejez real y demoledora: a la del deterioro total y cierto, a la de la ausencia, la del olvido, de la inmovilidad, de la dependencia; a esa vejez que se sufre inconsciente, si es que es inconsciente como se sufre, y queda reflejada – admirablemente dibujada en un escrito insuperable de mi admirada Sirena - en ese hilillo de saliva que discurre inevitable por la comisura de los labios de quien la sufre. Me refiero a esa vejez que debe convertir los días en lapsus de tiempo interminables, a las personas del entorno en insufribles y molestas, y a los renacidos recuerdos de no se sabe dónde en el único bálsamo eficaz para rebajar la incandescencia interior que debe producir la rabia de la impotencia que nunca es capaz de transcender al exterior para poder ser así compartida y mitigada por los demás. Me refiero a la rabia propia, terrible para uno mismo y sin embargo caprichosa y sin sentido para el juicio amable de los que no la sufren y, por tanto, resultan incapaces de entenderla.
Terrible, si. La vida es una suma de momentos, de acontecimientos, de minutos. Los debe haber felices y vacíos, y los debe haber reemplazables y hasta desechables. Pero seguramente ocurre todo eso con la vida, porque la vida siempre ¡es! y nosotros, - por muy imbéciles que seamos, que lo somos, - aunque no seamos capaces de palparla en toda intensidad, si al menos la intuimos o la imaginamos y nos percatamos que no siendo como ella es, al menos estamos y nos dejamos mecer a su capricho con la posibilidad de algo más, quizás incluso de mucho más si fuéramos capaces de vernos alguna vez frente al espejo y dejar de pensar que a quienes vemos reflejados en él nunca somos nosotros. Porque la vida nunca parece ser la nuestra aunque lo sea, y nosotros tampoco parecemos ser nosotros aunque lo seamos. Y las cosas siempre les pasan a los demás. Y por ello nos limitamos a esperar. Y a disimular. Y a disculpar. Y a tantas cosas absurda, ¡que vaya usted a saber! Pero siempre parece haber alguna razón aparentemente valida que nos incite a mirar a otra parte, seguro.
En fin; la vida es una posibilidad. Es una incertidumbre. Un siempre después. Y ese después, y ese distinto, y ese quizás o quién sabe qué nos da alas para, incluso, aniquilarla sin compasión, que es el colmo del colmo. La vejez, por el contrario, no nos deja margen, es la derrota y nada más. Una rendición ignominiosa y sin condiciones.
¡Terrible! ¿no?
Sí, la vida no me da pánico. La llevo como puedo aunque no la entienda del todo, y confío en ella mientra ella decida ser en mí aunque yo sea un mero espectador de lo que me acontece. ¿La vejez? …. La vejez es otra cosa.
¿De verdad tendría que frustrarme perdérmela?
sábado, 20 de febrero de 2010
Sabor a …
¿Puedo quedarme en mi misma? ¿Soy capaz de asumir mi propia realidad sin importarme la opinión de los demás? Seguro que son obviedades, lugares comunes, estupideces con pretensión de fundamentar espacios huecos de mi alma….
A lo peor es eso, la pretensión grandilocuente de rellenar de escombros inútiles espacios huecos. Y si lo fueran, ¿me serviría para algo?
Soy responsable de mis actos, ¡seguro! Soy rea de mis pecados, ¡seguro también! Formo parte de un todo que me importa un bledo, y pretendo consolidar una posición propia en la que, sin embargo, me siento permanente al pairo de tendencias y corrientes ajenas. ¿Cómo sobrevivir a todo ello? ¡Ni idea! Pero, me pregunto: ¿la pregunta correcta se corresponde con el “cómo” o sería más exacta si la formulara para adivinar el “por qué?”.
Por cierto, llevo años buscando un sabor conocido que soy incapaz de localizar. Mi vida se reduce a algo tan tonto como eso: buscar un sabor. ¿La vida se puede reducir a eso: buscar un sabor, un olor, una sensación, un sentimiento, una pretensión, un sueño, un lo que sea, sea lo que sea? Si la pregunta la respondiéramos afirmativamente estaríamos salvados.
