sábado, 28 de marzo de 2009

Reflexión sobre reflexión o ganas de escribir

El final del camino es lo único cierto: ¡indiscutible! Que el camino se acaba a cada instante suele ser, que no necesariamente es, y en todo caso, aunque lo fuera, no lo sería de la misma forma para todo el mundo en el concepto propio de la percepción de las cosas que tenemos unos y otros, otra verdad aceptable. Y que el reconocimiento de esa verdad, la de que el camino tiene un final inexorable a cada instante, tras cada acontecimiento, para convertirse en otro aparentemente el mismo sin llegar a serlo del todo, hace a la autora* de la reflexión sentirse más viva, no lo pongo en duda porque además es un sentimiento compartido. Pero que califique ese impulso de paradójico, eso ya me desconcierta, porque más que paradoja intuyo, al menos en mí misma, la posible única razón que soy capaz de adivinar, y en el peor de los casos: tabla de salvación, confirmación, incluso redención. Mi finitud no me angustia en lo absoluto; mi inutilidad, mis vaivenes emocionales, si es que lo son y no sólo son contradicciones irracionales, mi perdida del tiempo en la contemplación aparentemente inútil, y mi falta de participación activa en la carrera a ninguna parte, eso si me angustia, me angustia tanto como me regocija, y me descoloca; y como me angustia (¿?) y me descoloca tanto esfuerzo para tan poca rentabilidad, en su acepción más economicista del termino, quiero al menos permitirme la esperanza de una cierta coherencia al final del camino, incluso de un mínimo de estética. De que mi vida haya sido algo, sin pretender concretarlo, por lo que haya valido la pena vivir más allá de haberse limitado una a dejar pasar el tiempo, que no es fácil del todo. Que si en ese último instante quisiera mirarme al espejo, que no tendré ningún interés, seguro, pudiera reconocerme: saber que a pesar de tanta derrota sigo estando ahí frente a mi misma, y no me he convertido en una simple caricatura al uso, en un clon felizmente uniformado.
Sueño con esas miradas, caricias y sonrisas a las que se refiere mi admirada Sirena. Por supuesto que no voy a renunciar a ninguna de ellas, o por lo menos a las que mi propia cortedad y poquedad no me obliguen a renunciar; pero formaran parte de su momento, me harán mejor y estar más viva cuando las disfrute, y nos despediremos cuando me digan adiós, sin aprisionarlas en los fondos de un cajón olvidado. A lo peor incluso las lágrimas son más duraderas.

Usted me regaló unas palabras de M. Hernández y yo le corresponde con otras que tomo prestadas del Rey del metro:
"Qué poca cosa es quien piensa que ha logrado algo en la vida. A la vida no se viene a lograr sino a saber de qué se trata: … De una palabra depende que te sientas vivo o muerto."("El rey del metro")
* Sirena Varada: In Memoriam

sábado, 14 de marzo de 2009

No, si ya se ¡que no!

Haber podido conocer a Aurora, esa señora de México que además ha tenido a bien morirse a tiempo para no llegar nunca a convertirse en una molestia, seguramente es lo único realmente acertado de toda una vida, que es vida por la propia contestación a ella, que, por contestación y nada más, la hace más áspera y molesta, por supuesto, pero a la vez y sobre todo por encima de ello, más real, más autentica, más conforme con nuestra naturaleza pecadora, esa, que según nos dijeron, estamos purgando desde el principio de los tiempos.
Yo, para mi desgracia, no he llegado hasta el momento a conocer a mi Aurora, la del Rosario, la que como a todo ser humano que se precia me debía haber correspondido conocer por lo menos para haberme sentido real, y comprometida, e, incluso, hasta útil, tan sólo portando mi botellita llena de agua del Cantábrico, con el riesgo que ello conlleva de sufrir una galerna en el interior del bolsillo. Pero a lo que iba, que para hablar de galernas ya están los marineros de toda la vida que se las suelen tener y mantener con ellas que da gusto, y yo me hubiera ahogado a las primeras de cambio incluso en el charco más superficial de mi calle cuando caen cuatro gotas. A lo que iba, repito. Jamás conocí a la razón de mi ser, ni tan siquiera a la razón de mi estar, pero no me importó demasiado precisamente porque no me conformé ni me conformo con ello y aún me quedan arrestos para seguir demandándome respuestas claras, que no exactas, a preguntas ambiguas y confusas. Yo no guerreo con nadie y mucho menos aún contra nadie; lo primero porque peco de soberbia enfermiza y lo segundo porque soy un ser humilde de corazón consciente de lo anterior. Pero sea como sea guerreo y seguiré haciéndolo para llegar a alguna parte, sea esa parte la que sea, que no llego a saber a ciencia cierta cuál pueda ser, pero en ningún caso me gusta dejarme llevar, y menos aún ir por ir, que diría el cómico al uso.
Ya sé que me alimento casi siempre de lugares comunes (querida Ginebra). Ya sé que es más fácil nadar en la misma dirección de la corriente. Incluso sé que seguramente ser una misma es una ordinariez, y pretenderlo una pretensión absurda, incluso que seguramente ni siquiera sé que es ser una misma, pero…. Quiero seguir pensando por mi misma, y equivocándome por mí misma, y no quedar obligada a comulgar con ruedas de molino, ni a cerrar los ojos para no ver, y, aún mucho menos, a convertirme en dúctil con la pretensión de que la utilidad está en la uniformidad y nada más. Que no, al menos ¡dejadme la esperanza! ¿Esperanza fundamentada en un sueño imposible? ¿Esperanza que surge como un champiñón en el estercolero de la mentira? Y sobre todo, ¿esperanza para qué? Ni idea, a lo peor para resistir al ataque primaveral de las gramíneas, enemigas del pueblo. ¿Qué se yo?

