domingo, 22 de febrero de 2009

¿Lo que debo ser? ¡Lo que soy!

Que sí, que soy transcendente. Que lo racionalizo todo. Que lo pienso y lo vuelvo a pesar cuantas veces sean necesarias para llegar a conclusiones propias, por supuesto que no me atrevería nunca a decir acertadas, que es lo que, seguro, dirían quienes ni siquiera se toman la molestia de cuestionar lo más cuestionable por absurdo que pudiera llegar a ser; simplemente digo lo que he dicho, conclusiones propias. Que no me dejo llevar por el vaivén de la moda. Ni tan siquiera me permito actuar al dictado de mis filias y de mis fobias, esas que con todas naturalidad coartarían, sin violencia alguna, mi libertad personal y como si fuera lo más natural del mundo me harían ser o pensar lo que seguramente no soy y no hubiera querido pensar de ser plenamente consciente.
Lo dicho, soy transcendente. Pero ahí empieza y termina todo. ¿Transcendente para qué? ¿Acaso soy más feliz que el resto de los mortales? ¿Acaso soy más feliz de lo que debiera ser si fuera menos transcendente de lo que soy? ¿ Acaso esa coherencia, de la que ni siquiera presumo ya que presumir podría llevar consigo la propia recompensa de la satisfacción personal conseguida, me genera una estabilidad emocional, una paz interior, tal vez la placidez que planea entre encefalogramas planos, evitándome o moderando el enfado inconsciente en el que habitualmente me muevo? Pues no, la verdad es que no.
Soy transcendente y a la vez tengo un cabrero interior que me desestabiliza permanentemente llevándome con la misma periodicidad temporal y con una intensidad plena a un estado de insatisfacción permanente. ¿Y es ésa toda la recompensa a la que puedo aspirar por no ser tonta de baba? ¿Y si lo es, no seré en verdad tonta de baba por aspirar con este enorme esfuerzo a ser lo que podría, y de seguro sería, simplemente dejándome llevar por los acontecimientos y las directrices ajenas?
Si, ya lo sé. Un Alcasercer lo cura todo.

A mi admirada Mangeles, que me hizo pensar en ello.

domingo, 1 de febrero de 2009

Una tarde gris.

Leo: “ Uno siempre encuentra con exactitud y sin dilación la mentira que necesita, como también puede encontrar, con exactitud y sin dilación, la verdad que necesita, siempre y cuando perciba la necesidad de verdad, es decir, de la liquidación de su vida” *
Leo y releo lo transcrito sin poder apartar mis ojos de esas tres líneas, y, menos mal, a la vez me dejo ir con el preludio de la suite nº 1 en Sol mayor para violonchelo de J.S. Bach que, sin percatarme de mi gesto, repito una y otra y otra vez, tan pronto como concluye en apenas tres minutos, aplicando mi dedo a la tecla de replay.
En principio leo y escucho, pero hay momentos en que escucho y leo sobreponiéndose a la palabra escrita la música, mientras mi estado de ánimo se balancea, sin poderlo remediar, en un constante reponerme entre confusa y transportada.
Se me pone carne de gallina y levito con la música muy, muy alto, y luego, sin vértigo alguno, caigo a peso con cada palabra que leo. Seguro que es la aceptación total de lo irremediable.
Vuelvo a leer: “Uno siempre encuentra la mentira que necesita”… ¡Caray! Te das cuenta, entonces, de que hay frases redondas en si mismas pero vacías de contenido, y hay otras que parecen no decir casi nada, que, como la transcrita, se manifiestan con la cabeza gacha, sin ruido y casi como pidiendo perdón, y que se te enredan en el alma y hacen callo, y que tras su lectura empiezas a dejar de ser la misma de siempre porque ya no sabes como conseguir olvidarlas, y tú y tu pensamiento siempre habeis sido uno solo.
Sin duda parece cierta la afirmación. Siempre se encuentran, si se buscan, motivos para seguir pase lo que pase y a quien pese, y sobre todo a pesar de una misma. Si, por supuesto. Siento como voy in crescendo con la melodía para después sentirme caer de golpe, sin remisión y sin red protectora, con la palabra demoledora y desnuda carente de todo artificio. Me desarma porque no deja margen a otras posibilidades. Me irrita porque no admite replica. Se desdibuja con el bálsamo de la música, y luego regresa para instalarse frente a mí simplemente. Pero no, a pesar de su apariencia no resulta del todo dramática. Se manifiesta como es, sin aspavientos, como algo cierto aunque se le ignore, pero asumible y lógico. Todo depende de saber aceptarla dentro de un cierto orden, y mientras exista un orden todo esta bien aunque nada esté bien. Si, por lo menos un mínimo de estética. Guardar las formas. No descomponer la figura en ningún caso.
Por supuesto que siempre he encontrado la mentira que necesitaba, y encontrarla seguro que ha sido sinónimo de fabricarla artesanalmente si era necesario, disfrazarla amablemente, justificarla siempre. ¿Cómo podría ser ingrata con esa mentira si me está salvando de mi misma, de mi propia inestabilidad emocional, de mis contradicciones de siempre, de mis miedos heredados y nuevos, de mi lamentable inconsistencia con pretensión de grandeza? ¿Cómo rechazarla sabiendo como sé que a pesar de haberla confeccionado a medida no deja de ser prestada y universal, y que habrá que inventar otra, y otra y muchas más para seguir conciliando el sueño siquiera unas horas al día?
Si, una siempre encuentra su mentira, por supuesto que sí. Pero también se puede encontrar la verdad, y el esfuerzo es casi el mismo, sólo cambia la forma y manera de dejar de ser. Está claro que también puede existir una verdad, ésa que ya no nos permitirá justificarnos en lo absoluto, ni mirar a otra parte, ni ignorar casi nada, ni siquiera disculparnos a nosotros mismos ni disculpar a los demás. Esa que nos desvelará para siempre convirtiéndonos en insomnes irredentos. Por supuesto que existe una verdad o, incluso, la verdad, que debe ser aun más dramático, ésa que contribuirá eficazmente, como dice el autor de la frase, a liquidar nuestras vidas dotándolas de consciente pero amarga consistencia y a la vez transformándonos en seres infelices y sabios hasta el final de los tiempos.
Si, está claro. Hagan juego señores: ¿Rojo o negro, verdad o mentira? … ¡No va más!
Difícil elección para una tarde gris. Me parece que me voy a dejar ir envuelta entre esas notas que van y vienen de izquierda a derecha y discurren paralelas. Nada más y nada menos que eso, pero suficiente paras escapar por el momento. Seguro que después volveré. Seguro. ¿Dónde podría ir si no?

*I. Kertész “La bandera inglesa”