Yo ignoro cuál sea la respuesta, y lo peor de todo es que ignoro que ésa sea la pregunta. Simplemente puedo asegurar que llevo años buscando un sabor conocido que soy incapaz de localizar, pero a pesar de ello sigo en mi empeño. ¿No será que a eso se reduce todo?
A lo peor es eso, la pretensión grandilocuente de rellenar de escombros inútiles espacios huecos. Y si lo fueran, ¿me serviría para algo?
Soy responsable de mis actos, ¡seguro! Soy rea de mis pecados, ¡seguro también! Formo parte de un todo que me importa un bledo, y pretendo consolidar una posición propia en la que, sin embargo, me siento permanente al pairo de tendencias y corrientes ajenas. ¿Cómo sobrevivir a todo ello? ¡Ni idea! Pero, me pregunto: ¿la pregunta correcta se corresponde con el “cómo” o sería más exacta si la formulara para adivinar el “por qué?”.
Por cierto, llevo años buscando un sabor conocido que soy incapaz de localizar. Mi vida se reduce a algo tan tonto como eso: buscar un sabor. ¿La vida se puede reducir a eso: buscar un sabor, un olor, una sensación, un sentimiento, una pretensión, un sueño, un lo que sea, sea lo que sea? Si la pregunta la respondiéramos afirmativamente estaríamos salvados.
Yo ignoro cuál sea la respuesta, y lo peor de todo es que ignoro que ésa sea la pregunta. Simplemente puedo asegurar que llevo años buscando un sabor conocido que soy incapaz de localizar, pero a pesar de ello sigo en mi empeño. ¿No será que a eso se reduce todo?
jueves, 7 de enero de 2010
Noche de reyes
Ya sé que soy pesada y que me reitero sin medida, pero es que tampoco me resigno a aceptarlo sin más. ¿Es qué la vida no podría ser un poco más amable con todos y cada uno de nosotros? Y si no lo puede ser, ¿de qué va esto?
Me encantaría tener quince años y poder repetir la misma cantinela de entonces y de siempre: “¿Qué culpa tengo yo? ¡No, yo no pedí nacer! ¡Vosotros no me entendéis!” - Me encantan las frases redondas. Son tan contundentes y vacías. – Pero a esa edad lo de menos es la frase y lo de más la edad. Sólo la inconsistencia por falta de edad de uno mismo debiera permitirnos encontrar muletas de tal calibre,- ¡imagino!-. Después, cuando la edad no nos acompaña, esas muletas, de pretender apoyarse en ellas, dejan a quienes las utilizan en manifiesta evidencia.
Con quince años ni yo misma me entendía, por supuesto, pero me bastaba con saber a quiénes adjudicar las culpas. Era la manifestación externa del sempiterno juego del amor-odio-amor - porque el odio era una consecuencia lógica de la endeble e inestable autosuficiencia -; o del desamor de pacotilla como forma y manera de autojustificarse; o del miedo a lo desconocido, que todo lo es; o de la osadía sin más: o tal vez el de la ignorancia altanera que debe ser la mayor de las ignorancias o de las osadías, y posiblemente por ello la única que exonera de toda posible responsabilidad.
En fin, que me encantaría tener esa edad, pero no la tengo y ya me ha pasado el tiempo de las culpas ajenas; ahora vivo el momento de las propias, ciertas, adjudicadas gratuitamente o imaginadas, esas que existen y no sabemos el porqué pero ahí están y generan consecuencias negativas o, al menos, determinados estados emocionales de inestabilidad en quienes las sufrimos y nos vemos obligados a sobreponernos a ellos.
