Que fácil es decir algo aparentemente ocurrente. Seguramente lo solemos hacer quienes tenemos todo en nuestro entorno totalmente controlado. No digo perfecto, que es otra cosa. Sino sin posibilidad alguna de grandes sobresaltos. Una vida ordenada. Una vida asumible. Sin aristas. Del color gris que es el color de la falsa virtud y del término medio, y el del espíritu acomodaticio que no resuelve nada pero tampoco descompone casi nada. Una vida para transitar por ella con cierta somnolencia, dejándola hacer sin inmiscuirse o interferir demasiado.
Es fácil decir o escribir algo ocurrente sobre la vida, habitualmente sobre la vida de los demás, porque la nuestra ¡que nadie la toque! Será lo que será. Será incluso una autentica mierda, ¿pero quién es el guapo capaz de decir algo ocurrente sobre su propia vida cuando sospecha que pudiera ser lo que he dicho? ¿Y quién es el guapo que admitiría ese tipo de comentarios cuando, que aún es peor, proceden de los consabidos voayer de siempre, mirones con sentido o sin él, de vidas ajenas?
Son divertidas las miserias de los demás. Bueno, a lo mejor no he sabido expresarme y resulta que el concepto no es el de calificarlas de divertidas, pero sí suelen resultar casi siempre exageradas, patéticas, irreales. Lo mejor para todos, para el que las sufre y para el que las comenta, suele ser desdramatizarlas, diluirlas, empequeñecerlas, y hasta disculparlas. ¿Qué sé yo? Y ahí empieza y termina todo. Cuando una se queda anclada en el qué sé yo todo suele hacer aguas por todas partes. Y en esos casos hay siempre dos posibles situaciones: la más practica, la verdaderamente humana, la que con seguridad es la más inteligente, consiste, ni más ni menos, en quitarse de en medio lo antes posible; o la otra, la idiota de toda la vida, la que nos hace perder el ritmo de nuestra respiración profundizando no se sabe dónde y menos aún el porqué, arriesgándonos a no ser ocurrentes pero sí estúpidamente solidarios y, sobre todo, la que no nos ayudará nunca a llegar a alguna parte y tan sólo nos suele incitar a pararnos a pensar siendo medianamente conscientes de nuestra evidente pequeñez no imaginada, sino la real.
¿Pararnos a buscar? ¿Pararnos a pretender conseguir guardar un silencio respetuoso que imposibilite que nos convirtamos en simplemente ocurrentes donde nunca debiera caber tal ocurrencia? En fin, lo dicho: ¿qué se yo?
Es fácil decir o escribir algo ocurrente sobre la vida, habitualmente sobre la vida de los demás, porque la nuestra ¡que nadie la toque! Será lo que será. Será incluso una autentica mierda, ¿pero quién es el guapo capaz de decir algo ocurrente sobre su propia vida cuando sospecha que pudiera ser lo que he dicho? ¿Y quién es el guapo que admitiría ese tipo de comentarios cuando, que aún es peor, proceden de los consabidos voayer de siempre, mirones con sentido o sin él, de vidas ajenas?
Son divertidas las miserias de los demás. Bueno, a lo mejor no he sabido expresarme y resulta que el concepto no es el de calificarlas de divertidas, pero sí suelen resultar casi siempre exageradas, patéticas, irreales. Lo mejor para todos, para el que las sufre y para el que las comenta, suele ser desdramatizarlas, diluirlas, empequeñecerlas, y hasta disculparlas. ¿Qué sé yo? Y ahí empieza y termina todo. Cuando una se queda anclada en el qué sé yo todo suele hacer aguas por todas partes. Y en esos casos hay siempre dos posibles situaciones: la más practica, la verdaderamente humana, la que con seguridad es la más inteligente, consiste, ni más ni menos, en quitarse de en medio lo antes posible; o la otra, la idiota de toda la vida, la que nos hace perder el ritmo de nuestra respiración profundizando no se sabe dónde y menos aún el porqué, arriesgándonos a no ser ocurrentes pero sí estúpidamente solidarios y, sobre todo, la que no nos ayudará nunca a llegar a alguna parte y tan sólo nos suele incitar a pararnos a pensar siendo medianamente conscientes de nuestra evidente pequeñez no imaginada, sino la real.
¿Pararnos a buscar? ¿Pararnos a pretender conseguir guardar un silencio respetuoso que imposibilite que nos convirtamos en simplemente ocurrentes donde nunca debiera caber tal ocurrencia? En fin, lo dicho: ¿qué se yo?