Seguramente, sí.
Leo al Rey del Metro, “El objetivo del hombre es creérselo; creer que su transfondo significa algo”, y de primeras me quedo sin aliento para reaccionar de inmediato. ¡Hasta ahí podríamos llegar! La frase tiene enjundia y podría engrosar cualquier recopilatorio oficial de frases afortunadas dispuestas a ser usadas y manoseadas, con razón o sin ella, y con la única pretensión de ocultar, disfrazar, y, en demasiados casos, incluso poner de manifiesto, aun sin pretenderlo evidentemente, la estulticia del que la usa sin conocer su autentico significado. Sí, podría hacer eso: leerla, archivarla, y olvidarla sin más. O también podría hacer lo que lamentablemente estoy haciendo: rumiarla, rumiarla, rumiarla, y tras regurgitarla después, tratar de digerirla y asimilarla a mi organismo, que seguramente va a pretender defenderse con un cierto rechazo inconsciente de superviviente nato. Pero me falta de todo para hacerlo con total éxito. Me falta resignación, primero. También me falta paz interior para aceptarla sin más y sin discutirla. Carezco de la humildad necesaria para aceptar una derrota permanente en una guerra absurda en la que me he involucrado sin pretenderlo, la guerra de querer saber qué narices significo yo hoy, aquí, y en medio de mi entorno, y, por supuesto, sin osar avanzar más de lo estrictamente aconsejable, algo tan descabellado como querer interrogarme sobre el futuro y el más allá, cuando difícilmente me respondo alguna vez sobre el más acá. Y tampoco me ayuda a ello el no dejarme fácilmente enredar en la adormidera de ese mundo de imágenes distorsionadas, de palabras huecas, de emociones cartón piedra, creadas artificialmente y respondiendo a los dictados del mercado para apaciguar a limpios de corazón y espíritus puros, porque, quizás falsamente, me considere alerta, dispuesta, contestataria y hasta razonadora. En fin, nada propicia para ello. Una pena.
--¡“El objetivo del hombre es creérselo, creer que significa algo”! ¿Será posible que todo sea tan simple como eso? porque simple, la verdad, si lo es tal y como suena y con la contundencia como se expresa. Incluso parece despejar algunas interrogantes claves, y hasta parece allanar el camino que solemos recorrer de un extremo al otro para volver siempre al mismo lugar de partida. Es poco esperanzadora,- seguro - pero parece una respuesta honesta, lúcida y hasta coherente entre tanta maleza y tanto desconcierto. Y si es así y eso es todo, ¿en qué recodo del camino me voy a sentar para siempre y poder disfrutar del paso del tiempo y, por el momento, del paisaje inigualable de esta primavera? ¿En qué silencio conocido me voy a quedar prendida cuando ya no voy a necesitar las palabras de los demás, y menos aún las propias, que son las que más me desconciertan, ya que no querrán salir de mi boca por inútiles?
Mi admirado Rey del Metro también ha escrito: “No es que no haya nada, sino que no hace falta” “Que si hay realidad y estás en medio propendes a creer que lo que pasa es tu destino.”
Disfruto leyendo al Rey del Metro, lo reconozco sin recato; disfruto leyéndole y le admiro, pero hoy es un día tibio que invita a no sé qué que nace a flor de piel y requiere de cierta indolencia y de dejarse ir. Seguramente quedará tan sólo en eso, en un encantamiento más que se deshará como un azucarillo en una taza de café. Pero, por si acaso, ahí lo dejo. Tal vez vuelva después a las frases transcritas, ahora simplemente me dejaré llevar a ninguna parte que es donde parece que solemos estar siempre.
Leo al Rey del Metro, “El objetivo del hombre es creérselo; creer que su transfondo significa algo”, y de primeras me quedo sin aliento para reaccionar de inmediato. ¡Hasta ahí podríamos llegar! La frase tiene enjundia y podría engrosar cualquier recopilatorio oficial de frases afortunadas dispuestas a ser usadas y manoseadas, con razón o sin ella, y con la única pretensión de ocultar, disfrazar, y, en demasiados casos, incluso poner de manifiesto, aun sin pretenderlo evidentemente, la estulticia del que la usa sin conocer su autentico significado. Sí, podría hacer eso: leerla, archivarla, y olvidarla sin más. O también podría hacer lo que lamentablemente estoy haciendo: rumiarla, rumiarla, rumiarla, y tras regurgitarla después, tratar de digerirla y asimilarla a mi organismo, que seguramente va a pretender defenderse con un cierto rechazo inconsciente de superviviente nato. Pero me falta de todo para hacerlo con total éxito. Me falta resignación, primero. También me falta paz interior para aceptarla sin más y sin discutirla. Carezco de la humildad necesaria para aceptar una derrota permanente en una guerra absurda en la que me he involucrado sin pretenderlo, la guerra de querer saber qué narices significo yo hoy, aquí, y en medio de mi entorno, y, por supuesto, sin osar avanzar más de lo estrictamente aconsejable, algo tan descabellado como querer interrogarme sobre el futuro y el más allá, cuando difícilmente me respondo alguna vez sobre el más acá. Y tampoco me ayuda a ello el no dejarme fácilmente enredar en la adormidera de ese mundo de imágenes distorsionadas, de palabras huecas, de emociones cartón piedra, creadas artificialmente y respondiendo a los dictados del mercado para apaciguar a limpios de corazón y espíritus puros, porque, quizás falsamente, me considere alerta, dispuesta, contestataria y hasta razonadora. En fin, nada propicia para ello. Una pena.
--¡“El objetivo del hombre es creérselo, creer que significa algo”! ¿Será posible que todo sea tan simple como eso? porque simple, la verdad, si lo es tal y como suena y con la contundencia como se expresa. Incluso parece despejar algunas interrogantes claves, y hasta parece allanar el camino que solemos recorrer de un extremo al otro para volver siempre al mismo lugar de partida. Es poco esperanzadora,- seguro - pero parece una respuesta honesta, lúcida y hasta coherente entre tanta maleza y tanto desconcierto. Y si es así y eso es todo, ¿en qué recodo del camino me voy a sentar para siempre y poder disfrutar del paso del tiempo y, por el momento, del paisaje inigualable de esta primavera? ¿En qué silencio conocido me voy a quedar prendida cuando ya no voy a necesitar las palabras de los demás, y menos aún las propias, que son las que más me desconciertan, ya que no querrán salir de mi boca por inútiles?
Mi admirado Rey del Metro también ha escrito: “No es que no haya nada, sino que no hace falta” “Que si hay realidad y estás en medio propendes a creer que lo que pasa es tu destino.”
Disfruto leyendo al Rey del Metro, lo reconozco sin recato; disfruto leyéndole y le admiro, pero hoy es un día tibio que invita a no sé qué que nace a flor de piel y requiere de cierta indolencia y de dejarse ir. Seguramente quedará tan sólo en eso, en un encantamiento más que se deshará como un azucarillo en una taza de café. Pero, por si acaso, ahí lo dejo. Tal vez vuelva después a las frases transcritas, ahora simplemente me dejaré llevar a ninguna parte que es donde parece que solemos estar siempre.