Ayer puse el zapato de mi píe derecho sobre un cojín del sofá que hay en el comedor de mi casa; lo puse en un extremo del sofá para que no hubiera dudas de a quien pertenecía a pesar de ser el único zapato en aquel sofá. Era un zapato casi nuevo y lo había limpiado a conciencia. No esperaba nada, lo reconozco. Era absurdo esperar. Y más absurdo aún esperar a mi edad. ¿Qué podía esperar si ya estaba al cabo de la calle, y la calle tiene eso, que allí estamos todos: lo sobrados, los normales y hasta los necesitados de todo que, felices no, pero que pasan de casi todo por aquello de saber tener que aguantarse a si mismos y a sus circunstancias negativas? No, no esperaba nada. Pero aun no esperando nada dejé mi zapato perfectamente lustrado y con su corazoncillo de cuero expectante. Antes, mucho tiempo atrás, también había dejado bajo mi almohada un diente pequeño, de los de leche, que se me había caído esa tarde. Ahora no me sobran los dientes, y además ninguno es de leche, y tengo los zapatos precisos sin poder prescindir de ninguno, pero, por el contrario, sigo teniendo la esperanza intacta, y por ello – pobre de mí - espero. Bueno, más que esperar, que la verdad es que no espero, si estoy abierta a lo imposible que es como más asumible, imagino.
¿Por qué lo imposible tiene que ser necesariamente imposible? Entonces, si fuera necesariamente así, ¿qué nos quedaría?: ¿Dejar pasar el tiempo? ¿Amagar los golpes e intentar quitarse de en medio? ¿Tal vez ingerir una copa de algo conocido y tolerado confiando en que nos aletargase lo suficiente pero no tuviera consecuencias molestas después? …. ¿Adormecer nuestros sentidos? ¿Adormecernos nosotros? ¿Quedarnos danzando en la cuerda floja con la más estúpida de nuestras sonrisas?
¿Por qué lo imposible tiene que ser necesariamente imposible? Entonces, si fuera necesariamente así, ¿qué nos quedaría?: ¿Dejar pasar el tiempo? ¿Amagar los golpes e intentar quitarse de en medio? ¿Tal vez ingerir una copa de algo conocido y tolerado confiando en que nos aletargase lo suficiente pero no tuviera consecuencias molestas después? …. ¿Adormecer nuestros sentidos? ¿Adormecernos nosotros? ¿Quedarnos danzando en la cuerda floja con la más estúpida de nuestras sonrisas?
Si, ya lo sé, me está quedando de dulce, pero nada de eso es lo que quería decir. Lo que quería decir es que la vida tendría que ser algo más amable con nosotros, con cada uno de nosotros. Que somos un monto de entupidos; sí, ya lo sé. Individualmente menos estupidos que colectivamente, pero a fin de cuentas poco más que simples tarados mentales. Aguantamos lo inaguantable. Nos quitamos de en medio con la pretensión de que nada nos afecte, y, sin embargo, cada acontecimiento por mimio que parezca nos arrastra como nos arrastraría, sin remisión, cualquiera de esas corrientes de agua que nos muestran los telediarios de cualquier cadena y que siempre parecen afectar a los demás, aunque a nosotros nos dejen los acontecimientos permanentemente al borde del sumidero y a punto de desaparecer para siempre.
Si en su momento nada había bajo mi almohada y nada junto a mi zapato, ¿qué podrá haber cuando cierre los ojos por última vez? No quiero ni pensarlo. … Pero, ¿es que tendría que haber algo necesariamente? ¿Y si lo hubiera tendría que depender de mí? Y si para nada depende de mi, ¿de qué me quejo tan amargamente? …
Ayer, después de lustrar mi zapato lo mejor que supe, lo coloqué sobre un cojín del sofá del comedor. También deje una botella de buen Coñac y un plato con polvorones para por si acaso. Y a pesar de todo hoy no ha pasado nada extraordinario. La culpa es mía, lo sé. Nerviosa que estaba me quedé leyendo y con la luz encendida hasta alta horas de la madrugada, y así no hay forma. Está claro que la culpa es mía como siempre.
Ojala la vida fuera más amable con nosotros, y nosotros fuéramos más….
Pero, ¿qué más podemos ser?
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