PD. Perdí el norte con el comentario del Rey del metro, y como la carne es débil, pues eso… ¿Inconsistencia? Si, ¡inconsistencia!

sábado, 7 de marzo de 2009

¿Asomboso qué?

Es asombroso lo difícil que es mantener el paso con cierta dignidad. Es asombroso lo difícil que es no dejarse llevar por los lugares comunes, por las ideas preconcebidas, por las corrientes de opinión, por los juicios fáciles y sin ningún fundamento, por la nueva religión que pretende suplantar a la vieja religión, en fin, religión… o imposición a fin de cuentas. Es asombroso lo difícil que resulta pretender ser una misma aunque una misma no sea nada en el concepto de una misma, y pretenda intentar ser feliz con su propia, y más que conocida, pequeñez. Es asombroso que una llegue a saber que una es pura anécdota en un mundo de impostura y que, sin embargo, ni nadie ni nada le obliguen a proclamarlo a los cuatro vientos, sino todo lo contrario.
¿Qué puede haber de asombroso en esta vida? Esta vida es lo que es. Por favor, si estás aún a tiempo mira a otra parte. ¿No te parece lo mejor?

domingo, 1 de marzo de 2009

Si, ¿qué menos que la estética?

“Si no hay dios, si no hay organizador del Caos, no hay un orden que pueda aceptarse como tal. Entonces el hombre es un ser libre en un universo absurdo donde todo está permitido…” *

Si, si, por supuesto; libertad como sinónimo de rebeldía. Pero rebeldía ¿contra quién? El hombre rebelde lo es en tanto en cuanto hay un orden preestablecido y comúnmente aceptado lo imponga quien lo imponga y proceda de donde proceda. Hay rebeldía cuando hay norma, cuando hay orden, cuando uno decide no seguir la línea recta previamente trazada por terceras personas, si no hay divinidad, legitimadas en razón a otras muchas, con seguridad, sinrazones, pero comúnmente aceptadas o exitosamente, y no quiero utilizar el verbo deber, impuestas; y en ese caso también hay violencia, y la violencia ejercida sobre uno mismo o sobre los demás no deja de ser la negación de la inteligencia, siempre que la inteligencia pueda decidir, por supuesto, ya que no puede hacerlo siempre y bajo cualquier situación. La rebeldía parece ser la confirmación, por tanto, de un orden, y el orden, seguramente, se fundamenta en la creencia de la existencia de una conciencia superior, por más elevada o por comúnmente aceptada. En fin, que atados y bien atados, aunque con la posibilidad, pretensión al menos, de desatarnos para quedar colgando dentro del mismo orden ya convertido en amenaza de sanción, pero sin la consistencia, por muy endeble que pudiera parecer, de la aceptación de buen grado.
Yo al menos creo en la estética y en el gobierno de las buenas formas y maneras. Es más, creo que cada vez creo más y casi sólo en la estética, sobre todo cuando lo que me rodea me obliga a pensar que es difícil que pueda haber algo más, y en muchas, muchísimas ocasiones, eso es lo que ocurre: que nuestro entorno, o aquello que nosotros percibimos de nuestro entorno, que no pretendo ser dogmática, es precisamente eso lo que nos hace percibir. En esos casos o tras esas impresiones, ¿qué menos que dejar al menos una imagen, una sensación, siquiera una atmósfera armoniosa por muy inútil que pudiera ser? Seguramente les podrá servir a otros, y si no es el caso, que posiblemente no lo sea, al menos nos habrá servido a nosotros mismos por aquello de haber sido dueños de algo, aunque ese algo sea tan poco: simple apariencia, aunque eso sí, plenamente consciente. Cuando hayamos perdido, o nos hayan hecho perder o convencido de que hemos perdido nuestra propia coherencia, o consistencia, o nuestra propia imagen, caricatura, seguro, de nosotros mismos, ¿qué menos que sentir que nuestra actuación ha sido, cuanto menos, digna, es decir, cuanto menos estética?
La frase por manida que sea no deja de tener su razón de ser: “ir a la ética por la estética”. Pues seguramente hay algo de ello y el camino no es tan despreciable.
Creo como cree el autor de la frase, – la de “La Bandera Inglesa” -, que nos ha zarandeado a usted y a mí, que efectivamente hay dos caras de una misma moneda, y que ambas nos condenan sin remisión.
Podemos aceptar la mentira, y si la aceptamos, que somos conscientes de ello, lo hacemos con todas las consecuencias y sin posibilidad de error, es decir, la de condenarnos por acomodaticios, por falsarios, por frívolos, por inconsecuentes. O podemos optar por la cara opuesta, por la verdad, esa que nos hará eternamente, pero también infelizmente, libres; con la libertad de saber que jamás nos encontraremos a nosotros mismos, y si nos llegáramos a encontrar seguramente no aceptaríamos reconocernos.
En fin, lo dicho. “¡No va más!”

* Calimatias, replica a “La Bandera Inglesa” en “Una tarde gris”