sábado, 23 de mayo de 2009

Seguramente, sí.


Leo al Rey del Metro, “El objetivo del hombre es creérselo; creer que su transfondo significa algo”, y de primeras me quedo sin aliento para reaccionar de inmediato. ¡Hasta ahí podríamos llegar! La frase tiene enjundia y podría engrosar cualquier recopilatorio oficial de frases afortunadas dispuestas a ser usadas y manoseadas, con razón o sin ella, y con la única pretensión de ocultar, disfrazar, y, en demasiados casos, incluso poner de manifiesto, aun sin pretenderlo evidentemente, la estulticia del que la usa sin conocer su autentico significado. Sí, podría hacer eso: leerla, archivarla, y olvidarla sin más. O también podría hacer lo que lamentablemente estoy haciendo: rumiarla, rumiarla, rumiarla, y tras regurgitarla después, tratar de digerirla y asimilarla a mi organismo, que seguramente va a pretender defenderse con un cierto rechazo inconsciente de superviviente nato. Pero me falta de todo para hacerlo con total éxito. Me falta resignación, primero. También me falta paz interior para aceptarla sin más y sin discutirla. Carezco de la humildad necesaria para aceptar una derrota permanente en una guerra absurda en la que me he involucrado sin pretenderlo, la guerra de querer saber qué narices significo yo hoy, aquí, y en medio de mi entorno, y, por supuesto, sin osar avanzar más de lo estrictamente aconsejable, algo tan descabellado como querer interrogarme sobre el futuro y el más allá, cuando difícilmente me respondo alguna vez sobre el más acá. Y tampoco me ayuda a ello el no dejarme fácilmente enredar en la adormidera de ese mundo de imágenes distorsionadas, de palabras huecas, de emociones cartón piedra, creadas artificialmente y respondiendo a los dictados del mercado para apaciguar a limpios de corazón y espíritus puros, porque, quizás falsamente, me considere alerta, dispuesta, contestataria y hasta razonadora. En fin, nada propicia para ello. Una pena.
--¡“El objetivo del hombre es creérselo, creer que significa algo”! ¿Será posible que todo sea tan simple como eso? porque simple, la verdad, si lo es tal y como suena y con la contundencia como se expresa. Incluso parece despejar algunas interrogantes claves, y hasta parece allanar el camino que solemos recorrer de un extremo al otro para volver siempre al mismo lugar de partida. Es poco esperanzadora,- seguro - pero parece una respuesta honesta, lúcida y hasta coherente entre tanta maleza y tanto desconcierto. Y si es así y eso es todo, ¿en qué recodo del camino me voy a sentar para siempre y poder disfrutar del paso del tiempo y, por el momento, del paisaje inigualable de esta primavera? ¿En qué silencio conocido me voy a quedar prendida cuando ya no voy a necesitar las palabras de los demás, y menos aún las propias, que son las que más me desconciertan, ya que no querrán salir de mi boca por inútiles?
Mi admirado Rey del Metro también ha escrito: “No es que no haya nada, sino que no hace falta” “Que si hay realidad y estás en medio propendes a creer que lo que pasa es tu destino.”
Disfruto leyendo al Rey del Metro, lo reconozco sin recato; disfruto leyéndole y le admiro, pero hoy es un día tibio que invita a no sé qué que nace a flor de piel y requiere de cierta indolencia y de dejarse ir. Seguramente quedará tan sólo en eso, en un encantamiento más que se deshará como un azucarillo en una taza de café. Pero, por si acaso, ahí lo dejo. Tal vez vuelva después a las frases transcritas, ahora simplemente me dejaré llevar a ninguna parte que es donde parece que solemos estar siempre.

sábado, 9 de mayo de 2009

La culpa fue de Sirena.

No sé si lo angustioso es dejar de ser en vida sin darse una cuenta del todo, y quedar al pairo de vientos desconocidos y en tierra de nadie, rodeada, además, de seres desconocidos, que te acosan día y noche, y te hablan de temas sin sentido, y te recuerdan situaciones ajenas que no te interesan en lo absoluto, y, por respeto, y por no contrariar a nadie, que nunca te ha gustado hacerlo, les sigues la corriente con cuatro frases, lugares comunes, que guardaste con esfuerzo en el baúl de la memoria; frases planas que seguramente no lleven a ninguna parte.
No sé si lo angustioso es estar rodeada de seres que ves con toda claridad y tal y como son, con perfiles definidos y exactos, pero a los que nunca llegas a percibir sensorialmente del todo, como si fueran, -¡que absurdo! -, un poco fantasmas; y de escenas que nacen espontáneamente y llenas de vida, pero que tu entorno, vigilante de tu felicidad, parece difuminar siempre con su cháchara incomprensible, y recubre de una cierta patina de tiempo pasado irrecuperable, y de sensación de nostalgia y de recuerdo, y de hasta de irrealidad y ausencia. Y entonces hay un algo maldito, imposible de definir con claridad, que trastoca tu hoy en ayer, y convierte todo en distancia, y también en tiempo pasado, y casi siempre en soledad, porque la soledad, lo sabes muy bien, nace siempre de una compañía, -¿qué puede importar que sea necesaria?- no pretendida.
No sé si lo angustioso es tener constantemente la sensación de estar en un angosto callejón que te parece que no debe llevar a ninguna parte, y entonces te desesperas sin palabras ni gestos, con un mutismo elegante y digno, y para no chillar y romper tu imagen en mil pedazos y pretender no dejar de ser un poco más tú misma, te quedas mirando un punto fijo, ese en el que no ves ya a quienes te acompañan y pierdes el interés por reconocerlos, y, sin embargo, sigues viendo a los auténticamente tuyos que vienen de todas partes; en ese punto en que no hay conversaciones que no entiendas y además no te interesan, sino todo lo que dejástes atrás sin percatarte de ello.
No sé si lo angustioso es darse cuenta de todo eso, o no darse cuenta de nada, y no entender tampoco nada, y sentirse flotando en un lugar desconocido y a merced de los caprichos de los demás, y desorientada y confundida, y a pesar de todo ello, luchar contra ti para conservar una imagen aceptable y digna para ti misma, que es lo que al final sólo importa.
No sé que es realmente lo angustioso, pero al final, y sin saber tampoco el porqué ni el para qué, te quedas mirando ensimismada un punto inexistente del infinito sin decir nada, posiblemente sin pensar en nada también, y sin pretenderlo si quiera, - Dios, ¡que no sea cierto!– propiciando, con tu ensimismamiento y la distancia que te invade, que un hilillo de saliva discurra por la comisura de tus los labios.
No sé qué pueda ser lo angustioso. No, no lo sé.